escalera: junio 2009

jueves, junio 11, 2009

Pakistán o la teoría del mosquito

Mis últimas vacaciones, de diez días, las empleé en la relectura de un libro: Pakistán. No había estado allí desde enero de 2008, después de que mataran a Benazir Bhutto. Los periodistas extranjeros viajamos entonces a una Islamabad nevada y llena de estupor por el asesinato de su líder más populista y anticastrense. Era también una ciudad rebosante de excitación democrática ante la llegada de las elecciones, aunque esto cae, como siempre, en el terreno de mis intuiciones, siempre desubicadas.

Vuelvo en mayo de 2009 para visitar a mi amigo y corresponsal de la Agencia Efe en Pakistán, Igor G. Barbero. Noto que el país no ha cambiado su discurso de fondo pero que ahora hay una nueva saudade política: el enésimo desencanto con las instituciones y, sobre todo, el desconcierto ante la necesidad de posicionarse ante el integrismo islámico. Esta desorientación es clave porque está en el mismo corazón de la identidad de Pakistán, que había nacido reivindicando ser el hogar para los musulmanes del sur de Asia pero, también, una entidad que hacía alarde de un cierto Islam moderado y de un respeto teórico hacia las minorías.

Igor ya es un paquistaní, si es que no lo era antes: insiste en que me levante a la misma hora que él, que debe empezar pronto su jornada laboral. Intento hacerle comprender que el hecho de que su día comience no significa que el mío haya empezado también, pero es inútil, porque ve algo de inmoral en que se me peguen las sábanas en mis vacaciones, periodo en que sólo quiero dormir, soñar, escribir y fantasear.

Me engaña también para que me quede algún día más en Islamabad para poder ver juntos la final de la Copa del Rey -él es del guerrero Athletic, yo del lírico Barça- y me convence. Al final no podemos ni escucharlo por la radio: tenemos que llamar a su madre por teléfono para que nos ponga la correspondiente locución, que escuchamos en manos libres cuando Bojan ya había marcado.

Intuyo que Igor tiene razón en algo, porque son de nuevo esos días en que, pese a no estar en mi puesto de trabajo, me empujo hacia alguna exploración fruto de mi condenable tendencia a mezclar las obligaciones laborales con el tiempo libre. Así que intento no levantarme muy tarde, le suplo un día y él me consigue una entrevista con el portavoz militar de Pakistán, Athar Abbas. Escribo cosas con la nostalgia del paso del tiempo y el recuerdo de que, en la India, las fuentes son inasibles. En Pakistán todo el mundo quiere hablar; en la India hay un extraño desinterés por la comunicación directa y un rumor laxo de unión de fondo.

Conozco, sin saberlo, a la hija de Raja Tridev Roy, que habla un perfecto español. Son de la tribu chakma de Bangladesh y ello despierta mi interés bengalí. En efecto, Tagore decidió preciosos nombres para varios miembros de la familia: Rabindranath aparece también en Pakistán. Visito la casa a invitación de Trivini y conozco a su ilustre padre, amigo del difunto Zulfikar Alí Bhutto. Roy departe de forma sencilla y bondadosa, sin olvidarse de citar a literatos de habla hispana vista la nacionalidad de su invitado.

Aunque el encuentro más divertido tuvo lugar un domingo. Lo organizó Igor. Llamó a un punjabí que se dedica a acompañar a periodistas a las zonas de conflicto a cambio de un pastón que nosotros no nos podemos permitir, y a Pir Zubair Shah, un periodista que trabaja para el NYT y que pertenece a la misma tribu que el líder de los talibanes paquistaníes, Baitulá Mehsud. A la cena, celebrada entre ragas sufíes, Pir acude con otros dos pastunes. Debo recordar que el equipo del NYT que cubre Pakistán y Afganistán, en el que está integrado Pir, ha ganado un Pulitzer, así que, pensamos, sólo nos queda escuchar.

