escalera: 2007

domingo, diciembre 30, 2007

Delhi

Estoy en Delhi. Viaje fallido. Próximo intento: 3 de enero.

sábado, diciembre 29, 2007

Pakistan

Estoy en Bombay, a la espera de un vuelo que me lleve manana a Karachi, tierra natal de Bhutto.

viernes, diciembre 28, 2007

Bhutto

Ella no quería entrar en política. Lo hizo porque su padre, Zulfikar Ali Bhutto, tras ser derrocado como primer ministro, fue ejecutado por el régimen de Zia-ul-Haq en 1979. También dos de sus hermanos, como ella, fueron asesinados. Historia trágica, sí: pero no más que la de los Gandhi en la India.

Con tan sólo 35 años, se convirtió en la primera jefa de Gobierno de un país islámico. Dos veces estuvo en el poder, y dos veces no pudo acabar su legislatura. Pesaban sobre ella casos de corrupción. Se exilió -o, mejor dicho, huyó de la Justicia- y volvió a Pakistán en octubre de este año. La intentaron matar, entonces. Y ayer, finalmente, la asesinaron: fue a saludar a las multitudes desde su coche y le dispararon en la cabeza y el cuello. Y, después, su asesino se inmoló.

Benazir es la bandera de la democracia para los medios de comunicación occidentales. Aunque desde la muerte de su padre no haya celebrado elecciones en su partido. Aunque no haya conseguido articular una oposición liberal sólida que dé guerra a los militares y los islamistas. Aunque haya negociado una y otra vez con Musharraf.

Era la vedette de Pakistán.

Bhutto y Musharraf son el espejo de Pakistán, donde los liberales no son suficientemente liberales y los dictadores no son suficientemente dictadores. A lo mejor el problema del país no es su condición musulmana (análisis esencialista), sino su origen y desarrollo: nació a la sombra de la India en el parto más doloroso del siglo XX, perdió la mitad de su población cuando Bangladesh se independizó en 1971, y se unieron en sus fronteras musulmanes que tenían poco que ver entre ellos: la clase alta provinente del norte de la India, cuyos antepasados habían vivido el Imperio mogol, las tribus de la Provincia de la Frontera del Noroeste (terreno talibán), y la clase obrera punjabi.

Pakistán nació como un hogar para musulmanes y, golpe tras golpe militar, se ha ido convertiendo en fortaleza resquebrajada islámica.

Pero saldrá adelante.

Perdón por este escrito apresurado. No hay mucho tiempo.

sábado, diciembre 22, 2007

Reencarnación

Esta rama
ya no eres tú.

miércoles, diciembre 19, 2007

Viaje astral

Un verso: universo.

lunes, diciembre 17, 2007

La India: ilusión y nostalgia

DOS INDIOS EN UNA TERRAZA DE NISAMUDÍN, BARRIO DE DELHI

Pongamos a mis dos mejores amigos indios, Manoj Sharma (izquierda) y Subhro Bandyopadhyay (derecha) para contar algo de la India.

Manoj, sentado en la escalera de la terraza de Morgar, lleva una manta liada a modo de lungi, la prenda que siempre llevo para dormir, aérea y cómoda. Nació en Delhi un uno de enero, aunque sus padres son de Uttar Pradesh, la región más poblada de la India. Allí ha ganado las elecciones este año una líder intocable (dalit) que promete dar mucha guerra. Del estado limítrofe oriental, Bihar, nació el budismo y el hinduismo. Casi todo el norte del monstruo asiático, desde Punjab hasta Bihar, es el cinturón del hindi: la región dominada por hablantes de este idioma. También, con la excepción de Punjab, es el corazón de la India depauperada. Es aquí donde tienen lugar muchas de las atrocidades que leemos y escuchamos en los medios de comunicación.

Manoj pertenece a una familia de bramanes, la casta más alta, que a su vez está subdividida en otras miles. Todos se ayudan entre ellos: nunca podré olvidar cómo, tras meternos en un tren sin billetes, intentamos todas las tretas y sobornos posibles para convencer al revisor de que no nos multara de forma excesiva. Nada surtió efecto. Pero Manoj le preguntó su apellido -donde está signada la casta- y le dijo: "Yo soy Sharma. Somos bramanes". "No me tienes que decir nada más. Eres mi hermano". Y nos dejó ir. Los bramanes han llegado a constituir organizaciones solidarias de ayuda a sus iguales, cuyo brazo político en ocasiones es de extrema derecha. Conocer estas redes es fundamental para vislumbrar qué se cuece en los subterráneos de este país destartalado y misterioso.

Lo que nos ocupa aquí, sin embargo, es la importancia del personaje. Manoj, desde su arraigo hindú, ha emprendido una lucha admirable por la autonomía de la voluntad kantiana. Rechaza a las mujeres que su familia le quiere endosar como esposas y se ha emancipado. Ama a su familia, pero odia la imposición y la jerarquía, base filosófica de las barbaridades que se cometen en el cinturón hindi. Vamos: que hace lo que le da la gana, algo que, en su situación, no es nada fácil. Nacido en una familia humilde de bramanes, trabajó conduciendo autorickshaws durante años y en muchas otras ocupaciones. Hoy trabaja en la embajada de Chile en la India gracias a su dominio del español, que le ha abierto las puertas a otros mundos. Ama y repudia a su país: lo defiende con la espada y lo critica con cuchillo. La esperanza de la India, en especial de su tercio septentrional, es que una nueva leva de mujeres y hombres se alcen con valentía y roturen los campos para plantar la más preciosa semilla: la de la libertad y los derechos humanos.

Subhro, por su lado, nació en Calcuta. Es un intelectual de extrema izquierda, como buena parte de sus compatriotas bengalíes, muchos de ellos sumidos en la pobreza. Es una delicia, desde luego, ver cómo él y Manoj discuten sobre el estado de las cosas en el país. Hay un sustrato común, pero las diferencias se hacen notar. Los ingleses dibujaron en Bengala, situado en la costa oriental de la India, una de las flechas de libertad que empiezan en el mar para morir a medida que se adentran en el territorio. Otros vectores salen de Bombay, capital financiera de la India, y de Pondicherry y Tamil Nadu, en el sur del subcontinente. Otra dimensión.

En la India nunca ha habido una revolución. Pero sí un movimiento intelectual independiente y sólido: el Renacimiento bengalí. Decenas de escritores bengalíes, desde el siglo XIX, se lanzaron al repensamiento de la India tradicional desde el aliento británico. No lo inglés: lo occidental, la necesaria ósmosis con ideas extranjeras. Ram Mohan Roy, Vivekananda, Ramakrishna, Debendranat Tagor, Rabindranat Tagor -mi objeto de estudio-... todos ellos constituyeron la crema de la intelectualidad india. Y todos eran bengalíes. No pensemos que Mohandas Gandhi aportó nada nuevo, en el plano intelectual. Sólo en el espiritual. Hablaremos otro día de ello.

Sorprende que en una región con tantos genios, la de Bengala, haya tanta pobreza. No analicemos aquí ésta tan trillada y compleja consideración: señalemos que Bengala, al igual que la India, vivió una partición traumática, aunque mucho antes, a principios del siglo XX. Los ingleses, otra vez, tuvieron mucho que ver. Para mal.

Subhro fue quien permitió la publicación de mis poemas en lengua bengalí. Lenguaraz y despierto, conoce la literatura española y la occidental mucho mejor que gran parte de mis amigos españoles. La lengua que dibuja el cinturón del hindi culmina en la costa bengalí, donde las facciones de los indios se suavizan (puerta hacia la otra Asia), los mofletes se acolchan y el mediterráneo encuentra paralelos con su cultura. Es una de las puertas de la India a Occidente, además de las ya citadas anteriormente.

En Subhro -que también es bramán- no hay conciencia de casta: en Manoj sí, porque ésta ha determinado su vida en los buenos y malos aspectos. El bengalí, más fervientemente ateo, es sorprendentemente menos promiscuo que el delhí, un promiscuo y craquelador de mucho cuidado. Manoj sufre y lucha por cambiar la mentalidad de una tierra con un acervo cultural antiguo incomparable; Subhro se lamenta del declive de la civilización bengalí, de su saudade intelectual, y sueña con liderar una revuelta ideológica y lírica que devuelva a Bengala a su sitio. Vemos que nosotros, los europeos, estamos en la misma lucha que Subhro: en la de la crisis de la palabra y el marasmo intelectual, aunque sabemos que la letra está inscrita en nuestra piel. Lo de Manoj es otra cosa: la construcción de un nuevo proyecto, plagado de obstáculos, irrealizable, en una parte del mundo donde el tiempo no transcurre, es incambiable. Ilusión en Manoj; nostalgia en Subhro.

Y melancolía en Europa.

sábado, diciembre 15, 2007

Desde el limbo: muerte y amor

Anoche soñé, maldita ilusión, que la abuela de ella se estaba muriendo. Yo no la conocía, pero había escuchado historias fanásticas de ella, relatos que habían alimentado mi imaginación y mi magra literatura.

Me da la noticia por teléfono. Estoy en una ciudad donde se mezclan calles de Los Ángeles, Barcelona y Delhi. Salgo en coche con mi amigo, pero me doy cuenta de que me he dejado la moto, de que sin el motorino no puedo llegar a ella. Tengo que volver atrás. Todo es una angustia circulatoria, un sufrimiento estético: porque el ámbito es luminoso y azul, alto y preciso: nombramiento de la belleza urbana.

Las calles se parecen cada vez más a las de Cornellà, en el extrarradio de mi ciudad. La encuentro. Llora. Yo le digo que nos vamos. ¿Es tu abuela o tu madre? Mi abuela. Vamos. No. Sí. Sólo quiero estirarme en el lecho y llorar. Yo no sé cómo reaccionar. Y la abrazo. Me siento compungido.

