escalera: febrero 2007

miércoles, febrero 28, 2007

Presencia otra

Yo estaba solo y risueño en el jardín.
¡Qué tristeza
al marchar ella de mi lado!

lunes, febrero 26, 2007

Yeh Mera Dil - Don

He encontrado el vídeo de la primera canción que escuché en la India: Yeh Mera Dil. Con Kareena Kapoor y Shah Rukh Khan.

sábado, febrero 17, 2007

Diario de la India (I)

Paseo tercero


Los hombres escalera me guían con su perro de los turbantes. Camino y observo cómo rezan los pescadores ancestrales, inclinando el yugo sobre la lluvia, haciéndose piel y mundo uno en la nuca negra. Arrobado, entro en el barco dorado de lo sij. Desde el fondo del cántaro escucho dioses del limón entero, del néctar amargo de los centros. El reverbero del abismo me mueve los pies: subo las escaleras de lo religioso. En el último peldaño de mármol, me lavo las manos en una jofaina rupestre. Llevo un vaso de cerámica a mis labios: el agua me fluye en frío universal. Piso con mis pies descalzos -peso animal- la terraza de lo otro, que me recibe con elevación de oro para compensar mi materia. La lluvia excesiva masajea mi ámbito, entra en mi piel buscando el frío de la cerámica violentamente, se transforma en madera de pino en jofaina, en pan ácimo que hace presencia en mis pies. Tiro de mi dedo índice, de mí, hombre lleno de manos, y pellizco el pan dorado. Me alimento con él y todo es como un diverso volver, como un ámbito girado en su fugaz trascendencia, como un cántaro reverberante, una campana de continua religión, dolor alto, sangre de tiempo, fulgor de un dios entregado, ámbito donde se roban las piedras de las alforjas sagradas, luz tenue que con furia azul entra en mi corazón de dos soles: corazón de soledad construido de maderas muertas y verjas oxidadas, de amor y rosa unida y árbol rojo y mar y vértice de amor. Corazón fulgurante que por fin ha roto su pretil: mi conciencia disparada hacia lo otro, espíritu de un paseo mío tercero.

miércoles, febrero 14, 2007

Indian Rickshaw Deconstruction

El barbudo me dijo que su rickshaw estaba libre. Me acerqué a él y regateamos. Partimos hacia nuestro destino, siempre pretérito y gelatinoso, como de ámbito azul.

Otros vehículos con trayectorias indirectas, honestamente descerebradas, invadían el espacio de lo nuestro. El conductor ahuyentaba a los cuervos sobre ruedas con improperios y golpes de cláxon. En un semáforo, besó el parachoques de un coche con su rueda delantera para avisarle del mundo verde, del paso abierto, en lugar de usar otros métodos más discretos.

Cabreado, subió una rampa. Un elefante nos daba el culo macilento. La famélica cola pendulaba con cachaza. En una vuelta, golpeó suavemente el techo del autorickshaw.

Volvimos a parar en un semáforo y vimos un accidente de tráfico. Nos miramos, impertérritos, indianamente.

"Rápido, rápido, que llego tarde", le dije. "Ok, ok, no problem", me contestó, según la constumbre. Me miré en el retrovisor y me arreglé el flequillo. Sentí la injusticia plúmbea de mi acto. Maisán aceleró. Arrinconé por un segundo la pasión encendida de mi cita: sus manos negras me ofrecieron un glacial entendimiento.

Para celebrarlo, estiré mi dedo índice como de una cuerda, me lo tiré al hombro como una toalla, lo recogí por detrás y lo llevé hasta su hombro: "This time, we'll be on time", le dije. Sentimos los dos un triunfo de la voluntad compartido. Pero mi dedo no paraba de crecer: se proyectó hacia delante. Maisán se asustó, pero intentó adelantarme. Le faltaba mucho para mis uñas.

Mis dedos tocaron la naturaleza y el relato se deconstruyó.