escalera: diciembre 2007

domingo, diciembre 30, 2007

Delhi

Estoy en Delhi. Viaje fallido. Próximo intento: 3 de enero.

sábado, diciembre 29, 2007

Pakistan

Estoy en Bombay, a la espera de un vuelo que me lleve manana a Karachi, tierra natal de Bhutto.

viernes, diciembre 28, 2007

Bhutto

Ella no quería entrar en política. Lo hizo porque su padre, Zulfikar Ali Bhutto, tras ser derrocado como primer ministro, fue ejecutado por el régimen de Zia-ul-Haq en 1979. También dos de sus hermanos, como ella, fueron asesinados. Historia trágica, sí: pero no más que la de los Gandhi en la India.

Con tan sólo 35 años, se convirtió en la primera jefa de Gobierno de un país islámico. Dos veces estuvo en el poder, y dos veces no pudo acabar su legislatura. Pesaban sobre ella casos de corrupción. Se exilió -o, mejor dicho, huyó de la Justicia- y volvió a Pakistán en octubre de este año. La intentaron matar, entonces. Y ayer, finalmente, la asesinaron: fue a saludar a las multitudes desde su coche y le dispararon en la cabeza y el cuello. Y, después, su asesino se inmoló.

Benazir es la bandera de la democracia para los medios de comunicación occidentales. Aunque desde la muerte de su padre no haya celebrado elecciones en su partido. Aunque no haya conseguido articular una oposición liberal sólida que dé guerra a los militares y los islamistas. Aunque haya negociado una y otra vez con Musharraf.

Era la vedette de Pakistán.

Bhutto y Musharraf son el espejo de Pakistán, donde los liberales no son suficientemente liberales y los dictadores no son suficientemente dictadores. A lo mejor el problema del país no es su condición musulmana (análisis esencialista), sino su origen y desarrollo: nació a la sombra de la India en el parto más doloroso del siglo XX, perdió la mitad de su población cuando Bangladesh se independizó en 1971, y se unieron en sus fronteras musulmanes que tenían poco que ver entre ellos: la clase alta provinente del norte de la India, cuyos antepasados habían vivido el Imperio mogol, las tribus de la Provincia de la Frontera del Noroeste (terreno talibán), y la clase obrera punjabi.

Pakistán nació como un hogar para musulmanes y, golpe tras golpe militar, se ha ido convertiendo en fortaleza resquebrajada islámica.

Pero saldrá adelante.

Perdón por este escrito apresurado. No hay mucho tiempo.

sábado, diciembre 22, 2007

Reencarnación

Esta rama
ya no eres tú.

miércoles, diciembre 19, 2007

Viaje astral

Un verso: universo.

lunes, diciembre 17, 2007

La India: ilusión y nostalgia

DOS INDIOS EN UNA TERRAZA DE NISAMUDÍN, BARRIO DE DELHI

Pongamos a mis dos mejores amigos indios, Manoj Sharma (izquierda) y Subhro Bandyopadhyay (derecha) para contar algo de la India.

Manoj, sentado en la escalera de la terraza de Morgar, lleva una manta liada a modo de lungi, la prenda que siempre llevo para dormir, aérea y cómoda. Nació en Delhi un uno de enero, aunque sus padres son de Uttar Pradesh, la región más poblada de la India. Allí ha ganado las elecciones este año una líder intocable (dalit) que promete dar mucha guerra. Del estado limítrofe oriental, Bihar, nació el budismo y el hinduismo. Casi todo el norte del monstruo asiático, desde Punjab hasta Bihar, es el cinturón del hindi: la región dominada por hablantes de este idioma. También, con la excepción de Punjab, es el corazón de la India depauperada. Es aquí donde tienen lugar muchas de las atrocidades que leemos y escuchamos en los medios de comunicación.

