escalera: 2006

sábado, diciembre 16, 2006

Escribidor

Morgar escribe sobre la crisis de la palabra (pág. 220-222).

miércoles, diciembre 06, 2006

Amargura natural

Morgar ya tenía la cabeza en la India. El desplazamiento mental, sin retorno, se produjo unas horas después de abrir las primeras páginas literarias sobre esa cosa asiática, en la pluma de Mircea Eliade. El pobre ausente, porque Morgar no es otra cosa que un pobre ausente, soñó con unas enseñanzas que recibía de un maestro indio en una cabaña de madera de pino cortada a machete.

Se había dormido mediante la respiración de vientre. Sintió, ya en el sueño, el peso del trópico en el cuerpo deseado y deseante de alguien que buscaba su jadeo. Se revolvió en la casa total y miró al maestro a los ojos.

Salió a la calle: una rambla hindocatalana. Allí descubrió que todo era producto de la mente, como siempre habían sospechado los idealistas. Comentó tal extremo a su amigo, que no le creía. Así que Morgar hizo crecer un bocadillo crujiente de sus manos.

-¿Lo ves?

El amigo, simplemente, se zampó el bocata. Morgar, ya libre, consciente de que estaba soñando y de que podía incluso volar, hizo aparecer un quiosco, del que cazó una bolsa de patatas para su amigo. Sus favoritas.

Entonces se convenció de Todo. Una alegría como de navajas de oro empezó a cortarle la piel, dulcemente. Hubiera podido incluso creer en algo, darse a algo que no existiera, pero su único miedo era no romper los muros del sueño para mantenerse en aquel estado, ya sí, de éxtasis metafísico.

Me desperté en tranquilidad. Me llamaron al móvil. Con cachaza, respondí. Era mi jefe de política: mañana entraría dos horas más tarde. Dos horas más de sueño. El mundo me pareció, por unos segundos, algo bonito. Amargamente, me dije que siempre es agradable ver cómo le crecen las piernas a la ilusión.

lunes, noviembre 27, 2006

La huida

Yo no estaba entero y unido, porque era un sueño, y subí al ascensor. Una señora se metió en el habitáculo, también, con su carrito azul como mis camisas. Dentro del carro vi un niño de codos blandos y luces en el cóccix. Recordé aquel sueño en que caí por un talud rociado de brea y cuyo rebozo me permitió vislumbrar todos los géneros literarios como si fueran flores.

El niño me esperaba al final del talud para recoger mis despojos. Me percibió y yo le devolví una mirada inescrutable en el ascensor de Barcelona, planta 1. Se le subió del codo a la mano una camisa azul, como si fuera un tendedero humano de venas en vez de alambres, y le dio por aplaudir. Desconcertado, busqué el talud, pero sólo quedaba línea eléctrica de subida y bajada.

Afortunadamente, la mujer coriácea y el niño bajaron del ascensor. Pero, al abrir la puerta para permitir que ambos salieran, el niño me volvió a aplaudir. "Es un provocador", me dijo la madre.

Esto me dejó animalmente impresionado. Yo no había entrado unido, pero el alma me encimó el cuerpo y se disgregó todavía más. Me metí en el montacargas, otra vez, y llamé a mi planta. El ascensor se elevó, cosa que en los sueños no suele pasar. Pero el aparato se embaló y no paraba de subir. No pararía nunca.

Creí ver luces de otro mundo. Mientras subía hacia lo Eterno me pregunté, en medio de una angustia como la de abrir una verja oxidada, si aquel niño, el Provocador, no era yo. Y si aplaudía mi desgraciada decisión de dejar los cosos del corazón al azar y excentrarme en la literatura: la única flor con pechos de este desierto árido que es el da-sein.

domingo, octubre 29, 2006

¿Anarquista?

Libro acabado.

sábado, septiembre 16, 2006

El pozo

Esta vez soñé que estaba planchado en un sillón de la cabaña cortada a navaja. Era su casa, la de ella, supuestamente, porque los sueños son como subirse al lomo de un animal rociado de brea. Me levanté extasiado por la fragancia primaveral del hogar, por el crepitar de la leña y la helada matutina y brillante.

Yo estaba desnudo: mercurialmente desnudo. La brisa azotaba mi cuerpo peludamente, buscando el roce placentero con mi piel. Anestesiado, metí los pies en un pozo para desentenderme de la halagüeña mañana. El agua me cortó el espíritu en dos, y perdí de vista mi mitad más pugilística, que se perdió en el bosque para siempre. Sólo quedaba mi alma más frágil y recubierta de tulipanes: la del puro amor.

Me vi de nuevo de pie, sin haber apreciado en la secuencia del sueño un lógico desplazamiento vertical de mi cuerpo. Hacia el cielo azul, entiendo. Seca mi piel, socarronas mis manos, ondulado y gelatinoso mi pecho, miré hacia el umbral de la Puerta. Era ella, también desnuda.