Entre las lágrimas, ella se manifiesta en otra orilla. "Me acabo de levantar con la boca llena de un sueño maravilloso en el cual tú y yo hacíamos el amor". No sé de dónde salen esas voces. Es el sueño de otro alguien. Amor y muerte, sexo y desaparición, se yuxtaponen en mi relato personal onírico. Siento el extraño peso del destino.

martes, diciembre 11, 2007

Lienzo, espacio: palabra, tiempo


MORGAR, DISERTANDO SOBRE SU LIENZO 'LA EXCESIVA ESCALERA' EN LA DESÉRTICA POBLACIÓN DE PUSHKAR. 21 NOV'07 / AMP


Dejemos de lado que el primer cuadro de Morgar es horrible. Detengámonos en su temática: es una traducción artística de uno de sus textos fundacionales, el relato-poema La excesiva escalera. Las tornas se cambian: si en el relato es una niña desesperada, encerrada en una galería gris circular, la que establece un diálogo con un niño que ve cómo los barcos cargan frutos y se adentran en el Mediterráneo, ahora es ella quien divisa la playa y él quien juega con la pelota en la sombra azul beckettiana.

Él se dirige hacia la cruz, hacia la muerte. Ella -observemos que su cara es la península Ibérica- observa el halo de los objetos que son y no son. Recordemos: ¿qué transportan los barcos? Naranjas sí naranjas sí. Manzanas no manzanas no. Y, sin embargo, la manzana -uno de los objetos mejor pintados del lienzo- es la única que aparece. Porque ella la desea.

En medio de la creación, la escalera. Como siempre.

Invitamos a los teóricos del arte, muy especialmente a Joan Pau, a analizar la simbología de esta obra, inmensa en su desplegar de signos y sentidos, flechas de carne que atraviesan el cielo indio para hundirse en las playas de Europa.

Mientras pintaba, con cuatro indios que me rodeaban y que alababan mi arte abstracto (sic), me di cuenta de las evidentes diferencias entre pintura y literatura. El arte está en cruel dependencia con el espacio: exige una gran tensión intelectual en los momentos álgidos. Mi lienzo no deja de ser una instantánea: no se mueve, aunque sugiera movimiento. En la escritura, en la que soy menos profano, todo es transcurrir, sucesión de imágenes, fulgor explicativo, rumor del río. Montaña y mar, pintura y poesía ocupan diferentes lugares, aunque por ellos pase el río de la creación.

Me aboca esto a una reflexión: la de si soy un animal temporal o espacial. Siempre he pensado que el espacio es moldeable, que se puede abolir con el movimiento y la acción, con la naturaleza transformadora del trabajo: talar un árbol, viajar en avión para ver a mis seres queridos, subir a la moto en busca del libro que quiero en la Vieja Delhi. Pero el tiempo, no. El tiempo, además de ser una creación humana -hecho que alimenta mi fantasía hacia él-, es inexorable, martillo del cuerpo, yunque que un día caerá sobre mí. Me madura y cambia los mundos: transcurre, en su trascendencia, como una grávida gota de sol del cielo a la tierra.

Miro mi lienzo. Me pregunto por qué he escogido la escritura. Primero, Morgar, porque el cuadro es horrible. (¡Aunque el tema de la obra te gusta!). Segundo, y más importante, porque escribir te parece algo muy difícil. Quizá erróneamente; seguramente hacer unos zapatos entraña más dificultad. Pero esto te parece imposible. Esto: disolver el lenguaje para volver a la exacta designación de las cosas, al primitivo reino sin palabras, que son las que hoy signan el mundo. Traición y lealtad: poesía trascendente. Y, como la primera vez que viste un balón, en el patio de la escuela, fue viable para ti hablar de él como si fuera la esfera del mundo, te lanzaste a la empresa imposible: al tiempo, a la literatura.

jueves, diciembre 06, 2007

La cabeza de El Prat

Sueño que camino por mi ciudad natal, El Prat de Llobregat. Ansío ver un rostro conocido. Ando en un parque que ya pasó a la historia, justo al lado de mi casa, donde jugábamos a fútbol y los dueños de los restaurantes nos echaban la bronca cuando la pelota golpeaba a sus establecimientos.

Veo una silueta familiar. Es Cabesita. Él parece no reconocerme: seguramente, me argumento en mi sueño, porque llevo pintas de indio. Me acerco a él, henchido de alegría, y los malos augurios desaparecen cuando me devuelve una sonrisa de sorpresas. Nos abrazamos. Vuelve a mí la cálida brisa del Mediterráneo, de cuando marcábamos goles juntos y nos juntábamos en uno. Él ponía la pelota por encima de la defensa y yo fusilaba a los porteros. Así pasamos dos años: dando servicios y goleando, atacando a la vida y protegiéndonos los cuerpos.

Su abrazo, siempre reconfortante, me trae un fuerte sentimiento de melancolía. Toco con las palmas de las manos su espalda ancha y justa. Vuelvo a la India con el despertar, anegado en una pálida sonrisa que me acompaña mientras acelero en la moto, en busca de mi pan cotidiano: la noticia.

martes, diciembre 04, 2007

En el desierto rojo

Por el desierto rojo,
camino.
Con larvas en los ojos
que perforan mi negro viso,
avanzo doloroso.
Me paro.
Hinco mis rodillas
en el océano de arena.
Quiero el fin.
Pero veo la rosa,
la Rosa del Desierto Rojo;
y me levanto,
y camino
por el desierto rojo.

viernes, noviembre 30, 2007

Soy en un animal


Sueño que soy un mono. Me olvido de mí. Me concentro en el movimiento aeróbico de los músculos del mono, que soy yo. Me tiro a volar, desde el puente, con la seguridad de que, si no tengo éxito, el río salvará mi caída. Salto y me suspendo; viajo al riesgo. Siento la resistencia del aire, pienso en las palomas, en las palabras. Algo me parece inefable. El cuerpo peludo no me responde. ¿Estoy en el aire o en el agua? Vuelvo al mundo. Pienso que un mono ha soñado conmigo. Y el sol entra por la ventana.

miércoles, noviembre 28, 2007

Asombro y letra

Soñé que entraba en un videoclub indio. El dueño me pedía 800 rupias porque, al parecer, no había devuelto una película -probablemente 'Munna Bhai', mi filme favorito de Bollywood- que había tomado hace un año. Yo me niego rotundamente y salgo del establecimiento indignado. Yo no tengo esa película, yo no la he alquilado aquí.

Entonces viene detrás de mí a pegarme. Yo no tengo miedo, pero luego se añade a él un amigo español y le ayuda a calentarme. Me dan una buena tunda, en una calle azul circular, aunque no experimento pavor.

Salgo de la conciencia y voy hacia el pensamiento. Veo una nota de alguien. Dice algo que no puedo explicar: ni siquera a mí mismo. Un nombre se dibuja a sí mismo, asombrado.

martes, noviembre 27, 2007

Amor imposible


AMOR IMPOSIBLE ENTRE DOS DROMEDIARIOS. PUSHKAR, 21 DE NOVIEMBRE DE 2007

martes, noviembre 20, 2007

Guerra y paz

Fijaos en esta fotografía. Fue tomada el año pasado en El Prat de Llobregat (Barcelona). Morgar porta una armadura japonesa que, os aseguro, pesa una barbaridad. Fijaos también en la postura (kamae en japonés). Roza la perfección. El pie izquierdo mira al frente, con una pequeña inclinación hacia su lado natural, mientras que el derecho guarda el peso de todo el cuerpo -y la armadura- y se coloca en 45 grados con respecto al derecho.

Prestemos también atención a la mirada asesina de Morgar. Ojos marciales, dispuestos para la batalla, sanos, ansiosos de experiencia y actividad. En general, y aunque bajo influencia japonesa, la postura nos muestra un estar en Europa educadamente, siempre alerta: a la defensiva pero listo para salir al quite.

Ahora fijémenos en esta segunda fotografía, tomada hace tres meses en Agra, ciudad que aloja a la joya arquitectónica mogol por excelencia, el Taj Mahal. El kamae es mucho más relajado y confiado, obviamente porque fue corporizado en la India. No vemos aquí una perfecta geometría -a pesar de que la arquitectura islámica nos anima a ello-, sino un desorden cósmico en el cuerpo de Morgar. La rodilla derecha se va mucho hacia dentro de él y hacia fuera del ámbito. Aunque el sujeto parece mantener el equilibrio, yo no estoy seguro de lo que pasaría si alguien le diera un coscorrón.

Tracemos, ya, el esperado paralelismo: en el Mediterráneo, Morgar tiene un conflicto interno mientras que fuera todo está bien; en Indostán, el mismo sujeto está resuelto en sus adentros, pero el ámbito es de batalla natural. Europa está en paz y busca la guerra; la India vive en la guerra y necesita la paz.

Pongamos también un ojo, ya que estamos, en la dimensión de la realidad. Antes, expliquemos un detalle: en la India, si el mundo se parte, el hombre se divide con él. Es decir: si un indio quiere señalar algo que hay a su izquierda, siempre utilizará la mano que corresponde. Nunca cruzará su brazo hacia el otro lado para indicar la dirección opuesta. No así en Europa, donde preferimos utilizar nuestro brazo franco para señalarlo todo. Esta confusión es bastante frecuente cuando a un taxista indio se le señala el lado izquierdo con el brazo derecho. Mal asunto: se despista.

También esto se aprecia en ambas fotografías. El Morgar con armadura muestra su mano izquierda pero amenaza con la derecha, que está lista para golpear -de hecho, la actividad marcial nos indica que ésta es la forma correcta de golpear-. Pero el Morgar indio no parece tener las mismas intenciones. Su supuesto brazo agresor, el derecho, ni siquiera aparece en la fotografía. Las armas quedan veladas. Pero es que tampoco observamos tensión alguna en su espalda, condición indispensable para lanzar el puño derecho.

Queda probado que en Europa y la India vivimos diferentes realidades, y también que se puede escribir un tratado científico sobre todo lo que se nos rote.

Europa y la India

(Escalera les ofrece la versión lírica de algo que, en justicia, nació como un poema. No admito la crítica, como siempre.)