Manoj pertenece a una familia de bramanes, la casta más alta, que a su vez está subdividida en otras miles. Todos se ayudan entre ellos: nunca podré olvidar cómo, tras meternos en un tren sin billetes, intentamos todas las tretas y sobornos posibles para convencer al revisor de que no nos multara de forma excesiva. Nada surtió efecto. Pero Manoj le preguntó su apellido -donde está signada la casta- y le dijo: "Yo soy Sharma. Somos bramanes". "No me tienes que decir nada más. Eres mi hermano". Y nos dejó ir. Los bramanes han llegado a constituir organizaciones solidarias de ayuda a sus iguales, cuyo brazo político en ocasiones es de extrema derecha. Conocer estas redes es fundamental para vislumbrar qué se cuece en los subterráneos de este país destartalado y misterioso.

Lo que nos ocupa aquí, sin embargo, es la importancia del personaje. Manoj, desde su arraigo hindú, ha emprendido una lucha admirable por la autonomía de la voluntad kantiana. Rechaza a las mujeres que su familia le quiere endosar como esposas y se ha emancipado. Ama a su familia, pero odia la imposición y la jerarquía, base filosófica de las barbaridades que se cometen en el cinturón hindi. Vamos: que hace lo que le da la gana, algo que, en su situación, no es nada fácil. Nacido en una familia humilde de bramanes, trabajó conduciendo autorickshaws durante años y en muchas otras ocupaciones. Hoy trabaja en la embajada de Chile en la India gracias a su dominio del español, que le ha abierto las puertas a otros mundos. Ama y repudia a su país: lo defiende con la espada y lo critica con cuchillo. La esperanza de la India, en especial de su tercio septentrional, es que una nueva leva de mujeres y hombres se alcen con valentía y roturen los campos para plantar la más preciosa semilla: la de la libertad y los derechos humanos.

Subhro, por su lado, nació en Calcuta. Es un intelectual de extrema izquierda, como buena parte de sus compatriotas bengalíes, muchos de ellos sumidos en la pobreza. Es una delicia, desde luego, ver cómo él y Manoj discuten sobre el estado de las cosas en el país. Hay un sustrato común, pero las diferencias se hacen notar. Los ingleses dibujaron en Bengala, situado en la costa oriental de la India, una de las flechas de libertad que empiezan en el mar para morir a medida que se adentran en el territorio. Otros vectores salen de Bombay, capital financiera de la India, y de Pondicherry y Tamil Nadu, en el sur del subcontinente. Otra dimensión.

En la India nunca ha habido una revolución. Pero sí un movimiento intelectual independiente y sólido: el Renacimiento bengalí. Decenas de escritores bengalíes, desde el siglo XIX, se lanzaron al repensamiento de la India tradicional desde el aliento británico. No lo inglés: lo occidental, la necesaria ósmosis con ideas extranjeras. Ram Mohan Roy, Vivekananda, Ramakrishna, Debendranat Tagor, Rabindranat Tagor -mi objeto de estudio-... todos ellos constituyeron la crema de la intelectualidad india. Y todos eran bengalíes. No pensemos que Mohandas Gandhi aportó nada nuevo, en el plano intelectual. Sólo en el espiritual. Hablaremos otro día de ello.

Sorprende que en una región con tantos genios, la de Bengala, haya tanta pobreza. No analicemos aquí ésta tan trillada y compleja consideración: señalemos que Bengala, al igual que la India, vivió una partición traumática, aunque mucho antes, a principios del siglo XX. Los ingleses, otra vez, tuvieron mucho que ver. Para mal.

Subhro fue quien permitió la publicación de mis poemas en lengua bengalí. Lenguaraz y despierto, conoce la literatura española y la occidental mucho mejor que gran parte de mis amigos españoles. La lengua que dibuja el cinturón del hindi culmina en la costa bengalí, donde las facciones de los indios se suavizan (puerta hacia la otra Asia), los mofletes se acolchan y el mediterráneo encuentra paralelos con su cultura. Es una de las puertas de la India a Occidente, además de las ya citadas anteriormente.