Avanzó majestuosamente. Sacaba pecho y mi pene lo agradecía. Se acercó a mí como lo hacía siempre, pero no me tocó. Pasó de largo, con la mano izquierda posada en su muslo moreno, desde donde chasqueaba escandalosamente un liguero. (Esto lo soñé lingüísticamente, después de haber leído a Marsé).

Ella estaba haciendo la colada. Tendió la ropa y las pinzas luminosas se le cayeron en su regazo imaginario, así que temí por que aquellos dedos de madera remachados con hierro se metieran en su vulva como peces escurridizos. Los cogió y los envió de nuevo al inmenso mar de mis sueños, donde bucearían siempre en la búsqueda imposible de mi alma pugilística, ya anegada en el océano total.

Agarró ella el canasto repleto de ropa dorada y volvieron a florecer de su tronco sus magníficos melones perfumados con romero, que convertían el cesto en un infierno eclipsado por la luz del paraíso. Ahora sí que viene hacia mí, pensé, mientras acariciaba mis músculos y una chispa caliente de la chimenea calmaba la condición glacial de mis glúteos. Ella pisó cerca de mis huesos. La vi en el preciso instante del derrumbe, con sus ojitos puestos en mi nariz en lugar de en mis ojos debido a la ya incipiente caída; con los ojos en mi ombligo de níquel pero los pechos aún marmóreos: con la mirada en la luna, que estaba debajo de nosotros, en las profundidades del pozo que me había refrescado y que evitó nuestro cálido abrazo.

jueves, septiembre 07, 2006

La derrota del corazón

Anoche mientras dormía soñé que vagabundeaba por un parque gris, redondo, grande. Había columpios plumiformes, robots que fingían ser bebés para hacerme creer que todo aquello, efectivamente, era un sueño, y abuelas vencidas por la modorra vespertina.

Me senté en un columpio tradicional, que por otro lado era igual al que tenía en frente de mí, aunque no recuerdo las cadenas. Es importante que el lector retenga que el columpio era azul.

Me levanté y amagué con practicar otras artes lúdicas: pensé en aprovechar al máximo aquel parque implícito para postadolescentes que no habían superado la infancia.

Mi politraumatismo no me estropeó la tarde, aunque me limitó en algunos de mis movimientos. Volví al columpio y se convirtió en un saco de residuos orgánicos en el que no osé sentarme. Una niña que estaba a mi vera sí que se decidió a hacerlo, aunque en el otro columpio que no me estaba asignado.

Me marché con mis padres, como haciendo ver que la chica no me interesaba. Me llamó, me gritó, me dijo que tenía amigas para mí. Pero yo, impasible, continué avanzando y pensé en mi pelo enmarañado.

Es importante retener que lo que relato es un sueño.

Al reunirme con mis progenitores, mi padre quería esperar al sábado para una cena misteriosa. En cuanto a mí, me vi perdido en una cosecha de nabos y ostras gigantes, en una tierra árida y andaluza. Me mesé el pelo y renuncié a los juegos del amor, aunque los dedos se me quedaron atrapados, probablemente para siempre.

Morgianidad del sueño: 1
Estética: 5
Sensorialidad: 2
Importancia filosófica: 7,5

martes, agosto 29, 2006

Unas ostras de sangre dentro de mi cabeza me rompieron el corazón

Se, se. Anoche, además de suñar que era bonísimo yugando a fútbol, me vinierun en sueñus otras manifestaciones del alma. Me encontraba a medio camino entre el andar y el trotar por una galería cuadriculada. Las paredes tenían colores pesadísimos, como de pesadillas de las gentes del medievo. No sentía, sin embargo, sensaciones de angustia o derivadas, sino una absoluta suspensión en aquella tierra gótica amarilla y premoderna.

Un latigazo me estremeció, como una navaja blanda que viajara de la nuca a la coronilla. Estaba soñando. Quieru decir: supe que estaba suñandu. Sentí por primera vez aquello del tempus fugit, de que aquella era una ocasión irrepetible, un asidero para el sexo. Mis sentidos estaban de vacaciones y aprovecharía para hacer realidad mis fantasías límite.

Pero parece ser que mi mente también disfrutaba del periodo estival, porque mi 'fantasía límite' en ese momento se redujo al pensamiento de que quería hacer el amor con equis. Llamémosla así, a la chiquilla. O llamémosla criatura ladina.

De modo que arranqué a correr como un loco, en busca de la criatura ladina, y tiré al piso los cuencos de pintura pesada que adornaban aquellas paredes. Salí de la galería, me metí en otra, y no paraba de pensar: "Estoy soñando, estoy soñando". Tenía que aprovechar.