Puedo tirar luz sobre la gastronomía india, mi cultura de destino. Me sirve como entretenimiento liberal vincular la imaginación índica y latina desde el paladar y la palabra. Me parece que la comida india abunda en contundentes especias y sabores violentos. Su objetivo es sorprender, hacerse presente: objeto de amor u odio. Por eso pienso que el gusto surasiático no es exigente, sino excesivo. La aglutinación y la mezcla no son recursos gastronómicos: son la base de su ciencia. Pongo el ejemplo de una mujer india, que no duda en vestir un sari con los colores más excéntricos. El chef, igualmente, siempre añadirá más ingredientes al plato, para que no falte sabor. De modo que el cuadro nunca está acabado: el horror vacui de la cocina india es espejo de su abigarrada estética. En la otra orilla, el gusto mediterráneo es mucho más educado. Se aleja de las extremidades de la sensación para hallar su fuente de placer en la sutil distinción entre sabores poco distantes. Desde aquí, diría que un poco de picante insulta a nuestro sentido del gusto. Por eso digo que es más sofisticado: selecciona y ejecuta más cuidadosamente. Esto nos inhabilita para disfrutar como niños con el dulce más inocente y para considerar valientemente las consecuencias inmediatas del picante. En Italia y España hemos cultivado un gusto por las viandas elásticas. Ahí están los espaguetis, el queso fundido y, en especial, un animal de fondo de nuestra cocina: la levadura. Lo nuestro tiende hacia fuera y lo indio converge al centro. El sabor de la paella, la fideuá o la pasta nos deja una fina película homogénea en el paladar; el fulgor del masala, las samosas y las especias se compactan en la boca para explotar y pedir concentración en la comida. Yo me atrevería a escribir que los alimentos, para nosotros, son una versión blanda de la vida, mientras que para ellos son una exageración de la realidad. Incluso, si fuera bravo, me aventuraría a pensar que esto viene de un orden cruzado en nuestros diversos pensamientos. O sea, que el indio, metido en sí, quiere salir al mundo; el mediterráneo, temperamental, busca la cachaza en la comida. Pero esto no es verdad, me parece. ¿Pero se puede poner en cuestión que ambas cocinas trabajan en tiempos distintos? Ahí sí que escribo bien. Los platos indios vienen todos a la vez: se aglutinan en un plato. En Europa una vianda sigue a la otra; comer es una sucesión. De nuevo sale a relucir la intensidad y aglomeración índicas frente a la distribución latina, que busca la descongestión. Pero vayamos más lejos, universo. Digamos algo bonito. Aceptemos que la filosofía occidental nació en el mar Mediterráneo, con los griegos observando la sucesión de olas: la génesis del silogismo y el pensamiento racional. Creamos también, implorando al viejo sol, que el pensamiento oriental apareció en una geografía montañosa, donde la contemplación determinó su esencia. Con este esfuerzo intelectual, podemos concluir que la presentación de la comida es, también, una representación de estas formas de imaginar: lo uno y lo diverso. Lo indio, presente continuo, aparición unitaria, sincronía; lo europeo, pasado y futuro, tránsito, diacronía. Lo que quiero decir es que son mezcla y separación. Al indio no le sabe a nada nuestra comida, necesita más violencia y existencia. Al mediterráneo le parece un insulto la acumulación sin aparente criterio de la comida india, le parece una masa inmensa a la cual va a tener que prestar atención. El mediterráneo quiere diseccionar cada trama, abandonarse a los placeres sencillos del aceite o el pan. Se trata, en realidad, de una sofisticación. El gusto indio es más rebelde y descuidado: una gigante caldera, como el subcontinente. Pero yo sueño y creo que hay puentes entre ellos y nosotros. La comida bengalí es un ejemplo. Alguna vez dijo Rabindranat Tagor, con mucha fortuna, que los bengalíes son los mediterráneos de la India. Yo también diría que los mediterráneos somos los indios de Europa, e incluso que somos un subcontinente. Pero me equivoco, otra vez y siempre. En todo caso, la influencia del mar en la cultura bengalí es determinante. Nos acerca. El pescado entra en la cocina bengalí y exige una preparación de los alimentos más educada para no estropear su sabor marino. Hay menos especias. El picante es poco y brillante. Quiero precisar, sin embargo, que la comida bengalí sí que se extrema en sus dulces, en especial con el famoso rosgola. Una delicia, también para nuestro paladar. Llegamos al final de las cosas: elasticidad y consistencia, el Mediterráneo y el Índico acogen viandas que nos descubren las paradojas de ambas civilizaciones. Nosotros, reflexivos y temperamentales; volátiles y pensantes. Ellos, contemplativos y ardorosos; necesitados de la visión total de las cosas pero supersticiosos. La India mágica: la Europa constructora.

lunes, noviembre 19, 2007

Apunte

Quizá el caso más exagerado de cocina multicrónica son las tapas. Esta implacable sucesión de viandas, que tanto placer nos da, nos tiene que llevar a una reflexión sobre la cultura española, enraizada en la creatividad y el pillaje: abocada hoy al aburrimiento y a planteamientos cerrados.

Frente al pragmatismo y las grandes carreteras, los circuitos laterales y los placeres desordenados. Contra la ley uniforme, el regreso de la palabra. Presencia, fulgor, poesía. O muerte ahora.

domingo, noviembre 18, 2007

Cinco dei

Giallo sotto le unghie spezie
de donde vuela un hombre
con pico de pájaro.
Una manciata di denti
buttati a caso da qualche dio
nella sua bocca,
en los dientes de luz
de la materia universal.
Universale relativo
ad un lustro di
unghie, denti e perle.
Y toda la cosa vuelve a su origen,
a la matriz de quinto sueño indio.
Shiva gli pone il tridente in bocca,
i denti saltano
y caen al Mediterraneo de lo nuestro,
al agua lenta de la palabra latina.
Affondano, a picco nel mare di Roma,
rapiti dall'ostrica che ne fa serie di perle
per la collana di Venere.

Contemplo este movimiento.
Y le digo a mi bienamada:
los dioses no entienden
la responsabilidad de cerrar un poema.



S.P. / A.M.

sábado, noviembre 17, 2007

Amor indio

Ayer
te vieron en la orilla del mar con los brazos abiertos.
Mañana
llévame contigo.

jueves, noviembre 15, 2007

La paz

En el espacio solar, dos diversos:
el águila que levanta la garra,
el hombre que baja las armas.

El ave sube, envuelve
con sus alas calientes
al humano asombroso.

Reunidos, ya otros,
en el mimbre del sol.


lunes, noviembre 12, 2007

El sentido de la vida

Morgar quiere anunciar que ha empezado a escribir una novela. Voy por la página diez. Desobedezco así una máxima de Walter Benjamin, quien decía que lo mejor es escribir con el desconocimiento de todos para que el ansia penetre en los adentros del escribidor y el trabajo sea más ligero. Soberana tontería.

El título de la obra es deslumbrante, pero aquí no lo vamos a revelar.

El anuncio es sin duda un mazazo para Joan Pau, otro miembro de la selecta Escola del Llobregat, llamada a transitar por el siglo XXI sin ninguna gloria pero llena de palabra y poesía. ¿Mazazo o jarrón de agua fría?

No escondo que la nueva quiere ser, también, una llamada de atención a mi grupo de amigos catalanes, más conocido como Zerodós, en plena descomposición ante el exilio de Morgar, aunque el real exilio es el que han protagonizado alguno de ellos en tierras mediterráneas.

Pero siempre estaremos allí, compañeros, en el desvelo por la letra. Para eso vinimos al mundo y allí moriremos. Con la pluma en la mano.

¿No?

jueves, noviembre 08, 2007

dios

Más que lo que la palabra enseña,

lo que signa.

No los rayos de sol en el espacio;

la luz débil como lagartija en tus senos.

La mancha de tus labios:

el reflejo, el símbolo, la sombra.


lunes, noviembre 05, 2007

Eurindia: gastronomía comparada

Creo que desde mi origen mediterráneo puede tirarse luz sobre la gastronomía india, cajón de mi cultura de destino. Aunque el ejercicio no nos aporte ningún avance científico, confiemos en que nos sirva de entretenimiento liberal vincular la imaginación índica y latina desde el paladar y la palabra.


La comida india abunda en contundentes especias y sabores violentos. Su objetivo es sorprender, hacerse presente: objeto de amor u odio. El gusto surasiático no es exigente, sino excesivo. La aglutinación y la mezcla no son recursos gastronómicos: son la base de su ciencia. Igual que una india no duda en acudir a los colores más llamativos para diseñar su presentación ante el público, el chef, ante la duda, siempre añadirá más ingredientes al plato. Que no falte sabor. El cuadro nunca está acabado: el horror vacui de la cocina india es espejo de su abigarrada estética.


El gusto mediterráneo es mucho más educado. Se aleja de las extremidades de la sensación para hallar su fuente de placer en la sutil distinción entre sabores poco distantes. Un poco de picante insulta a nuestro sentido del gusto. Por eso decimos que es más sofisticado: selecciona y ejecuta más cuidadosamente. Esto nos inhabilita para disfrutar como niños con el dulce más inocente y para considerar las consecuencias epidérmicas e inmediatas del picante.


En Italia y España hemos cultivado un gusto por las viandas elásticas. Ahí están los espaguetis, el queso fundido y, en especial, un animal de fondo de nuestra cocina: la levadura. Lo nuestro tiende hacia fuera y lo indio converge al centro. El sabor de la paella, la fideuá o la pasta nos deja una fina película homogénea en el paladar; el fulgor del masala, las samosas y las especias se compactan en la boca para explotar y pedir concentración en la comida. Yo diría que los alimentos, para nosotros, son una versión blanda de la vida, mientras que para ellos son una exageración de la realidad.


Me he aventurado a pensar que esto viene de un orden cruzado en nuestros diversos pensamientos. El indio, metido en sí, quiere salir al mundo; el mediterráneo, temperamental, busca la cachaza en la comida. Pero esto no es verdad, me parece.


Lo que sí es irrebatible es que ambas cocinas trabajan con tiempos distintos. Los platos indios vienen todos a la vez: se aglutinan en un plato. En Europa una vianda sigue a la otra; comer es una sucesión. De nuevo sale a relucir la intensidad y aglomeración índicas frente a la distribución latina, que busca la descongestión.