Uno de ellos dice llamarse Abdulá Mehsud y sólo responde cuando le requerimos en urdu. Lleva la vestimenta típica paquistaní (shalwar kamiz) y una profusa barba islámica. El otro va vestido de civil -perdón por la licencia- pero es el que consigue la condecoración de personaje revelación de la velada. El civil, también de Waziristán, señala de repente a un minarete. "¿Qué es eso?", nos pregunta. Dudo, perplejo, entre dos respuestas: "minarete" o "mezquita". Se adelanta Igor, que apuesta por la segunda: "It's a mosque". Sus palabras son, a mi juicio y espero que también en opinión de los lectores de esta bitácora, tautológicas. Pero no para nuestro comensal: "No, eso es lo que decís vosotros los extranjeros, eso es una masjid", la palabra árabe para el templo islámico, también usada en urdu. "Los extranjeros decís mosque, que viene de mosquitos, porque queréis decir que es un sitio repugnante". Se equivoca, claro, pero me siento un poco culpable porque al fin y al cabo esta locura etimológica probablemente se debe a nuestra alteración fonética ('j' por 'k') de la palabra original, que luego ya pasó a otras lenguas, entre ellas el inglés.

El auditorio se agita entre llamadas al resurgimiento del nacionalismo pastún -el punjabí parecía retraído- y a la defensa ardorosa del Islam. Igor, que es un primor, apaga el fuego con su bondad. Yo me veo tan incapaz de decir algo bueno sobre el integrismo religioso que me dedico a servir comida y bebida a los comensales, algo que lleva al ideólogo de la teoría del mosquito a considerarme, de forma ya irrefutable, una buena persona.

Pir insiste en que quiere ligarse a una holandesa de raíces italianas que Igor y yo conocemos. Esto parece mucho más interesante para todos los paquistaníes, aunque los españoles insisten en preguntar sobre talibanes y bombas. Y Pir se lamenta: "Mira, el territorio es fácil de conquistar, lo sabemos nosotros los pastunes. La tierra se barre -dice mientras dibuja con los brazos una enorme extensión asolada- y punto. Pero esto es mucho más difícil. Se trata de conquistar cuerpo y mente".

Todos ríen, quizá tras repasar sus proyectos amorosos -más o menos imperialistas o poéticos, inocentes o desvergonzados, sinceros o malvados- en Barcelona, Waziristán, Bilbao, Lahore, Madrid, Islamabad, Berlín; Delhi. Nos vamos a casa: Igor está como siempre muy preocupado por el futuro del país en el que vive. Por una idea nacional ya totalmente deshilachada que nunca ha convencido a nadie; quizá aún menos a las numerosas etnias que habitan en Pakistán. La mística del sufismo, la poesía en urdu y el liberalismo retroceden: avanza en desorden un integrismo amoral y desintelectualizado que pocos comparten pero que no todos están dispuestos a rechazar.

Pero seguimos con amor hacia Pakistán por sus generosas gentes, su pronunciación suave, sus mezquitas pensantes. No se me va el olor a Pakistán porque allí sigue Igor, hablando cada día conmigo para dirigir en un sentido u otro las lanzas de la información, constatando a diario la entrañable desorganización de un pueblo que te miente y te saca de quicio, que te promete e ilusiona.

Entra en mí el desasosiego porque todos los países del sur de Asia, sin excepción y en especial Pakistán, deben definirse a partir del modelo de la India. La idea india está en la brisa lenta de las mezquitas paquistaníes, donde los fieles se postrán ante Alá; en las pagodas de los templos hindúes de Nepal; en los puntos sagrados del budismo de Sri Lanka; en los rickshaws de mil colores de Bangladesh; en los sueños y las televisiones de los afganos; en el sustento de la monarquía de Bután. Para gozo de unos y sufrimiento de otros, está presente en todas las mentes surasiáticas como algo sobre lo que hay que formarse y opinar.

Pero imagino mil veces que cruzo la frontera por tierra, que me adentro de nuevo en Pakistán. Doy gracias a Igor, susurrando, por su enorme esfuerzo por informar cada día y, de forma un poco más egoísta, por contarme cada día los cotilleos políticos, el movimiento de los días, los sueños rotos o las nuevas ilusiones del pueblo paquistaní. Llaman a la oración musulmana en Nisamudín; lo escucho desde mi ático.