Quise coger por la verija la situación y controlar mis pensamientos, pero no pude. Cuanto más me obsesionaba en la idea de fantasía sexual límite, más se me inflaba la cabeza de mejunges nerviosos, de células gigantes como ostras de sangre. No se trataba de un sufrimiento finisecular, sino más bien de la advertencia de un fracaso moral.

El cráneo estaba al borde de la explotación, así que desperté. Yamás ulvidaré el sentimientu de frustracion que me avino al curason porque no pudí facer el amor con la criatura yudía.

Morgianidad del sueño: 6,5
Estética: 4
Sensorialidad: 6
Importancia filosófica: 5


EFE
am

Inverso

Anteanoche soñé que transitaba amablemente por una carretera estatal con mi familia. La cabeza transcurría en la acción y la acción transcurría en mi cabeza con insultante normalidad. Notaba apenas un exceso de luz roja en toda la región onírica frontal a mí, a la cual no quise dar la más mínima importancia, entre otras cosas porque en un sueño los interruptores no funcionan, las personas están para luego no estar, etcétera.

De pronto me di cuenta de que esa luz, de naturaleza que yo creía innegablemente poética -¡y qué abuso en la poesía de la palabra luz!-, no era otra cosita que las luces traseras. Yo conducía normalmente, entiéndase, con el volante ante mis narices, pero el coche estaba girado.

Al ser advertido de ello por mi padre, el problema se plantó en mi cabeza. Las cosas habían ido bien hasta ese momento, por lo que no vi ningún inconveniente para trocar objetos. Ante la insistencia familiar, me salí de la vía pública y en la cuneta hice una maniobra para dar la vuelta: ahora sí, las luces traseras estaban en su sitio, y las delanteras también. Esta última aclaración no es una perogrullada.

Llegamos a un pueblo, que se transformó en una pista de fútbol. El coche trocó en una bicicleta. Los jugadores me alentaron para que saliera a la cancha azul. Pero me metí en una iglesia pagana adyacente. Una vez dentro, di por supuesto que algún mardano modorro o algún pelagatos me robaría la bicicleta. Al asomar el cabolo, sin embargu, me di cuenta de que mi bici verde no había sido objetu de embargu. Digo esto porque tuve algunas alucionaciones ladinas. Amarillo. Blanco.

Después pensé si lo del coche era una indirecta interna sobre el artículo que escribí de Beckett y la generación inversa, que supuestamente es la mía. La temática generacional cobrará importancia ladina en mi obra, me dije mientras llevaba a buen puerto las abluciones matutinas. ¿Qué obra? Me siento como un coche girado.

Morgianidad del sueño: 7,5
Estética: 2
Sensorialidad: 3
Importancia filosófica: 6,8

miércoles, junio 07, 2006

Gamoneda: "La poesía no es literatura"

Había leído algunos poemas suyos cuando tenía 17 años, pero no recuerdo en qué libro. Más vívidamente recuerdo haber visto en La Central El libro del frío, que evidentemente era azul, y que me hizo pensar por primera vez en cómo sería el primer libro que yo publicara, y en la relación entre el contenido poético y el continente editorial.

Ayer Gamoneda expuso sus "ocurrencias" en el Ateneo Barcelonés, con motivo de la inauguración de unas jornadas poéticas que no vienen a cuento ahora. "La poesía no es literatura", dijo. La literatura bebe de la ficción, mientras que la poesía lo hace de la realidad. La poesía no es ficción.

No dijo lo que es la poesía, evidentemente, aunque lo sugirió. El discurso poético existe, pero es otro, y tiene una autonomía separada. Una de las expresiones cotidianas del "pensamiento poético", los sueños, sí que son son realidad. "Los sueños no son ficción", insistió.

Gamoneda también esbozó algunas diferencias entre el método poético oriental y el occidental, que, dijo, actúan de forma inversa. La poesía oriental (y aquí todos pensamos en la literatura) va del exterior al interior: es un rodeo centrado en la narración que desemboca en la interioridad poética, en el mensaje lírico.

Del método occidental no habló. Pero dijo que era como el verso de Gustavo Adolfo Bécquer: "Tus labios son un rubí".

Evidentemente, la poesía sí que es literatura, al menos hasta que no separemos en nuestras mentes el concepto de poesía al que alude Gamoneda de la expresión escrita y el resultado de la poesía, que también conocemos como poesía. Porque la literatura no sólo es ficción, sino una consecuencia, un desborde del oscuro manantial de la creación, de la misma naturaleza en Faulkner que en Beckett o Hölderlin. O sea, con un mismo origen pero con diferentes manifestaciones: en géneros distintos: novela, teatro, poesía.