Pero vayamos más lejos. Digamos algo bonito. Aceptemos que la filosofía occidental nació en el mar Mediterráneo, con los griegos observando la sucesión de olas: la génesis del silogismo y el pensamiento racional. Creamos también que el pensamiento oriental apareció en una geografía montañosa, donde la contemplación determinó su esencia. Podemos concluir que la presentación de la comida es, también, una representación de estas formas de imaginar: lo uno y lo diverso. Lo indio, presente continuo, aparición unitaria, sincronía; lo europeo, pasado y futuro, tránsito, diacronía.


Mezcla y separación. Al indio no le sabe a nada nuestra comida, necesita más violencia y existencia. Al mediterráneo le parece un insulto la acumulación sin aparente criterio de la comida india, le parece una masa inmensa a la cual va a tener que prestar atención. El mediterráneo quiere diseccionar cada trama, abandonarse a los placeres sencillos del aceite o el pan. Se trata, en realidad, de una sofisticación. El gusto indio es más rebelde y descuidado: una gigante caldera, como el subcontinente.


Pero hay puentes entre ellos y nosotros. La comida bengalí es un ejemplo. Alguna vez dijo Rabindranat Tagor, con mucha fortuna, que los bengalíes son los mediterráneos de la India. Yo también diría que los mediterráneos somos los indios de Europa, e incluso que somos un subcontinente. Pero eso es mucho decir. En todo caso, la influencia del mar en la cultura bengalí es determinante. Nos acerca. El pescado entra en la cocina bengalí y exige una preparación de los alimentos más educada para no estropear su sabor marino. Hay menos especias. El picante es poco. Precisemos, sin embargo, que la comida bengalí sí que se extrema en sus dulces, en especial con el famoso rosgola. Una delicia, también para nuestro paladar.


Elasticidad y consistencia, el Mediterráneo y el Índico acogen viandas que nos descubren las paradojas de ambas civilizaciones. Nosotros, reflexivos y temperamentales; volátiles y pensantes. Ellos, contemplativos y ardorosos; necesitados de la visión total de las cosas pero supersticiosos. La India mágica: la Europa constructora.


A LA IZQUIERDA, KOCHURI BENGALÍ. SE PARECE SOSPECHOSAMENTE A LA PAELLA. A LA DERECHA, UNOS DELICIOSOS ESPAGUETIS, QUE NUNCA NOS DECEPCIONAN.

jueves, noviembre 01, 2007

Culto al retrete

La India homenajea al retrete con una feria para impulsar tecnologías higiénicas

Nueva Delhi, 31 oct (EFE).- La India acoge estos días una conferencia internacional sobre el váter para hallar respuestas ecológicas que beneficien a las 2.600 millones de personas en el mundo que no tienen acceso a lavabos salubres.

"Éste es un proyecto de baños comunitarios, con calefacción, agua tratada... Se usa el agua para todos los procesos. Es un ejemplo de total reutilización de los residuos", explica un portavoz de la ONG india Sulabh, mientras señala una maqueta.

Sulabh, una de las entidades organizadoras de la conferencia que se inauguró hoy y cierra sus puertas el próximo sábado, participa con ONGs, empresas y organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS) en un evento que tiene en la democratización del retrete su centro de debate.

"Hacemos sólo lavabos públicos. Acabo de empezar con el negocio", explica a Efe el empresario Madhu S. Thakar al mostrar un moderno urinario público.

Thakar, que regenta su propia compañía -Thakar Equipment-, presume del modelo y asegura que "tiene un sistema especial de flujo de aire" para evitar los malos olores, además de un "plato especialmente diseñado para que el agua no salpique".

"El retrete se lava solo hasta cuatro veces una vez usado", dice el
orgulloso empresario, que se jacta de haber diseñado un urinario ecológico y "a la última" para la población india.

"Tiene un sistema antibacteriano, es higiénico, privado, ecológico y vale 60.000 rupias (unos 1.056 euros)", afirma Thakar.

En la exhibición que puede visitarse en Nueva Delhi se han dado cita desde modernos urinarios públicos que podrían implantarse en cualquier área rural de la India, como el de Thakar, hasta retretes occidentales para todos los gustos.

Un empleado de una de las compañías fabricantes de váteres explica la diferencia entre el modelo indio y el occidental:

"Los indios tienen otra forma de sentarse, y después se limpian con agua, al contrario que los occidentales, que utilizan papel higiénico. En el váter indio sólo hay un plato", describe el comerciante.

A las empresas suizas, norteamericanas, alemanas o inglesas se han sumado organismos como la Organización Mundial del Retrete y entidades como Tecnologías de Residuos del Pacífico, muchas de ellas dedicadas al diseño de váteres de bajo coste.

La celebración de esta conferencia en la India es especialmente pertinente, ya que más de la mitad de la población rural sigue haciendo sus necesidades en el campo, las cunetas o las vías ferroviarias.

El ministro de Desarrollo Rural, Raghuvansh Prasad Singh, afirmó el pasado mes de abril que para 2012 ningún indio tendrá que hacer sus necesidades al aire libre.

Sin embargo, el sueño de un retrete para cada indio aún está lejos de la realidad.

"No hay suficientes lavabos para mujeres", se queja una estudiante delhí, citada por el rotativo "Hindustan Times".

El mismo diario observa en su edición de hoy que, mientras que hacer las necesidades al aire libre es una obligación para muchos indios, en Occidente se hace para "retar a las autoridades" y como un símbolo de rebeldía.

La encargada de cortar hoy la cinta de la exhibición que ha de dar paso a un ciclo de conferencias fue la ex Miss Universo Yukta Mookhey, quien se acercó a varios de los puestos entre una nube de fotógrafos para mostrar interés por algunas de las iniciativas de las ONGs y admirar maquetas idílicas de cuartos de baño.

Pero los flamantes diseños de alguno de los váteres contrastan con el dato que aparece en un rótulo de la ONG Sulabh: "2.600 millones de personas en el mundo no tienen acceso a lavabos higiénicos".

Por Agus Morales


(Nosotros nos sentamos sobre el váter, buscando los 90 grados. Ellos, rodillas a cada lado de la mejilla: máxima flexibilidad, ángulo cerradísimo del pie con la tibia).

viernes, octubre 26, 2007

La India y el matrimonio

Me informa Efe.

miércoles, octubre 24, 2007

Escalera bengalí




Esta revista de poesía se llama Shaluk. Es un tipo de loto: la flor nacional de Bangladesh. Se ha publicado en Dacca este otoño.

Las páginas que hemos abierto -186 y 187- son traducciones de poetas en lengua española al bengalí. El primero de ellos, en la página de la izquie
rda, es Miguel Hernández con sus poemas desde la trinchera. El último de ellos llega hasta el principio de la siguiente hoja. Hay otro poema, también, de Octavio Paz al final de la página 187.

Aprisionado entre la belleza lírica de ambos, otra composición aparece en el centro de la página de la derecha. El autor es
Agus Morales. Tras el nombre, entre paréntesis, dice: Barcelona, 1983. Kobita (poema). Entre corchetes hay una breve introducción al sujeto. Se insiste de forma excesiva en que es un joven poeta y que vive en Nueva Delhi, aunque se siente bengalí. Una serie de infamias perpetradas por mi amigo y poeta de verdad Subhro Bandyopadhay, que escribe a menudo en la revista. Su prometida, Bhaswati Thakurta, fue la traductora de mi poema.

Que es éste:




ESCALERA BENGALÍ

Me parece que hay tres cosas en el mundo: la escalera, el pájaro y el mar. Los pájaros roban las piedras del camino. Los limones blancos sobre la arena iluminan la escalera. El mar ha sacado sus brazos y te ha estirado los ojos bengalíes por las sienes, paredes de carne ocultadas ahora por párpados confundidos con la línea de este horizonte de plátanos, de este atardecer de isla cuadrada en nosotros: de escalera, de pájaro y de mar.




La sintaxis está ligeramente alterada en la traducción, de forma que los "párpados confundidos" aparecen casi al final, antes de los dos puntos. Y parece, así, que el atardecer esté confundido de (sic) escalera, pájaro y mar. Algo que no era mi intención; pero que me gusta.

Además de llevarme a casa la revista, este último viaje a Calcuta me ha permitido empezar a descifrar el alfabeto del bengalí (abugida). Con la ayuda de Subhro, hemos leído algún poema de Tagor de sonoridad inaudita y planta surrealista, como uno que empezaba “desde la oreja del labio”.

En el tren de camino a Bengala, que tarda 17 horas en alcanzar su destino, leía a Mircea Eliade, que explicaba su experiencia india. Hablaba sobre la celebración del holi -festival multicolor hindú- en Santiniquetán por parte de Rabindranaz Tagor:

Allí en ese parque sin igual inundado de penetrante fragancia, comienzan los cantos en loor de la primavera, con Rabindranath Tagore rodeado de niños; su voz resalta sobre la de ellos. Su indumentaria blanca ahora es de un púrpura juvenil. El polvo que le arrojaron ha teñido su pelo de mechones de color grana. Tagore coge a un niño con cada mano y comienza la danza en medio de esa vorágine de nubes bermejas, de canciones y de alborozo (...). Varios centenares de alumnos de ambos sexos danzan formando corros más grandes o más pequeños.

Intentaba imaginarme a Tagor bailando con los niños. Y me encontré con la versión de Octavio Paz y Julio Cortázar. A Paz se le ve en todo momento; a Julio, sólo al principio. Es en la embajada de México, en Nueva Delhi, cerca de la española y no tan lejos de mi casa, en Nisamudín.

Y, claro, también está la versión de Morgar. Un conato de bandera republicana se había dibujado en mi brazo.


FEBRERO DE 2007. FOTO DE DIMITRI

Pienso en Octavio Paz, en su estancia en la India, en su poema justo debajo del mío. Saco la revista de loto, en el tren de vuelta a casa. Hay un bangladesí conmigo. Le pido que me lea mi poema. Lo hace. Dice que tiene sentido, pero que no lo entiende (¿?). Tampoco el de Paz. ¿Tienes e-mail?, me dice. No encuentro mi móvil, añade.