Maisán: desde Delhi siento que Pakistán y la India son la misma sangre.

domingo, junio 07, 2009

Literatura y plantas

Leo compulsivamente cualquier texto o pronunciación pública que haga referencia a la palabra literaria y a la forma que debe adoptar, a la discusión de estilos, a poéticas enfrentadas, a teorías de la narración. Salgo a la terraza de mi ático indio para celebrar los juicios de mi gusto, con la intención de regar las plantas, una experiencia en realidad muy dolorosa porque todas -convenientemente bautizadas con nombres de escritores- son ya secarrales devastados por el sol de Delhi. Lanzo todo tipo de objetos -con especial entusiasmo mecheros, botellas de agua y cajas de películas- si las ideas que leo me indignan. Y contraigo mis músculos faciales mientras expulso un denso bloque de humo, cigarro en alto y en una conducta que ni yo mismo entiendo, cuando no estoy de acuerdo pero el texto me invita a girar mi pensamiento. Supongo que son los habituales espectáculos emocionales del ser humano: levitación, ánimo destructivo, resistencia mental.

Murió Benedetti y habló Gamoneda sobre él. "Utilizaba un lenguaje normalizado, el lenguaje de la comunicación coloquial, que, aunque respeto muchísimo, no comparto". Estoy citando a partir de lo recogido por la agencia Efe. "La palabra meramente informativa se puede encontrar en las columnas de periódico, en la televisión y hasta en los púlpitos, pero la poesía para mí es otra cosa, no es un pensamiento reflexivo ni discursivo". Se generó una gran polémica a causa de sus declaraciones, siempre con la discusión de fondo en la que andamos metidos hace años: la poesía de la experiencia, narrativa, labrada en lo cotidiano, sencilla y comunicativa contra la poesía del silencio -no me gusta nada la etiqueta-, que linda con el asombro y da una elasticidad mística a la palabra. Lo curioso es que ambas corrientes -que no quieren identificarse con estos nombres- creen que la otra es la que goza del respaldo oficial, cosa que desde luego no tendría que importar a nadie. En mi opinión, desde que Valente nos dejó el último gran poeta español vivo es Gamoneda, aunque a veces hago aquello del humo cuando leo sus opiniones. Ya dijimos aquí que Gamoneda piensa que la literatura no es poesía. Las dos primeras líneas de este escrito ya dejan ver que difiero.

También habló hace poco Juan Marsé, uno de los grandes, con motivo de la concesión del Premio Cervantes. La metaliteratura le deja "frío" y no se considera un intelectual, sino "solamente un narrador". No es menos. Discutí por teléfono con Joan Pau sobre Últimas tardes con Teresa. Otra vez. Los dos somos devotos de esta novela: la narración sostiene a pulso las tardes con fortaleza, sin otro propósito que el puro desarrollo del relato y el contagio lingüístico de la belleza. A mí me asombra; jamás podría acercarme. El mismo Joan Pau me ha tachado de "formidablemente críptico" e incluso me ha preguntado si alguna vez hablaré "desde el pozo simple y sereno de la existencia". Es mi vieja fe en lo intelectivo para crear emoción. De ahí mis obsesiones literarias: Fernando Pessoa, Juan Ramón Jiménez, Samuel Beckett, Octavio Paz. Con autores como Marsé o Scott Fitzgerald tengo un trato más tranquilo. Incluso con Tagore. Quien me conozca no se va a creer esto último.

Lanzo a pleno músculo jarrones e incluso teléfonos con artículos como éste. Es del sociólogo Vicente Verdú: se extiende más aún sobre sus reglas para la novela en la obra No ficción. Mis fragmentos favoritos:

"(...) en la narración es torpe seguir como si no existiera publicidad, correo electrónico, chats, cine, YouTube, MySpace o la blogosfera. Quienes en los países donde se han desarrollado las nuevas formas de comunicación continúan redactando novelas a la antigua usanza atienden sólo a los lectores vetustos, incomunicados o burdos".

"La fantasía, la intriga -y tanto más cuanto más enrevesada resulta- debe considerase un recurso estereotipado e indicio, a la vez, de no aspirar a mucho más que un sudoku".