Y en cuanto a los métodos, esto significa que los mejores poetas españoles últimos (Valente, el propio Gamoneda) están orientalizados. O que el método oriental es más propiamente lírico.

viernes, junio 02, 2006

Lo que no es duda del alma es totalitarismo de los sentimientos

Anoche soñé que caminaba por una galería gris circular. Era una de ésas tan largas que más bien se asemejaba a una recta, por aquello de que el círculo es una línea infinita. A cada siete metros cometía alguna insensatez, siempre nimia, pero detrás de mí iba una chica que me justificaba ante los transeúntes y ante dios, que por otro lado no existe.

Nunca era yo quien me paraba a explicar lo que hacía. Agradecía inmensamente a la chica que me seguía su labor al servicio de mi dignidad, pero no me veía en condiciones de defenderme. Avanzaba con mariposas en las orejas, con un halo de inexistencia abismal.

Entonces vi un cartel pegado en la galería gris circular. Era el pasaje de un cuento de Beckett que me hizo entrar en su literatura. Paseaba él por el cementerio, donde estaba enterrado su padre, y comentaba que prefería el olor de los muertos al de los vivos -pies, dientes, sobaco-. Y en el cartel ponía aquello que me tocó el corazón, respecto al aroma del cementerio:

"And when my father's remains join in, however modestly, I can almost shed a tear". Aunque en el sueño recuerdo un 'could' en vez de un 'can'.

Todos tenemos un pasado más o menos turbio del que arrepentirnos. Avanzamos por la vida con la cabeza alta y la conciencia limpia. Yo nunca me fiaría de alguien con la conciencia limpia. ¡Pobre conciencia! ¿Cómo la habrán torturado para que no proteste?

El estado natural de un alma es la duda y el pensamiento excéntrico. O sea, el pensamiento que no está en el centro, en el yo, sino en las intermitentes sensaciones de libertad que nos da el transitar por este valle de lágrimas.

jueves, mayo 18, 2006

Morir

Llega mayo. Todas tus amigas y amigos se enamoran y asistes al derrame desconsolado de lágrimas a causa de las competiciones deportivas. Las del Barça, aunque yo sea culé, no me parecen interesantes. Voy a pararme en las de un club de fútbol que este año ha ganado la Copa del Rey y casi desciende a segunda división: el Espanyol.

No es lo mismo entrar en el cielo que librarse del infierno. Coro marcó en el partido de la final y en el partido que salvó al Espanyol. La primera fue una celebración estival y la segunda nocturna. La Copa vino como un regalo, como algo a lo que puedes aspirar pero que no tienes claro que te merezcas. Las lágrimas eran de felicidad sostenida, cerebral, como no pudiendo creer algo que, en realidad, era previsible una vez llegada la final.

Las lágrimas de la salvación son más mercuriales. No había más que ver a Tamudo. No hay ninguna felicidad en ellas, sólo un abismal alivio, como quien va a caerse por un barranco y logra subir a pulso hasta la tierra firme, con las manos ensangrentadas. No hay en esto ninguna apelación divina, ningún agradecimiento a los dioses. No se mira al cielo; se mira a la tierra, donde se vierte el agua de los ojos.

Son lágrimas de arrepentimiento. Dolorosas y reales. Las otras son de mentira. Nadie ha ganado nunca ninguna Liga, ninguna Copa. Nuestras vidas transitan por la tabla de primera división, sin acceso al cielo: como mucho con opciones a una UEFA imposible, que es cuando echamos algún polvo que vale la pena. Un día bajamos la guardia y por poco caemos en el pozo de segunda, pero nos salvamos por los pelos y sentimos un alivio narcótico inenarrable. Eso será lo único que recordaremos. Al día siguiente, nos falla el corazón, morimos y nos entierran en segunda. Para siempre.

miércoles, mayo 17, 2006

Resurrección

Anoche soñé con Samuel Beckett, pero no era claramente él. Estábamos Fran y yo alrededor de una hoguera, junto a otros caniches y hombres. Entonces Sam llegó, maquillado, no tan delgado como siempre. La emoción me sobrepasó. Pero comprendí en seguida que no era Sam, sino que era Buster Keaton interpretándole en mi sueño.

Fran me miraba, recordó cosas que yo le había contado sobre Sam y empezó a preguntarle sobre su obra. Vi cómo Sam Keaton se sentaba con nosotros en la hoguera. Ahora que la luz daba de bruces en su cara, le veía mucho más gordo, mucho menos Beckett, sin la mirada aprendida.

Se extrañó mi amigo Fran de que no preguntara nada a Buster Beckett. Mi grado de excitación no se degradó, sin embargo, y éste fue el detalle que más me impresionó del sueño. Como si lo que realmente me mantuviera literariamente vivo, a mí, no fuera Samuel Beckett directamente, sino un Sam recordado por mí, lateral, inescrutado más que inescrutable.