En Subhro -que también es bramán- no hay conciencia de casta: en Manoj sí, porque ésta ha determinado su vida en los buenos y malos aspectos. El bengalí, más fervientemente ateo, es sorprendentemente menos promiscuo que el delhí, un promiscuo y craquelador de mucho cuidado. Manoj sufre y lucha por cambiar la mentalidad de una tierra con un acervo cultural antiguo incomparable; Subhro se lamenta del declive de la civilización bengalí, de su saudade intelectual, y sueña con liderar una revuelta ideológica y lírica que devuelva a Bengala a su sitio. Vemos que nosotros, los europeos, estamos en la misma lucha que Subhro: en la de la crisis de la palabra y el marasmo intelectual, aunque sabemos que la letra está inscrita en nuestra piel. Lo de Manoj es otra cosa: la construcción de un nuevo proyecto, plagado de obstáculos, irrealizable, en una parte del mundo donde el tiempo no transcurre, es incambiable. Ilusión en Manoj; nostalgia en Subhro.

Y melancolía en Europa.

sábado, diciembre 15, 2007

Desde el limbo: muerte y amor

Anoche soñé, maldita ilusión, que la abuela de ella se estaba muriendo. Yo no la conocía, pero había escuchado historias fanásticas de ella, relatos que habían alimentado mi imaginación y mi magra literatura.

Me da la noticia por teléfono. Estoy en una ciudad donde se mezclan calles de Los Ángeles, Barcelona y Delhi. Salgo en coche con mi amigo, pero me doy cuenta de que me he dejado la moto, de que sin el motorino no puedo llegar a ella. Tengo que volver atrás. Todo es una angustia circulatoria, un sufrimiento estético: porque el ámbito es luminoso y azul, alto y preciso: nombramiento de la belleza urbana.

Las calles se parecen cada vez más a las de Cornellà, en el extrarradio de mi ciudad. La encuentro. Llora. Yo le digo que nos vamos. ¿Es tu abuela o tu madre? Mi abuela. Vamos. No. Sí. Sólo quiero estirarme en el lecho y llorar. Yo no sé cómo reaccionar. Y la abrazo. Me siento compungido.

Entre las lágrimas, ella se manifiesta en otra orilla. "Me acabo de levantar con la boca llena de un sueño maravilloso en el cual tú y yo hacíamos el amor". No sé de dónde salen esas voces. Es el sueño de otro alguien. Amor y muerte, sexo y desaparición, se yuxtaponen en mi relato personal onírico. Siento el extraño peso del destino.

martes, diciembre 11, 2007

Lienzo, espacio: palabra, tiempo


MORGAR, DISERTANDO SOBRE SU LIENZO 'LA EXCESIVA ESCALERA' EN LA DESÉRTICA POBLACIÓN DE PUSHKAR. 21 NOV'07 / AMP


Dejemos de lado que el primer cuadro de Morgar es horrible. Detengámonos en su temática: es una traducción artística de uno de sus textos fundacionales, el relato-poema La excesiva escalera. Las tornas se cambian: si en el relato es una niña desesperada, encerrada en una galería gris circular, la que establece un diálogo con un niño que ve cómo los barcos cargan frutos y se adentran en el Mediterráneo, ahora es ella quien divisa la playa y él quien juega con la pelota en la sombra azul beckettiana.

Él se dirige hacia la cruz, hacia la muerte. Ella -observemos que su cara es la península Ibérica- observa el halo de los objetos que son y no son. Recordemos: ¿qué transportan los barcos? Naranjas sí naranjas sí. Manzanas no manzanas no. Y, sin embargo, la manzana -uno de los objetos mejor pintados del lienzo- es la única que aparece. Porque ella la desea.

En medio de la creación, la escalera. Como siempre.