El tren se tambalea, parece que descarrila. Vuelve a los raíles. Me tumbo, sigo en mi tránsito. Miro por la ventana hacia el mundo, hacia Oriente. Sonrío mientras mi compañero de vagón despierta a todo el mundo para que le ayuden a encontrar el móvil, que estaba en su bolsillo. Son las cuatro de la mañana. Abro los libros. Pienso en mi carrera de fondo. No importan los alfabetos y los garabatos de Europa y Asia, de Barcelona y Calcuta. Hay una raíz aérea. La poesía es un lenguaje otro y universal.

martes, octubre 23, 2007

Durga y los múltiples brazos

Reanudamos Escalera con esta crónica escrita en Bengala sobre Durga, la diosa de los diez brazos, la inaccesible. Lleva un arma en cada mano pero, curiosamente, los hindúes dicen que no es la diosa de la guerra. Durga es la deidad de la fertilidad, como Venus. Las semejanzas entre la mitología griega y romana y la hindú son uno de los trampolines que los académicos han utilizado para saltar a uno de los espacios teóricos de esta bitácora: la relación subterránea entre la India y Europa. Volveremos sobre ello, más extensamente.







UN BLANCO OFRECE VIANDAS A DURGA EN UN HUMILDE HOGAR DE CALCUTA

sábado, octubre 13, 2007

Día de España

Como cada año, esperaba con expectación la concesión del premio Nobel de Literatura. Pero el que realmente me sorprendió fue, ayer, el de la Paz.

martes, octubre 09, 2007

Seis años en esto

La noticia que dimos ayer. Estaba hablando por teléfono con nuestro hombre en Afganistán sobre la ejecución de unos presos y me dijo que, quizá, uno de ellos fue el que acabó con la vida de cuatro periodistas. Le pregunté si se refería a aquella caravana donde viajaba, entre otros, Julio Fuentes, enviado especial de El Mundo, y que fue emboscada entre Kabul y Yalalabad.

No estaba seguro. Finalmente lo confirmó y envié la noticia, una más de tantas para muchos. Pero a mí me trajo reminiscencias de mi infancia periodística.

Recuerdo que cuando asesinaron a Fuentes yo acababa de empezar la carrera de Periodismo. Leía todas sus crónicas de Afganistán. Su muerte se confirmó un día antes de mi cumpleaños. Me quedó en la memoria para siempre el suplemento que dedicó el rotativo a la figura del reportero, los dibujos y los artículos, el tacto lejano. Aún lo guardo.

Nosotros somos la primera generación de periodistas post-11S. Vimos el atentado por televisión unos días antes de empezar la carrera. Mientras cursábamos nuestros estudios, también vivimos desde las aulas la invasión de Irak. Desde el principio, nos hemos tenido que plantear cómo meter los dedos por entre la pátina gelatinosa del terror, tanto real como inventado. Nacimos intelecualmente en plena época vaporosa. Nos formamos en un mundo con los muros cada vez más altos y teníamos nostalgia de un pasado anarquista en constante disolución que no se formó nunca.

Ahora miro atrás. Seis años después, estamos allí, allá, en aquella parte y acá. Cada uno marcaba su carácter desde aquel septiembre de 2001, cuando un profesor nos dijo en la segunda clase que no teníamos "ni puta idea de periodismo".

Jesús asustaba por su feroz consistencia, por el corte preciso de su pluma, por su mirada interna hacia la profesión. Hoy ya es periodista de El País, algo al alcance de pocos hombres de su edad. Garmor miraba de reojo mi visión exterior. Yo tenía siempre el espíritu lanzado hacia fuera. Interpretaba la realidad en clave de órbita. Seis años después, aunque con menos éxito que él, escribo noticias del universo surasiático para la ladera oeste.

Nunca supimos si el complemento de estas dos actitudes fue lo que nos hizo tan amigos, y si no era yo quien estaba en constante viaje interior y Garmor el que vivía en el exterior siguiendo al pie de la letra su divulgado literalismo.

Tampoco sabemos de dónde viene esta pasión. Por mi parte, la primera memoria que me dispuso al periodismo es la del suplemento dominical de La Vanguardia, donde a los ¿nueve? años leía artículos ¿de Quim Monzó? que no entendía. Recuerdo también el olor de El País, los domingos, cuando la luz entraba por el ático de Barcelona más indiscretamente que en mi terraza de Delhi.

No teníamos ninguna tradición periodística en nuestra familia. Pero se nos metió en la cabeza la cosa, ya muy temprano, infantilmente. Mientras me adentraba en la noche de Delhi a toda velocidad con la moto, pensé que a aquellos chiquillos catalanes que jugaban a baloncesto y fútbol les habría gustado, por un momento, asomar la mirada al futuro y ver lo que sus otros 'yo' adultos estaban haciendo para contentarles.

El rugido del motor colmó mis preguntas antiguas. Me dio sentido de aventura.

lunes, octubre 01, 2007

Este sueño se escribió cuando todos estábamos vivos

Anoche mientras dormía, dormí por fin: tuve el sueño más profundo de mi vida. El relato onírico más coherente y profundo; un golpe de mi alma a la realidad. Ha sido mi primera noche en Delhi después de una semana en la península Ibérica.

Allí el sueño es liviano y concesivo, como los cuerpos y las fidelidades. Aquí la cosa onírica es un yunque de espíritus y animales sobre ti, un saco de piel universal que notas sobre tu materia. Es un ámbito de adivinanzas e intuiciones: el inconsciente toma el poder en oracular y griega manera. Las fuerzas de lo profundo amenazan al reino de la realidad, algo que no se había producido en mí en un lecho occidental.

Recuerdo en el sueño a Dimitri y a Manoj, amigo indio, melancólicos por la separación y el olvido. La liábamos una vez más, jugábamos al cáram, tocábamos las cosas. Era la casa de Dimitri, que ahora me era cedida, creo. Empieza a llegar más gente, en especial españoles. La fiesta se prolonga y se complica, como la casa, que pasa de disponer de un par de habitaciones a convertirse en una sala del tiempo alargada que desemboca en un dormitorio.

Estoy sobre una lona. Una chica exuberante aunque no de mi gusto se aprieta contra mí por sus dos costados y, tras dudas impropias de los sueños de allá, la rechazo. Discuto con diplomáticos. Camino por el pasillo blanco hasta el lejano dormitorio, donde hay varios amigos. Me tiendo sobre el lecho y pienso en soñar, pienso en los sueños que he estado escribiendo. Me es imposible despertar. Alguien pronuncia la palabra "deconstrucción" y "hermenéutica" como si fueran la misma cosa.

Tiro al suelo a un amigo de allá, en revuelco cariñoso. Cae encima de mí, también, la chica vaporosa, que finalmente besa a mi amigo. Nos acabamos las cervezas y salimos de allí, como el Pijoaparte.

Llega la noche y me quiero ir a casa, a Nisamudín. Trabajo por la tarde, pero estoy cansado. Me doy una vuelta en rickshaw para pasar el rato. Para volver, camino por la playa. Siento una extraña mezcla de Mediterráneo y suelo indio, quizá la composición actual del alma mía.

Me he dejado los pantalones y el calzado en el dormitorio sagrado. Un amigo me advierte sobre los pantalones. ¿Cómo es posible que no los tengas? Me dirijo hacia la habitación. Observo un ligero movimiento. Le pido a un indio que escolta la habitación que recoja mis pertrechos. Cuatro rupias, me dice. Cinco, le digo yo: no sabes lo que te espera. Entra a la habitación y sale despavorido. Sin mis cosas.

Me retiro. La gente comenta la cópula blanca. Yo miro el mar. Un balón cae sobre mis pies. Me pongo a jugar con unos extranjeros. Es un deporte a medio camino entre el fútbol y el cáram, donde para marcar gol hay que detenerse en líneas blancas. Todo el mundo me explica las normas aceleradamente. El juego es excitante: no se detiene en las reglas, es un fluir incesante. Conseguimos una racha de cuatro goles seguidos, con el balón traspasando el otro lado y volviendo por cuestas que se parecen a las de la Andalucía profunda.

Acabamos el partido y buscamos algún restaurante indio para cenar. La noche ha venido. Sueño que ya es mañana de luz y que voy a casa de Dimitri, sin llaves, a recoger mis pertrechos. Lo consigo. Despierto del segundo sueño y regreso al primero, en pensando yo que es la realidad. Noto un exceso de acciones en hoy: futcáram, amistad, mar, observación sexual, contemplación... Hoy no he trabajado.

Me doy cuenta. Despierto en Delhi: la luz de Oriente entra por la ventana. Queda una hora para mi turno. No sé si me avisaron de la hora del inicio de mi jornada laboral en sueños o en vigilia: sólo sé que estaba vivo.

miércoles, septiembre 26, 2007

Cuerpo y fidelidad

Anoche mientras dormía, soñé, bendita ilusión, que la fontana de mi vida volvía a su centro. Vi claro en mis imaginaciones la India y su forma de rombo en el mapa de mis sueños. Era un borde sinuoso y amplio: cerrado en poliedro en contra de su voluntad, más preocupado de dar vida a Asia que de mirarse las tripas. A la deriva, un triángulo ordenado y azul se aproximaba como un glaciar de navegación lenta. Era Cataluña.

Vinieron a mí entonces, por el contacto de mis dos tierras queridas, las letras que manejo: Juan Ramón, Tagor, Europa, los sufíes, las escaleras. Pensé, mientras mi mente apenas asomaba al mapa, dudando si caminar o no sobre un terreno abstracto, la vida mía y lo que tenía que ser el centro de creación.