La pátina ocre del fuego aguarda acrisolada en mi cabeza. No llegará Godot, porque el ámbito poético de Sam es tan excesivo que su solo recuerdo me parece suficiente: tanto, que ni siquiera querría sustituirlo por su directo. Anoche tuve mi último sueño como humano propiamente dicho.

domingo, mayo 14, 2006

La soga

Anoche soñé que se acababa mi cabeza. Me recuerdo entre amigos, reclinado, con las rodillas en el pecho y la cabeza sobre un cojín del sillón, donde mis conocidas y conocidos hacían qué sé yo. Estaba yo ajeno al ruido mundanal, y la sangre me subía a la cabeza.

Cuando quise levantar los ojos, sufrí el lógico mareo de la vuelta de la sangre a zonas más meridionales. Pero pronto descubrí que sentía un dolor intenso, insufrible, membranoso. Tenía una jaqueca de aúpa, pensé. Pero no era eso.

Me puse las manos en el cráneo y noté una vena que me quedaba colgando. Lo terrible es que era gruesa como una soga, y me precipitó a pensar que aquello era el fin de algo, de mí quizá. Una enfermedad del cerebro.

Inmediatamente me puse de pie. Estaba muy asustado. La vena 'volvió' a su sitio, pero la notaba horriblemente suelta. Si sacudía la cabeza, me golpeaba en las cavidades de mi cráneo. Sabía que, en caso de ponerme bocabajo, la soga sanguínea caería al vacío. Y yo con ella.

Una de las muertes más terribles tienen que venir de un colapso lento de la mente. Si algo me asusta, es tomar consciencia de la pérdida progresiva de capacidad intelectiva, en el tiempo. Yo no soy mucho, ontológicamente. No existo mucho. Es verdad. Soy un animal intelectual; si mi pensamiento se desvanece, estoy muerto.

sábado, mayo 13, 2006

El laberinto

Anoche mientas dormía soñé, ¡bendita ilusión!, que una mariposa aleteaba en mi corazón. Había acudido a un acto, como periodista. Cuando finalizó, vi a un intelectual que me debía una contestación a un tema que le había propuesto. Hice como si no lo viera. Salí de la conferencia y noté como una chica que conocía caminaba detrás de mí. Al principio disimulé, pretendí seguir andando e ignorar sus pasos, pero pronto me di cuenta de que esto era insostenible y me giré para saludar.

Bajamos juntos una cuesta empedrada, como las de la costa granadina, quizá con destino a nuestras respectivas casas. De repente, nuestros cuerpos se empezaron a aproximar peligrosamente. Un choque arbitrario de nuestros brazos hizo que ella se plantara en frente de mí, con un movimiento propio de un trompo, y que acostara su cabeza sobre mi hombro.

Yo no supe cómo contestar a su lenguaje corporal. Sentí que era ella quien tenía ganas de tomar la iniciativa. Pasó sus labios por mi cuello hasta llegar a mi boca, y nos perdimos en ósculos. Consumado el acto amatorio iniciático, la aprisioné contra un coche y nos perdimos de nuevo, esta vez en golpes voluptuosos.

Una puerta se abrió. Lo comprendimos y entramos. Ella se tumbó con abúlica tranquilidad en lo que comprendí que era la cama de mi casa. No. La de la casa de mi abuela. La planta baja, oscura, perdida...

Nos entregamos el uno al otro. Noté que con cada nuevo bamboleo sus mejillas se encendían más, como dos rosas que yo estaba regando con el placer y que fueran a colapsar la habitación. Le rompí la camisa y ella lanzó su cabeza atrás con los ojos cerrados. Me agarraba fuertemente para que nuestras zonas pélvicas no se separaran. Aún ahora, mientras relato lo soñado, no puedo evitar una humilde excitación.

Pero cuando quería entrar en ella, nuestra ropa se recomponía y todo volvía al principio. Esto pasó dos veces. A la tercera, imaginé que vendría alguien; así que le dije que si veía a mi padre, que no se preocupara. Ella siguió con sus juegos amatorios, pertinaz. De pronto, pasó alguien. Es mi padre, dije yo. Pero era mi jefe de política, leyendo el diario y mirándome con sus ojos tan azules, sin reservas, regalándome toda su confianza, como siempre, e ignorando olímpicamente el panorama erótico que podía contemplar.

Lo intentamos de nuevo. Pero esta vez me vi trasladado a una sala contigua, donde pedía a mis primas pequeñas y mi hermana que se tranquilizaran, que no gritaran; les tocaba la cabeza, me palpitaban las sienes. Volví al dormitorio.