"El estilo en tercera persona es hoy el colmo de la falacia, la hipocresía, la cursilería, el amaneramiento o la vana pretensión de saberlo todo por parte del narrador a la manera insufrible de la voz en off en los años cincuenta del cine".

Es una "teoría literaria" en boga la de escritos fragmentarios ensamblados como si fueran una obra consistente, apelando a la naturaleza líquida de nuestros tiempos, la multiplicación e inasibilidad del sentido y otros argumentos posmodernos. La cosa está yendo mucho más allá de la estudiada intertextualidad. Creo que soy uno de esos trasnochados que describe Verdú, pero lo que tengo claro es que no soy un "receptor mediático" sino un lector. Tampoco tengo una "sensibilidad multiplicada", porque no entiendo qué es eso. Ni creo que el escritor deba renunciar jamás a usar la tercera persona, que combinada con la primera persona nos asiste en el delicioso juego de la distancia, como en Lolita de Nabokov. Y respecto a la introducción masiva de elementos de "nuestra era" en la literatura... Lo siento mucho, pero, tal y como le comenté a una amiga en una larga noche de conversaciones, usar una minipimer no me define como persona. Por mucho que la use todos los días. Tampoco el iPod o los videojuegos. Celebro su aparición en las novelas como reflejo de la realidad, pero su irrupción en la poesía no va con mi férrea sensibilidad. Lo que me define como persona es lo mismo que sacude a mis antepasados: el amor y los mares desbravados, los arrebatos de desilusión y tedio, la alegría o el desconsuelo por la vida; también los detalles luminosos de la puesta de sol: el goce estético de cosas mínimas y sin intervención de pasiones desatadas. Reconozco que el asombro puede sorprenderme jugueteando con un móvil de tercera generación, pero supongo que prefiero que sea sobre hierba mojada. En eso, como en teoría literaria, soy de la vieja escuela.

Creo que la escritura literaria será siempre fabulación y alusión a lo real, ingenio y giro, inocencia o voluptuosidad, tardes plagadas de pájaros: su contenido ha sido siempre múltiple y ambiguo y no necesitamos acudir a lemas comerciales o conceptos posmodernos para subrayar que somos fragmentarios o globales. Es un viejo arte que se renueva, pero fundamentalmente sigue igual, porque nosotros somos los mismos, pese a que lo natural es que con el tiempo nos vayamos escorando hacia algún lugar desconocido.

Aunque quizá debería dejar de lanzar mecheros, porque me voy a quedar sin poder fumar. Así me lo indicó Alá en mi último viaje a Pakistán: estaba en un taxi dando vueltas por Lahore y el mechero, que había colocado sobre la guantera, se desintegró tras una desconcertante explosión a causa del calor. Me eché unas buenas risas con el taxista, con inevitables alusiones -de dudoso gusto- a lo que a todas luces fue un atentado talibán.

Tendría que dejar de ser tan integrista y regar más las plantas. Verdú habla de que la escritura ha de centrarse en su "habilidad para hacerse indispensable como medio de conocimiento" y asegura que debe ser "insustituible en la iluminación y la clase de disfrute que procura". Y se agitan mis mofletes, quizá aplaudiendo un sentimiento general de que en los diversos caminos, todos respetables, el rigor y la excelencia actúan como extraños acompañantes que, como los guías indios, nos incordian y nos meten en la cabeza que son indispensables.

jueves, junio 04, 2009

La sensibilidad

Durante la primera parte de 2009 he tenido la oportunidad de visitar el resto de países del sur de Asia que me quedaban por ojear, salvo las Maldivas (mi bolsillo y mi curiosidad no me alcanzan para desplazarme hasta allí). Estos viajes han venido acompañados de una febril actividad informativa en esta parte del mundo: se ha acabado la guerra civil en Sri Lanka, el Ejército de Pakistán ha lanzado una gran operación contra los talibanes que ha desplazado a 2,4 millones de personas y el Partido del Congreso ha barrido en las elecciones indias. En Afganistán, la cosa sigue tranquila a la espera de los comicios presidenciales de agosto. Ahora que debo quedarme anclado en Delhi unos meses, durante los próximos días voy a intentar fijar algunos misterios de estos países desde mi experiencia personal y, como siempre, desde cualquier mota de polvo que desprenda literatura o palabras.