Invitamos a los teóricos del arte, muy especialmente a Joan Pau, a analizar la simbología de esta obra, inmensa en su desplegar de signos y sentidos, flechas de carne que atraviesan el cielo indio para hundirse en las playas de Europa.

Mientras pintaba, con cuatro indios que me rodeaban y que alababan mi arte abstracto (sic), me di cuenta de las evidentes diferencias entre pintura y literatura. El arte está en cruel dependencia con el espacio: exige una gran tensión intelectual en los momentos álgidos. Mi lienzo no deja de ser una instantánea: no se mueve, aunque sugiera movimiento. En la escritura, en la que soy menos profano, todo es transcurrir, sucesión de imágenes, fulgor explicativo, rumor del río. Montaña y mar, pintura y poesía ocupan diferentes lugares, aunque por ellos pase el río de la creación.

Me aboca esto a una reflexión: la de si soy un animal temporal o espacial. Siempre he pensado que el espacio es moldeable, que se puede abolir con el movimiento y la acción, con la naturaleza transformadora del trabajo: talar un árbol, viajar en avión para ver a mis seres queridos, subir a la moto en busca del libro que quiero en la Vieja Delhi. Pero el tiempo, no. El tiempo, además de ser una creación humana -hecho que alimenta mi fantasía hacia él-, es inexorable, martillo del cuerpo, yunque que un día caerá sobre mí. Me madura y cambia los mundos: transcurre, en su trascendencia, como una grávida gota de sol del cielo a la tierra.

Miro mi lienzo. Me pregunto por qué he escogido la escritura. Primero, Morgar, porque el cuadro es horrible. (¡Aunque el tema de la obra te gusta!). Segundo, y más importante, porque escribir te parece algo muy difícil. Quizá erróneamente; seguramente hacer unos zapatos entraña más dificultad. Pero esto te parece imposible. Esto: disolver el lenguaje para volver a la exacta designación de las cosas, al primitivo reino sin palabras, que son las que hoy signan el mundo. Traición y lealtad: poesía trascendente. Y, como la primera vez que viste un balón, en el patio de la escuela, fue viable para ti hablar de él como si fuera la esfera del mundo, te lanzaste a la empresa imposible: al tiempo, a la literatura.

jueves, diciembre 06, 2007

La cabeza de El Prat

Sueño que camino por mi ciudad natal, El Prat de Llobregat. Ansío ver un rostro conocido. Ando en un parque que ya pasó a la historia, justo al lado de mi casa, donde jugábamos a fútbol y los dueños de los restaurantes nos echaban la bronca cuando la pelota golpeaba a sus establecimientos.

Veo una silueta familiar. Es Cabesita. Él parece no reconocerme: seguramente, me argumento en mi sueño, porque llevo pintas de indio. Me acerco a él, henchido de alegría, y los malos augurios desaparecen cuando me devuelve una sonrisa de sorpresas. Nos abrazamos. Vuelve a mí la cálida brisa del Mediterráneo, de cuando marcábamos goles juntos y nos juntábamos en uno. Él ponía la pelota por encima de la defensa y yo fusilaba a los porteros. Así pasamos dos años: dando servicios y goleando, atacando a la vida y protegiéndonos los cuerpos.

Su abrazo, siempre reconfortante, me trae un fuerte sentimiento de melancolía. Toco con las palmas de las manos su espalda ancha y justa. Vuelvo a la India con el despertar, anegado en una pálida sonrisa que me acompaña mientras acelero en la moto, en busca de mi pan cotidiano: la noticia.

martes, diciembre 04, 2007

En el desierto rojo

Por el desierto rojo,
camino.
Con larvas en los ojos
que perforan mi negro viso,
avanzo doloroso.
Me paro.
Hinco mis rodillas
en el océano de arena.
Quiero el fin.
Pero veo la rosa,
la Rosa del Desierto Rojo;
y me levanto,
y camino
por el desierto rojo.