Ella no parecía afectada por ninguno de los contratiempos, pero yo estaba hasta los huevos. De nuevo, cuando iba a entrar en ella, sujetados los muslos desnudos, la volví a ver con los pantalones puestos. Supe que estaba soñando. Comprendí la circularidad del sueño y me negué a reproducir el eterno retorno en mi inconsciente. Decidí despertarme. Era un suplicio tantálico.

Cuando abrí los ojos, dos imágenes se quedaron grabadas en mi mente. Las rosas rojas de sus mejillas deseantes, que llenaban mi habitación. Y los grandes ojos azules de mi jefe de política, que estaban suspendidos en la estancia a modo de Big Brother. Decidí en ese mismo momento que votaría 'sí' al Estatut. Y me sentí perdido en los laberintos del deseo.

jueves, mayo 11, 2006

Las pestañas

Anoche, mientras dormía, soñé (bendita ilusión), que un amigo y yo estábamos en la cama. Había una manta marrón en el suelo y conversábamos mientras pernéabamos las sábanas que sobrevivían, tan blancas como otra cara que apareció por allí, más tarde. Él me miró, habló pastosamente, se apagó la luz, volvió la luminosidad. Era la cama de mis padres. Recordé todas las noches que había pasado en ella...

Giré la cara y la vi en el suelo. Era la cara lívida de una de las ex novias de mi amigo, no especialmente guapa. Me burlé de ella: le saqué la lengua y un ojo. Ella se anclaba al suelo, como atrapada por una fuerza mercurial. No sé si ella sabía que mi amigo estaba allí; pero lo que sí que era seguro -no sé cómo- es que mi amigo sabía de la presencia de su ex novia. Me vi en una situación divertida, nada embarazosa, que decidí solucionar con una actitud distinguida e impertinente a partes iguales: comportarme como si nada.

Logré pensar, en el mismo sueño, que ignorar algo es un acto de superlativa normalidad. Llegué a plantearme, mientras repasaba la limpísima cara de la ex amante de mi amigo, cómo era posible que algo tan ideológico como la ironía sobreviviera a la suspensión moral que se le supone al mundo onírico. A los sueños.

Lo más relevante, sin embargo, no fue eso. Fue otra cosa. Este sueño es muy mediocre, por así decirlo. Pero por primera vez, que yo recuerde, me pasó por el pensamiento la idea de la Creación, mientras miraba el techo tumbado en la cama y con los delfines en el suelo. Así que cogí un cuaderno y empecé a escribir literatura propiamente dicha. Recuerdo algunas frases. "Lo peor no es robar, lo peor son las flores...". Y alguna más. Pero sólo ésa la recuerdo claramente. Me parece que escribí un verso precioso, pero no lo recuerdo. Se debió de quedar en las pestañas de ella, único punto oscuro (Creación) en el blanco prístino y absoluto de su cara.

Entonces ella abrió los ojos.

martes, mayo 09, 2006

Velocidad

Anoche cuando dormía soñe -bendita ilusión-, que la velocidad se me hundía en el corazón. Me apartaba en una acera mercurial y no quería recoger las cáscaras de pistachos del suelo. Ella me decía que sí, que agarrara la moto y que diéramos un paseo para que el viento nos diera en la cara. El sueño, desprovisto de cualquier connotación erótica, se desarrolló entonces terriblemente en el asfalto.

Las primeras curvas las tomé bien. Pero en seguida llegaron los stops. En las rectas cogía tanta velocidad que no me daba tiempo a frenar lo suficiente como para vigilar si se acercaban coches en los stops. Era como un videojuego, como si mi imprudencia no fuera a tener realmente consecuencias negativas.

Me salté uno, dos, tres stops. En el primero casi muero, en el segundo lo pasé un poco mal y del tercero no recuerdo nada. Perdí el miedo y empalmé con la autopista. A más velocidad que nunca, ahora sí legitimada, perdí además del miedo el control de la moto, y caí como Sete Gibernau, deslizándome blandamente por el asfalto. Me veía aéreamente en el sueño, resbalando por lo gris, con la boca y el alma abiertos ante el espectáculo estético de la caída.

En cuanto a la chica, amiga mía, no sé dónde se quedó. Recuerdo que el primer stop lo pasamos juntos porque me agarraba de la cintura. Imagino que se bajó ante mi temeridad al manillar antes de llegar a la segunda señal en rojo. Había perdido -una vez más- la consciencia de ella y de mí.

Morgar, soñador, idiota: cuando por fin te despegabas de lo real, cuando cabalgabas el cetáceo salvaje de lo vertiginoso, diste dulcemente de mofletes en el suelo.

domingo, mayo 07, 2006

Al tren chu chu

Anoche mientras dormía soñé, ¿bendita ilusión?, que una mujer antigua me quería parar el corazón. Yo estaba en el andén, más mercurialmente si cabe que nunca, y quería entrar naturalmente a mi vagón correspondiente, una vez llegó el tren. De repente, la mujer antigua se puso delante de mí: yo buscaba otra puerta, otro vagón, pero ella me acompañaba como si fuera un portero de futbolín, rozándose indisimuladamente con mis carnes.