Desperté en el sueño. Y me dije: tienes que escribir este sueño. Al darme cuenta de que aún estaba soñando, y de que el sueño de los mapas era la primera caja china, me entró una desazón deconstructiva. Sentí una señal de peligro y abracé temeroso la materia. Fiel, supongo, a mi idea del ser humano como constructor de sentido.

lunes, septiembre 17, 2007

Aladiós en conjugación


En el pinar blanco, Alá insinúa sus almas múltiples. Regresa en su materia hacia la dormidera de las piernas, abiertas en mundos de mermeladas y pieles de cerdo. Las virutas de un dios ya otro ruedan por el monte pelado cachemir hasta la higuera donde otro dios se buscaba los centros. En la rama descansa aladiós con ojos de albatros, destartalado, de alas como pagodas sufíes que explican el pensamiento lateral, el lado torcido de las cosas, la inclinación universal. Sube a dios desde el valle de Cachemira el olor a cuervo y rista, convencido en su monogreísmo. Alá tira sus ojos azules de lo turco sobre la citada revolución subterránea. Observa cómo de las gabias colgadas del cielo empiezan a desbordarse animales normales, sueños de piernas indias, libros encuadernados con dientes nuestros, inicios del mundo. Aladiós mira el lento aterrizar de la vida en el hombre, el polo diverso de las cosas. Tras un reflexionado, se tira en sus dedos hacia el valle, yemas coloradas que anudan el valle redondo, zapatos disparados que se rompen en carne para unirse con sus personas: los huesos del Éste que embalsaman la materia de esto. Y aladiós que mira los efectos de su ser desde aquí, que se observa cambiando la historia en comunicación continua con su mente. En vigor sostenido, el mundo le devuelve una materia en verso, ordenada según la única pauta que conocen los hombres: la gramática. Alá abre la boca y sale el sol, respira y mueve las voluntades de musulmanes y cristianos; agita los vientos internos de los piadosos, controla el flujo de los grandes estados de ánimo, hace correr la comunal sangre universal. Aladiós por fin despegado de su unidad: disparado a molecular el mundo, arriesgado hacia lo diverso, sumido en el apaño de que los labios beban vino de vasos de cerámica, de que se tejan cestos de esparto. En la sombra de la materia, aladiós se recibe en el centro: aladiós me levanta la gigante lona que hace aparecer la escalera de la palabra.

viernes, septiembre 14, 2007

Secuestro

Anoche cuando dormía, soñé que secuestraban a mis vecinos de Barcelona. No sé cómo la noticia llegó a mí, en estando yo en el centro del mundo: la India. De modo que me trasladé, en ámbito onírico, a mi tierra madre:

Los captores nos obligan a ir a casa de los vecinos. Acepto reticente y altivo, con la mirada en la disposición literaria intacta. Los vecinos están sentados a la limón, ordenando sus pensamientos para la huida. De pronto, aparecen cuatro mujeres y dos hombres: los auténticos secuestradores. Empiezo a ser consciente de que estoy en un octavo piso de Cataluña: algo impensable en Delhi.

Es el tiempo de las mermeladas. Los captores intentan ser simpáticos. Uno me dice: "Entiéndelo, es normal, estos moros de mierda...", en alusión a los vecinos, que por otro lado no responden a esta descripción. Me levanto: "Estoy harto de los extremistas y el hindutva". Recuerdo que en el sueño echaba humo espeso por la cabeza: la intolerancia interreligiosa causaba entonces más rechazo en mi alma dormida que el puro hecho del secuestro.

Llego enfadado a casa de mis padres, que está justo al lado. Noto una tensión circular y envolvente, preñada de aromas occidentales y sangre. ¿Qué hago? Van a venir a por mí. Decido escapar para siempre. Bajo las escaleras de mi bloque como tantas veces en mi infancia: para bajar a la plaza a departir el fútbol, para pasar por el quiosco y comprar los cromos antes de entrar en clase, para coincidir en el camino con la chica pecosa. Las bajo de ocho en ocho: saltando al vacío y girando en el aire agarrado a la barandilla de hierro arcillado.

Me entero de que el bloque entero ha sido secuestrado. Pienso en llamar a la Policía, pero entonces podrían morir los rehenes, e incluso mi familia, que no sé dónde está. No puedo salir del edificio. Llamo a las puertas y nadie me abre: están confabulados y tienen miedo. En un rellano mercurial, me encuentro con un hombre armado.

"Vale, vale", digo yo [tik hai, tik hai...]. Me pone su arma entre los dientes y subimos a la octava planta. Mientras subo las escaleras hacia el lugar donde me crié y donde ahora me aguarda la muerte, quiero despertar, me concentro en despertar, me arriesgo a despertar sin saber qué hay de este lado... En mi templo sufí, unos labios negros calman mi pesadilla.

sábado, septiembre 08, 2007

Delhi en El Prat

Anoche mientras dormía, soñé que estaba en mi antigua Redacción, entre Provença y Muntaner.

Queda poco para las diez. El Ejército había vuelto. Llega un compañero de Economía y me abraza. De alguna manera, el día busca las piruetas y la luz.

El salto me lleva a una motocicleta. Conduzco con el pelo enmarañado. Son las rotondas de El Prat, de mi ciudad perdida. Adelanto a una moto que conduce una chica que se llama Alejandra, un viejo amor no cumplido. Giro a la izquierda por una calle oscura, donde tendría que estar el complejo deportivo más grande de El Prat. Pero lo que encuentro es mi oficina de Nueva Delhi. Llevo de paquete en la moto a una nueva becaria, que tras un tiempo fuera ya no se acuerda de la cara de la jefa, a quien confunde con la portera.

Subo. Me obsesiono mercurialmente con las noticias: todo el mundo me molesta, pero yo sólo quiero trabajar. Me dice la jefa que tengo que escribir dos mil líneas, que confía en mí, que... "Yo siempre lo hago bien", la interrumpo. Ella sonríe. "Bueno, siempre lo intento", pienso en otro plano del sueño, el de las cataratas y las marismas negras.

Por la noche, me invitan a una fiesta. Es en Delhi. Al acabar, me invitan a otra, pero me quiero ir a casa, a Nisamudín, a la casa de mi santo sufí sentido. Me llevan a la Vieja Delhi en taxi. Estoy lejos. Me enfado y cojo un autorickshaw. "Chalo, baisab (Vamos, maisán)", le digo al conductor del triciclo, en mis primeras palabras soñadas en hindi. Regateamos y volamos. Por el camino, pienso en si yo en Barcelona tenía alguien como mi compañera de hoy: la cara era diferente y destartalada. Llego a Nisamudín. Hay un partido nocturno de mi equipo de fútbol. Jugamos a la pelota a pesar del monzón. Cuando la lluvia nos empuja fuera de los límites, salgo corriendo y me meto en la furgoneta del equipo.

No son ellos. Son cuatro niños indios. Uno conduce. Arranca. No entienden qué hago con ellos. Comprendo la situación tras unos segundos: la Policía nos persigue; son ladrones. La luz de la patrulla me da en la cara. Es el fin, pienso. Pero Delhi está alta y digna.

martes, septiembre 04, 2007

jueves, agosto 16, 2007

jueves, julio 26, 2007

Parlamento y sueño



La lengua de mármol coletea en mi boca. Gigante y húmeda, amenaza con desbordarme, me asusta, me recuerda que estoy en un país de alteración y suspensión. Me levanto. Pongo la música bengalí que no entiendo, que me llevó a Bengala a buscar a Tagor, sus canciones de la calle, los dulces y el comer con las manos. Para despertarme de verdad, cambio la música: elijo la música sufí, el cántico que tengo cada jueves al lado de mi casa. “Te has vuelto loco”, pienso. Salgo a la oficina. Nuestro conductor no está, así que cojo un taxi para mi primera misión parlamentaria en la India. La toma de posesión de la primera presidenta del país, Pratibha Patil.

Después de dar cuatro vueltas y casi insultar al taxista por su falta de habilidad, llego al Parlamento indio. Un complejo multicefálico, mercurial, inasible, líquido también, como nosotros. Paso por el primero de los ocho controles de seguridad (no es una broma). Me cachean, me tocan el pene, como de costumbre. “¿Qué haces, tío” (en español). Cara de incredulidad. Busco el banco asignado a los periodistas. No me dejan pasar sin antes dejar en una sala situada a no poca distancia mi móvil y mi maletín. Pero allí me dicen que no puedo dejar el maletín; sólo el móvil. Lo comunico en la entrada principal y la lían, no saben qué hacer con un maletín que les sugiero que revisen para que vean que no contiene ninguna bomba. Al final lo dejo en el suelo, al lado de un guardia de seguridad.

Entro y veo lateral y aéreamente a Abdul Kalam y Sonia Gandhi. Es casi imposible la visión desde el palco -la cúpula es gigante, Joan Pau- y asomo la cabeza. Me llama la atención el personal del Parlamento y les digo que me dejen en paz, que dejen de fijarse en los blancos y que empiecen a molestar a los indios. Y son ellos los que empiezan a actuar en su espíritu. Me empujan los periodistas, me dicen que les deje pasar para ponerse justo delante de mí y no dejarme ver. Acostumbrado, le toco la oreja a uno, le aparto de nuevo con cierta violencia, asomo la cabeza ante la indignación de cuatro de ellos. Escribo y miran mis apuntes. Qué pesaos, me digo, y pienso: qué grande es la India. ¿No, Mormitri?

Mientras escribo -única actividad que me da sentido y que me tendría ocupado toda la vida-, se me cae el pase de prensa, el mismo pase que, a los extranjeros, nos hacen cada tres meses, y para cuando te llega ya ha caducado. Lo voy a recoger, pero cuando me agacho compruebo horrorizado que se ha caído por una rendija del desvencijado palco de madera. ¡Por Krishna! Al acabar el acto, la lío. “Problem, eh”, le digo a los de seguridad. Y empiezo a reírme.

“Vaya instalaciones tenéis, eh, y eso que es el Parlamento”, le espeto a uno. Hay once personas encargándose del asunto, dicen que no lo encuentran. Hay que abrir a golpetazos la juntura entre la baranda de madera y la escalera para comprobar la realidad, pero tenemos diferencias ontológicas. Mientras discuten, miro la casi desierta sala: varios diputados comparten comida sobre sus pupitres, sentados con los pies en el banco.

"Que no, que está ahí", insisto. Renuncio al pase y dejo mi teléfono para que me llamen si lo encuentran. Entonces uno de los guardias me dice: vamos a verlo. Está loco. Arranca la horrible alfombra verde de la escalera a tiras, abre la madera, entra en el mundo desconocido del Parlamento indio (¿dónde hemos ido a parar, Lopuruna, Morgar Ladder, Eli Póquer-Levy y todas mis creaciones literarias?) y saca mi pase. “¡Gracias!”, en hindi.