Voy a empezar por el principio: un tema atemporal cuya escritura me ha llevado mucho tiempo y disfrute. Se trata de la estancia del poeta mexicano Octavio Paz en la India (1962-1968). Fue una bendición para el público de habla española: obligatorio es para todo amante de la poesía la lectura, al menos, de Ladera este y El mono gramático. El estilo de la agencia de noticias no me permitió algunas licencias en el artículo, pero aquí os quiero contar otros detalles que os pueden interesar.

Entrevisté a su contable y traductor durante aquellos años, G. Aroul. Es un tamil de ojos azules y encantador español, con la cabeza llena de sueños y una corta melena brillante y salpicada de canas, testigo de su avanzada edad. Contó muchas cosas, algunas de las cuales me vi obligado a no publicar debido a que no pude contrastarlo con otras fuentes. Una de las anécdotas más divertidas es que, según su relato, durante su viaje al templo de Galta -inspiración definitiva para El mono gramático-, Octavio agarró la pipa de un sadhu (extraña alma antigua y barbuda que ha dejado su familia para entregarse al ascetismo y deambula por la India) y se fumó su ración de marihuana, no sin antes sacudirlo al ver que estaba "en trance", lo cual causó un enfado considerable en su pareja, la francesa Marie-Jo.

Me explica más cosas de sus visitas al centro del sufismo islámico en Delhi: Nisamudín, al lado de mi casa. Allí se amontonan centenares de musulmanes, entregados al santo y al poeta y de espaldas al emperador Humayún, cuyo mausoleo queda a menos de un kilómetro y se ha convertido en un espacio amplio para la visita de turistas. La comprensión de El mono gramático me llega poco a poco por la vía de la emoción. Su origen es el dios mono Hanuman, que arrancó un diente a la deidad elefante Ganesh y escribió la gramática sánscrita ensamblándolo a su pluma, según la mitología hindú. Pero estas páginas de Paz contienen otro salto hacia nuestra cultura, un vaivén extrañamente sostenido por una evidencia: la India es una de las mejores atalayas para observar Oriente y Occidente.

Al menos eso se desprende de la poesía de Paz durante aquellos años. Me contó Conrado Tostado, agregado cultural de la embajada mexicana con el que he hecho buenas migas, que Octavio estuvo "tentado" de convertirse al budismo, algo que rechazó para recolocarse en la tradición del pensamiento occidental. Paz se volvió loco con la filosofía budista: ya introducido en las ideas del budismo zen en Japón, devoraba todo libro que se hallara en las tripas de la cuna del budismo, la India, que desde luego ya se ha olvidado de aquellos días. Aconsejado por Sham Lal, por entonces director del malogrado The Times of India, se adentró también en la India antigua.

Por el momento yo me siento más atraído por la historia de la literatura india -pronto esperamos hablar sucintamente sobre la poesía devocional, el bhakti-, la luz que desprende la palabra bengalí en contacto con el romanticismo inglés o la estética que despega de la mezcla del abigarrado arte hindú y la geométrica arquitectura islámica. No acabo de entender bien El mono gramático porque no he profundizado en el budismo, aunque siempre hay algo que no comprendemos en nuestros libros favoritos, empeñados en sembrar misterios en nuestra cabeza.

Hablé con Marie-Jo, que reside en México, por teléfono. Se conocieron en otoño de 1962 en Sunder Nagar (Poblado Bonito), cerca también de mi casa. El sitio tiene un mercado curioso y pequeño, nada indio porque no hay muchedumbres y muy indio porque siempre hay que regatear. Ahora se ha puesto de moda un restaurante italiano (Baci) que por las noches acoge a los juerguistas. Hay muchos jardines y en uno de ellos estaba sentada Marie-Jo con unos amigos. Octavio seguramente se acercó -esto es pura especulación- y labró ideas o puentes, palabras o dogmas, comentarios o análisis. El contable de Paz me había dicho que se conocieron en una fiesta de un artista indio, pero obviamente prefiero dar veracidad a la versión de la viuda.