Inmediatamente, me vi trasladado a otro plano. En esta lucha por agarrar el ferrocarril, su torso golpeaba suavemente mi pecho, su trasero se acoplaba con mi parte delantera. Estaba ya en otro mundo, que ni siquiera era el del placer, porque había vivido aquello tantas veces... Reconocí pasajeramente un cierto benestar, me dejé llevar un poco, y crucé hacia otras vías donde no estuviera la mujer antigua.

Por primera vez, mi miedo a cruzar una vía desapareció. Cuando vinieron hombres a mi lado, no tuve miedo, porque tenía la seguridad de que podía proyectarlos o cortarlos en pedacitos. Vi a un ninja a lo lejos, y a la mujer antigua. Me pareció un sueño tan poco original que quise olvidarlo todo, ya no aguantaba nada que no fuera hijo de la Creación...

Lo peor de las cosas que nos pasan son los recuerdos que traen consigo. Nada sería terrible si la mujer no fuera antigua, conocida; si yo no cogiera el tren cada mañana; si cada día no me viera atrapado por la invisible parálisis de la esterilidad creativa... ¡Ah, amnesia, la más dulce de las musas, sálvame de este desasosiego!

viernes, mayo 05, 2006

Diario de sueños

Anoche soñé, bendita ilusión... que una rubia entraba dentro de mi corazón. Soñé que me acostaba con una morena mediocre, en algo que parecía mi casa pero que no era mi casa, como siempre. Me dio por recordar, en el sueño, aquella salita de antaño, donde yo con ocho años bloqueaba la entrada a la habitación con un sillón y, creyéndome en una empalizada a la que mi madre nunca podría acceder, me comportaba peor que nunca. Además, clavaba mis rodillas contra los cojines del sillón y decía: Quiosco Smacks. Por los cereales, supongo. Y me ponía a vender cosas a los transeúntes que buenamente pasaban por los pasillos de mi casa. Mierda, llaman de la aseguradora.

En todo caso, era en esa habitación mítica, irrecuperable, donde se desarrolló mi sueño de anoche. Allí desfloraba a una morena con vacua tranquilidad. Se ve que también venía con amigas, porque unas escenas más tarde ya estaba yo foguéandome con una rubia estratosférica, adecuada. Al desflorarla, a ésta también, sentí algo diferente, triunfal. Al levantarme por la mañana, ella estaba untando mantequilla en tostadas tiernas y yo comprobaba, gracias a un beso en la boca, que nuestro nexo erótico o amoroso aún no se había disuelto. Esto me llenó por dentro, no sé cómo explicarlo.

La morena, aquiescente, asistía impávida y resignada a nuestra floreciente historia de amor. Mi rubia, tostada de piel y eléctrica al tacto, me decía: "Además, tú eres escritor". Yo le decía que no, aterrorizado, y ella me dijo que "por los libros". Ah, te refieres a la biografía de Pessoa, que llevo en mi bolsa, has estado chafardeando. No, me dijo ella, me refiero a los libros de Kafka que llevabas en la mochila el año pasado.

Este sueño me ha preocupado enormemente. Me he planteado, nada más levantarme y cegado por el peso del sueño, si acaso no ando falto de cariño, como todo el mundo intenta hacerme ver. Inmediatamente, he descartado esta posibilidad. Menudos mamones, menudas cabronas. No soportan la libertad ajena. Además, las rubias esas de mis sueños a mí no me gustan. El momento trascendente no es el del beso; es otro. La libertad es pura vacuidad.

jueves, abril 13, 2006

Mucho mejor tus libros, Samuel Beckett

Esta mañana, he visitado Laie y otros habitáculos culturales para acabar un reportajillo de los libros sobre el Estatut que podrán comprar los lectores etcétera en Sant Jordi. Me he comprado Cómo fue: recuerdos de Samuel Beckett, de Anne Atik. Claro. Para celebrar que hoy, hace cien años, nació Samuel Beckett.

Se, se. Los medios de comunicación no se hacen eco. Es vergonzoso. Sólo La Vanguardia, que, por cierto, recomienda el mismo libro que me he comprado. Por cierto (II), en un artículo el autor dice que Barcelona es una ciudad "muy beckettiana". Después aclara que es porque está la Sala Beckett, porque se representan sus obras. Ah. Bueno. Entonces sí... Porque lo otro...

Voy a informar a mis cuatro lectores de algo de suprema importancia y que todavía por lo visto no saben en las secciones culturales de los media.

Es una buena noticia.

Me lo voy a comprar en cuanto salga.