Me voy y me persigue, me dice que su hijo estudia español, que le ayude, que me llamará. Me vuelvo a ir, ahora del edificio, y veo una manifestación a favor del anterior presidente, Abdul Kalam. Tras una breve entrevista, el “presidente de la asociación Youth India” me pide el teléfono, que hacen muchas actividades, que los medios somos muy importantes, y evidentemente le doy un número falso. Veo pasar la multitud institucional, Patil, Gandhi, Kalam y el mundo girado y otro. Cojo el rickshaw para volver a la oficina y escribir mi primera crónica parlamentaria india. Pienso en Josep Pla. Maisán acelera, como siempre, y yo le animo en su riesgo universal. Veo una señal de tráfico en hindi y, con dificultades, leo la palabra. Se me queda mirando y me sonríe en su oscura indianidad, ya lanzada en espíritu hacia mi Occidente en crisis. “¡Le dao, eh!”, le digo, inundado en mi felicidad. Acelera, maisán, no te pares, quiero emocionarme por fin, llévame lejos. Volemos a la otra orilla a leer este sueño oriental que no se acabará.

lunes, julio 23, 2007

Diario de la India VIII

GRAMÁTICA Y MENTE

Vuelve el mundo a nuestro dolor en alzar de brazos universal. Nos enciende, nos mentaliza con sus miembros en pura ampliación, crecientes. Se agrieta su materia en su rodeo cósmico y de nuestro deseo salen al exterior mariposas musculosas, colores rápidos, alma. En este aplastarse del mundo hacia el amor nuestro, la sangre comunal no pasa, se empecina, cabecea por las venas del todotrén humano que nos comunica. Sentimos el explotar vecino de la vida, que no llega. La presión es otra sobre ti, soga caliente siempre envolviendo el cuello de dios, membrana morena y pensante del espacio oriental. Se agrieta más la pasta de universo que nos acredita y fragmentos de lo nuestro se van hacia dios: bicicletas de bambú, constelación de sombreros vietnamitas, concentraciones de piel y dormidera. En este tímpano interno de Laos no escuchamos las luces de sémola con cuatro hélices. Este final del mundo -pronto iremos a la otra orilla- nos recuerda al tiempo del arroz cuadrado y pensante. Tragó de mí el mundo la sustancia, se fue de mí en esto, en bártulo numerado. Y por fin la pobre alma nuestra apalabrada se adentró en lo cósmico: dios presencia infinita en mis testículos, vacío circular del corazón cansado, costilla en trance de enhebrar la moneda de Asia. Yo sueño con ser indio. Sueño con romper en piernas hacia el insondable número oriental.

martes, julio 17, 2007

Mantenimiento

Morgar se disculpa por su ausencia en la bitácora. El motivo es la explosión brutal de su ordenador, que ha pasado a mejor vida.

Y promete: poema taoísta, gramática comparada entre Jacob y Ganesh, nuevas experiencias indias.

martes, junio 05, 2007

Balbuceo ladino

scrita

racha di la primer scrituria

palabra di una lingua pardida

aprovu intinderti

cuandu durmin lus ojus la cara la frenti

cuandu

no sons nada mas qui un barcu al fin di su viaje

nada mas qui una scrituria muda


CLARISSE NICOIDSKI

sábado, junio 02, 2007

La libertad está en el puro vivir

También una de mis heterónimas perdidas, Eli Póquer-Levy, que nos ha deleitado con su poesía ladina, escribió sobre la libertad. Creo que fue algo así:

La narración libre, por ELI PÓQUER-LEVY

And grant me my second,

starless inscrutable hour.

Samuel Beckett: Whoroscope.

Ayer salí a yantar con mi marido y mis hijos a un restaurante naranja. Era el cumpleaños de mi hija de once años. Como habíamos invitado a sus amigas a nuestro humilde piso, y en vista de que aún no habíamos llegado a los postres y de que la hora de la fiesta se acercaba, le permití que se adelantara a nosotros. Agarró las llaves y subió sola al piso para recibir a los pequeños invitados. Yo llegué diez minutos más tarde, tiempo durante el cual los renacuajos fueron inenarrablemente libres, desprovistos de autoridad familiar o institucional.

La libertad está en el puro vivir, en la irreverencia tranquila con lo real, en la navegación por los momentos más o menos mágicos que, tal como islas, nos dan el descanso temporal y necesario para continuar este hermoso naufragio que es la vida.

La fiesta se había descontrolado un pelín. Me imaginé al niño de los pelos enredados girando la bola del volumen del equipo de música. Y todas las niñas y los niños gritando de excitación con los más altos decibelios: esperando otra vez la fiesta del oído cuando la música bajara.

“La libertad está en el puro vivir,

en la irreverencia tranquila con lo real”

“El medio de mutua comprensión de los espíritus no es el aire circundante, sino la libertad poseída en común”. Coleridge.

Cuando abrí la puerta, las serpentinas abandonaron su recién adquirida propiedad pugilística para recuperar su antigua tradición más o menos aérea. Los globos rotos yacían en el suelo, signos de una libertad culminante y vivaracha, ya perdida. Esos instantes de estallido libertario sólo podrían volver en alguna intermitencia, en alguna excursión mía al lavabo bien aprovechada por los niños.

La sensación y los juegos son las entrañas de la libertad. Siempre me he preguntado por qué a Samuel Beckett le gustaba tanto manejar autos: acaso en la libertad esté la respuesta. Conducir tenía esa pátina de libertad, ese elemento de peligro y excitación que solipsísticamente y con esa erudición áspera iba a perseguir en su literatura.

La literatura

Me puse enseguida a escribir un cuento sobre la fiesta de cumpleaños de mi hija. Fue cuando me di cuenta de que todo cuanto había escrito en mi vida eran momentos que yo identificaba como libres, o como su reverso, y que por tanto corrían desesperadamente en busca de libertad. Este pensamiento me tranquilizó en mi conciencia.

“Salir de sí mismo, ser otro, aunque sea ilusoriamente, es una manera de ser menos esclavo y de experimentar los riesgos de la libertad”. Mario Vargas Llosa.

Con la pluma chorreante en la mano y la resaca simpática de la fiesta de onceañeras, escribí anoche el cuento de los niños y la libertad. Lo titulé “La excesiva escalera”, por motivos de los que ahora no quiero acordarme. En los papeles, desplacé libertad y literatura a las antípodas de la política y la economía: allí donde estas últimas no fueran su contrario, sino que no pudieran leerla, donde no la comprendieran y no dispusieran de la contraseña para acceder a las tripas de lo libre.

“Esa literatura politizada en grueso es una literatura reducida a su mera instrumentalidad, sierva de la intención y los temas, absorbida por decreto en la superestructura ideológica”. José Ángel Valente.

La narración avanzaba desbocada. Ya casi nada tenía que ver con la verbena casera. Había inventado pelotas, galerías, espacios donde más niños pudieran jugar. Sin autoridades. Ni siquiera el narrador era adulto: sólo la autora, o sea, yo. El lenguaje era simplísimo, juguetón, infantilmente delicioso. Ya estaba llegando a ese punto de la creación donde el autor se cree dentro de una narración escrita por otro.

“Se me ocurre pues que el elixir de la libertad es la literatura, porque yo escribo, y quizá la carpintería lo sea para el carpintero y los zapatos para el zapatero”

“Bajo su apariencia inofensiva, inventar ficciones es una manera de ejercer la libertad y de querellarse contra los que -religiosos o laicos- quisieran abolirla”. Vargas Llosa, otra vez.

La noche no tenía luna. La intuición de que la libertad sólo es posible en el ruedo poético me asaltó repetidamente, mientras ponía a secar la pluma. Y no me refería, en mis pensamientos, a la libertad en la ficción -lo que libremente hacen los personajes- sino a lo que tiene de técnica escribir, al puro acto de la creación, que es lo único que me hace libre y madre. Miré por la ventana.

“Sobre las alegres olas del profundo mar azul / nuestros pensamientos son ilimitados, y nuestros corazones, libres”. Byron.

Al volver los ojos a mí, recordé la normal existencia. La distancia entre lo que escribía y yo misma decrecía, a pesar de las diferencias formales de ambas cosas. Había en la noche como un acercamiento. Como si no sólo pudiese ser libre a través de la literatura sino también en esta orilla.

Dice Belén Gopegui que leer no sirve para vivir otras vidas, para ser libre. Mentira, digo yo.

De modo que mi narración continuaba. Ahora había puesto a un niño en el desierto y a una niña en una galería circular flotante. Había plantado una escalera entre los dos para que dialogaran y, por qué no, pudieran jugar juntos algún día. El dilema de quién poner arriba y quién poner abajo era terrible. Parece como si todo estuviese intoxicado por la política y lo correcto. No es que el acto de escribir tenga que ser amoral, pero... Quizá sí. Creo que sí. Me he convencido.

“Lo que yo deseo es no ofender nunca con mi crítica, pero tampoco ofenderme a mí mismo”. Juan Ramón Jiménez.

De modo que la crítica, como instrumento tropical, amuralla el deseo de los mortales, y hace posible el acceso a las libertades. Esta dignidad, esta terquedad de escribidora de crear cosas que sólo a mí me placen, es más que nada amor a mí misma, pienso mientras acabo las imágenes.

El amor

Se me ocurre pues que el elixir de la libertad es la literatura, porque yo escribo, y quizá la carpintería lo sea para el carpintero y los zapatos para el zapatero. Pero ahí no voy a entrar. Mi idea de literatura, como leo en mis escritos, está sentada en algo extraño, afectuoso, sentido.

“En Occidente el amor es un destino libremente escogido; quiero decir, por más poderosa que sea la influencia de la predestinación —el ejemplo más conocido es el brebaje mágico que beben Tristán e Isolda— para que el destino se cumpla es necesaria la complicidad de los amantes. El amor es un nudo en el que se atan, indisolublemente, destino y libertad”. Octavio Paz.

Precisamente el premio Nobel mexicano me recuerda mucho a un amigo que es poeta y crítico literario. Mientras pulo los detalles del cuento de esta noche, recuerdo cómo conoció a su mujer. En la costa granadina, un joven sentado en las rocas del mar escribía poemas. Una chica se le acercó. Se propusieron escribir un libro juntos. Otro día, se casaron. A veces la vida está terriblemente desintoxicada de ideología. Es el puro vivir que yo decía.