Marie-Jo describe como muy intensa la relación desde el principio. Ella estaba casada; él se había divorciado hace unos años. Finalmente contrajeron matrimonio bajo la sombra del árbol del nim de la residencia de Paz en 1964. Tostado me acompañó en nuestra visita a la casa. Allí está el salón donde recibía a la clase intelectual india. También el jardín de la boda, en el que Paz, Cortázar y sus señoras celebraron la fiesta de los colores (holi). Ojo al vídeo de Aurora Bernárdez colgado en internet. Os aseguro que la fiesta, hoy, es exactamente igual. Cortázar corrigió Paradiso de José Lezama Lima en esta residencia. No sé si habéis leído esta novela, escrita por un poeta: inconmensurable, imposible, excesiva; toda una demostración de que no conocemos la lengua española. ¿Alguien ha conseguido leerla entera? Yo no; me agoté. Cuentan también que Cortázar y su pareja no estaban viviendo momentos muy felices cuando pasaron por la India y que Aurora lloraba a menudo; se divorciaron poco después. Siempre me ha intrigado, por otro lado, lo poco que escribió Cortázar sobre la India; quizá el aproximamiento fue demasiado tímido como para aspirar a estampar la palabra sobre un escenario desconocido. A algunos aún les quedan decencia y humildad.

Os podría contar alguna anécdota más sobre Paz sucumbiendo a la fiebre tántrica, pero hay un aspecto, más abstracto, que me ha interesado especialmente: la colocación mental. Todos las fuentes que he consultado coinciden en señalar que entró de lleno en la cultura india, pero que la asentó sobre su acervo intelectual pese a las tentaciones. En ello fue muy firme: tuvo repetidas conversaciones con la clase intelectual india, acodada en el antiamericanismo y el socialismo emanado de los años de Jawaharlal Nehru, y según Tostado fue fundamental en su labor de abrir el panorama artístico europeo a la nata india. Sobre su credo liberal -cercano al anarquismo, según reiteró en varias entrevistas- no vamos a discutir ahora, pero desde luego tuvo que ser interesante su diálogo con los indios, trabado en una época en la que la ideología aún significaba algo. Los indios tienen más de anárquicos que de anarquistas, pero a mí este país me parece un buen teatro para profundizar en alguna de las raíces del credo libertario. Por cierto, mi libro sobre el anarquismo en Barcelona no va a salir.

Para los extranjeros -hace poco me preguntaban por ello-, vivir o escribir en la India es un reto intelectual que te obliga a posicionarte. Hace unos meses nos reunimos un grupo de corresponsales para cenar, precisamente en Nisamudín. Algunos denunciaban al blanco que desprecia a los indios y mancha su dignidad; otros elogiaban la escala de valores europea y se escudaban en la innegable violación de los derechos humanos y la falta de libertades civiles para defender una crítica más ácida y resistirse a dar más confianza a la India. Hippies absorbidos por la charlatanería religiosa, pijos ultrajados por la mugre y la decadencia, periodistas que quieren cambiar la India, empresarios que se creen el milagro económico, devotos que ven en la democracia india una sinfonía universal, cínicos necesarios que se resisten a volar ante la corrupción masiva y la perversidad. Vaya fauna eh.

Octavio Paz también escribía cartas a sus amigos mexicanos cagándose en los indios e irritado por el funcionamiento precario de todo. Pero nos ha dejado a todos la auténtica mirada, quizá la más cruel por su apego a la estética y la iluminación: la mirada del poeta. La disparidad de ideas es inevitable en la consideración analítica de la India; pero el poeta sucumbe absolutamente, arrodillado o enhiesto, cínico o entregado, a construir una palabra más grávida y significativa en la India. Es la caída en la sensibilidad del mundo. El movimiento infinito hacia lo único relevante que tenemos: la poesía, olvidada -como ya dijimos-, impune y elegantemente en detrimento de los motivos lógicos que todos conocemos y que ahora me permito detallar: la economía y la política.