Sólo nos quedan las palabras.

jueves, abril 06, 2006

Y mejor tu literatura...

Mucho mejor mi vida, Samuel Beckett.

Mejor escribir sobre i-Pods de terciopelo

que componer un poema sobre Descartes

imaginando huevos fritos para justificar

su separación de los cuerpos y las mentes,


mejor inspirarse en mensajes al móvil para escribir cuentos de amor,

enllagarse las zarpas, sufrir dáctil vahído, tragarse las pelis de Meg Ryan,

que imaginarse un hombre homogéneo y escribidor de Molloy

despreciado por las infecciones de las pieles rojas

-deseo de ser hombre irlandés-

remirar los agujeros de mi reloj Casio, tener agujeros la medida exacta para meter una pepita de sandía y nada más

y cuando salga transformarse en un mástil con mariposas pintadas

y que los primitivos de mi siglo se metan en las fauces para tocar el suelo y tocar el cielo y ser todo uno, porque todos quieren ser uno, Melville, digo Sam,

y como el mástil tiene mariposas las mariposas se meten en el cuerpo de los primitivos y les hacen cosquillas en las tripas

para imaginar mi imaginación y pelar dátiles en habla con mi vida, Beckett, mejor;


mucho mejor mi vida, Samuel Beckett,

mi era de desaparición contra tu era de destrucción

es tu alma de pájaro,

y tu alma de pájaro,

y mi alma de nada, o mi alma de nada,

y tu romper con la cadena de plata de la niña a bautizar

y tu ver cómo crece subida al techo hecho de latas de Coca-Cola de la iglesia a la niña que mete pepitas de sandía por los agujeros del reloj Casio y fabricar un collar indígena: mejor un casting que una tarde con James Joyce,


mejor la mía, Samu,

para qué tanto Proust y tanta polla, tanto francés de mierda,

mejor probar todas las lenguas que van del sida al aborto franquista,

mejor morirse en este alejamiento secular de la esencia de una vida humana

que ver el final de Europa que tus ojos como murciélagos ignoraron,

es mejor a creerse que Occidente se está aniquilando, Beckett,

asistir a la inesperada rueda de prensa del Mundo anunciando su desaparición

un domingo de jazmines cortados que te miran por encima de las gafas de sol japonesas que parecen de Lolita,

esa mañana, Samu, el Mundo anuncia su dimisión, después de un escándalo de malversación de fondos, de encuestas que unos locos tachan de “ilegítimas” por utilizar dinero público para averiguar si estábamos contentos con él.

Sam, a la rueda de prensa no acude casi ningún medio de comunicación. Te gustaría. Piénsamelo.



Mucho mejor mi vida, Samuel Beckett.


viernes, marzo 24, 2006

Cuaderno ecuatoriano

He dado por cerrado el Cuaderno ecuatoriano. Son 52 páginas que quien quiera puede pedirme personalmente. No todo su contenido se ha publicado en esta bitácora. Este cuaderno, con los diarios de Morgar Ladder y Escalona Puga, lleva en sus principios una presentación de A.M. Se, se.

Sí que puedo decir que estos pésimos escritos acaban así: Morgar le pregunta a Escalona: ¿Te has atrevido con la poesía? Y Escalona no contesta.

sábado, marzo 11, 2006

Cuanto más escribo, más fe pierdo en mi literatura, si es que tal cosa existe.

martes, febrero 07, 2006

Castigados

Hemos descubierto que la autora de este legajo es Escalona Puga, quien parte, por cierto, en estos momentos ciertos hacia Tiputini.

A George W. Bush, quien con sus ocho años de mandato va a traer al mundo tanto arte que sólo se empezará a percibir cuando el sol cabriole a causa de su forma.


Érase una vez la niña con las mejillas sonrosadas y yo. Íbamos a clase juntos. Creo que éramos novios. Nos veíamos mucho. Nos dábamos besos. Dicen que ella se escondía detrás del arbusto y yo no la encontraba. Entonces me enfadaba. Dicen también que en el patio se nos veía caminar de la mano y que yo clavaba mi mirada en el vuelo de los buitres. Entonces ella se cabreaba.

Un día, la profesora hizo algo que nadie había hecho: salir al patio. Y nos vio y nos castigó por darnos besos. Nos metió en clase durante diez minutos para que pensáramos.

Cuando volvimos al patio, miré al sol y era cuadrado. (Los japoneses simplifican el sol y lo representan de forma cuadrada.) Tenía el sol una cuerda de cometa. Entonces comprendí la mentira: todo era un dibujo. Le di un beso en la mejilla a la niña con las mejillas sonrosadas. Ella se escondió detrás del arbusto; yo llamé al buitre, me subí a su lomo y los dos volamos en sentido al cuadrado amarillo.