“Hay una conexión íntima y causal entre libertad y amor”, sintetiza Paz.

Este maestro de mí, apellidado alegremente, me dice que el libro clave fue Hiperión, de Friedrich Hölderlin. O sea, fue el libro que les juntó a él y a su mujer, el que les embarcó en la escritura, en un proyecto literario que acabaría en una extraordinaria editorial timoneada por ambos. Inevitable pensar que ella era Diotima, el sueño griego de Hiperión, e imaginar que se carteaban, que se querían desde la distancia.

“El punto de unión entre el amor a Diotima y el amor a la libertad es la poesía”. Sorprendentemente, Paz. ¿Pensaba en ellos?

Me imagino a los Alegre sobre la escalera de mi cuento y me duermo sobre el pupitre, en mi mansión mexicana. Mis cabellos rubios caen sobre los papeles, como en un lirismo libre.

jueves, mayo 24, 2007

Libertad y origen

Hoy he recordado mi tiempo europeo desde la India. Uno de mis heterónimos escribió en Barcelona este ensayo, ejemplo de energía radial y dispersa dirigida al numen. Hay algunas ideas que apuntan ya al paradigma de la confianza en la palabra.

Lo digno es un liberalismo

Decir que con la libertad no se puede vivir dignamente es como decir que no se puede vivir más que de criado, de soplón o de lacayo

Pío Baroja

El europeo inhóspito y barbudo que hay en mí, educado a golpe de biblioteca circular, no puede más que, ante la pregunta que hace la libertad, disparar la mirada hacia su ambiente para pensar lo que es alguien entre tanto libro. Efectivamente, ¿es el hombre más libre gracias al conocimiento? ¿Qué rosa, si es que existe, encapulla el saber y perfuma el jardín de esto que es la vida? Intentemos determinar qué es el olor bibliófilo que le da a esta campaña una característica de ligereza y amplitud, como de libertad superlativa.

Me es imposible seguir esta exploración botánica sin señalar con energía que no nos referimos aquí a una trivial forma de conocimiento, reductible a la mera existencia de los sentidos y un cierto andar por el mundo, sino a lo que es un conocimiento nuclear: el que, nacido de la voluntad, convierte en una necedad las notas a pie de página y las aclaraciones.

Palabra que dice lo libre

Es cuanto menos embarazoso negar que sólo el ser humano puede ser libre. Y lo puede ser -¿lo es?- dando las gracias al lenguaje. El humanista cree que la libertad no es posible sin un pleno desarrollo de la capacidad lingüística de cada ser humano (Vidal, 2005). Estamos, pues, fundamentalmente de acuerdo con este voluntario antropocentrismo que sienta la más importante forma de comunicación humana en el sillón del rey que decide quién es libre y quién no, en este mundo de máscaras, de personas.

"El lenguaje, los lenguajes, las palabras bien dichas y escuchadas, dan al hombre más margen de maniobra, más libertad"

Convencidos de que la libertad es algo sólo encabible en una categoría humana, acordamos con Steiner que cuanto más amplio el vocabulario del hombre, más mundo puede dibujar. A más rica sintaxis, mejor posesión de sí mismo y más acabado entendimiento de las cosas tiene. El lenguaje, los lenguajes, las palabras bien dichas y escuchadas, dan al hombre más margen de maniobra, más libertad.

La idea es que la palabra nos hace más libres, no que la palabra nos haga libres. Primero porque la libertad es en su pura condición relativa; segundo porque la absoluta libertad es un oxímoron; tercero porque la estructura tripartita es típicamente occidental y determina en cierta forma algunas formas de expresión, como esta última oración. Lo digo sólo a corte de ejemplo.

El indicio que me apercibió de la posible verdad de esto que digo -de que el lenguaje nos hace más libres-, es la naturaleza antieconómica del lenguaje y de eso que convenimos en llamar libertad. En efecto, la multiplicidad de idiomas es una cosa poco deseable desde el punto de vista de lo utilitario. Eso sí: es claro que nos hace más humanos: la voluntad de entendimiento desde la diferencia, desde el distanciamiento a propósito, nos ha definido siempre muy bien como seres humanos. Los idiomas pueden ser eficaces, pero difícilmente eficientes, al menos si nos ceñimos a la comunicación entre sus lejanos hablantes y a su pluralidad desquiciante.

De la misma forma, la libertad nos columpia con empujones de las manos de pasiones y deseos, en lugar de dejarnos poner pie en el suelo para irnos frenando y buscar eso que llaman felicidad en la tierra marrón. Como humanos, encontramos en este irracional balanceo, que muchas veces nos aleja de lo que deberíamos querer, un placer irreversible. Este balanceo nos define definitivamente. Preferimos reafirmarnos en nuestro cuerpo y pensamiento de siempre que buscar argumentos que nos convenzan de las virtudes de lo perfecto, de lo inmóvilmente feliz, de lo no humano, en definitiva. Volveremos al final sobre esto, que es de capital importancia.

La actitud liberal

De entre los humanistas liberales, uno de mis favoritos, Ortega y Gasset, dice que “vivir es sentirse fatalmente [la cursiva es suya, significando probablemente una referencia al destino] forzado a ejercitar la libertad”. Quisiera yo hablar un poco de esto y después poner el acento en otra cuestión: más que en la de la predeterminación, en la de la actitud.

Efectivamente, vivir nos conduce obligatoriamente a ejercitar la libertad. Fijarnos en la fatalidad de este asunto es ser tendencioso y agarrarse a las falacias del lenguaje. Porque decidir no ser libre es eso: no ser libre. La libertad para escoger la carretera de la esclavitud, digámoslo así, es una patraña lingüística, una trampa epistemológica, un mal entendimiento de lo que es el ser humano. Lo libre, intrincado y contradictorio lleva consigo unas extravagancias que hay que pensar pero no malinterpretar.

De parecida factura es la llamada paradoja de la libertad. Se dice que si todo el mundo hace lo que quiere, el fuerte se impone sobre el débil, menoscabando así la libertad de al menos la mitad de las personas que viven en sociedad. Algunos, como el propio Morgar Ladder, que escribe en esta obra coral sus opiniones que sólo a medias son liberales, resuelven esta paradoja con salvaje absolutismo. Ya se verá. Otros acuden con sensatez al tópico de que la libertad de uno acaba donde empieza la del otro. Estoy de acuerdo: pero además quiero añadir un asunto ya anunciado: la actitud.

Por supuesto que alguien tolerante ha de tolerar lo intolerable -¿qué clase de tolerancia sería aquella que sólo tolera lo que es de su propia categoría?-, pero ello no nos tiene que intimidar para recomendar, sin ánimo de imposición, el que creemos que es el mejor comportamiento, o más bien la actitud que nos parece más propicia. La actitud que recomendamos aquí como la mejor, o al menos como la más humanista, democrática y liberal, es la del racionalismo crítico, bien expuesta por el filósofo Karl Popper.

“Cuando hablo aquí de ‘racionalismo’ -dice Popper-, uso la palabra siempre en un sentido que incluye ‘empirismo’ así como ‘intelectualismo’; justo como la ciencia hace uso de los experimentos así como del pensamiento”. Este racionalismo, bien entendido, es una actitud de escucha de los argumentos y de revisión de los propios postulados. Es el método con el que avanza la ciencia y con el que creemos que puede caminar el ser humano.

"El hombre es capaz de reprimir sus más básicos instintos animales en la búsqueda de valores abstractos y de mayor altitud"

Expuestos a la opinión del otro como el playero a los rayos de sol; constantes e incansables en nuestra fragilidad, como el Papa Juan Pablo II; miedosos a la vez que trabajadores con nuestras opiniones científicas sobre el mundo, como Einstein; humildes y leídos, pertinaces en la carrera del conocimiento, como Sócrates. Creemos esta actitud, honestamente, la mejor y más viable manera de dispararse hacia la libertad.

Todos los humanistas han sospechado de lo benigno de esta idea o han sido inconscientemente partícipes de ella. Sócrates, en efecto, es el primero en desarrollar este programa. Después de Grecia y el Renacimiento, es de justicia reconocer este racionalismo crítico como sustancia propia del siglo de las luces, que siembra la semilla de la Revolución francesa, aunque el árbol que creciera después no se mantuviera fiel en su integridad a las raíces.

Digno de lo libre

Hemos hecho una operación como de striptease invertido, como poniéndonos la ropa para entender mejor la libertad, que en realidad está en la piel sola. Una vez identificados el tronco y las ramas de lo que entendemos por libertad humana -puro pleonasmo-, viene la hora de comentar la libertad en su radicalidad. El conocimiento, el lenguaje y el racionalismo crítico -cuerpo del árbol- brotan en este caso de otra raíz igualmente humana: la moral.

Efectivamente, encontramos en el balanceo de que antes hablábamos algo fundamental de nosotros. Este moverse pendular, endemoniadamente libre, nos aleja en ocasiones de la felicidad en su forma más prosaica. Cedemos la naranja más sabrosa a nuestra hija pequeña libremente, sin esperar nada a cambio, puesto que la bebé es demasiado poco experimentada como para conocer la salud de la fruta. Aquí el hombre es capaz de reprimir sus más básicos instintos animales en la búsqueda de valores abstractos y de mayor altitud.

El utilitarismo no es Dios. Tampoco divino. El checo que salía a las calles a protestar durante los años del régimen comunista sabía que tenía poco que ganar y mucho que perder. Una cosa que hay que evitar casi siempre, la guerra, es de hecho otro ejemplo de que es falso que el instinto de supervivencia es el más insertado en el corazón humano. Muchos moriríamos por nuestros seres más queridos, cosa que nos afirma más en nuestra humanidad.

Dice el mejor filósofo de todos los tiempos, Immanuel Kant, una cosa que me parece lo más importante: “La razón no es propiamente la doctrina de cómo ser felices, sino de cómo hacernos dignos de la felicidad”. Permítanme asirme a este monumental pensamiento y balbucear que este balanceo que hemos descrito no es el movimiento que nos hace libres, sino el que nos hace propiamente dignos de la libertad.

AGUS MORALES, diciembre de 2005