escalera: septiembre 2007

miércoles, septiembre 26, 2007

Cuerpo y fidelidad

Anoche mientras dormía, soñé, bendita ilusión, que la fontana de mi vida volvía a su centro. Vi claro en mis imaginaciones la India y su forma de rombo en el mapa de mis sueños. Era un borde sinuoso y amplio: cerrado en poliedro en contra de su voluntad, más preocupado de dar vida a Asia que de mirarse las tripas. A la deriva, un triángulo ordenado y azul se aproximaba como un glaciar de navegación lenta. Era Cataluña.

Vinieron a mí entonces, por el contacto de mis dos tierras queridas, las letras que manejo: Juan Ramón, Tagor, Europa, los sufíes, las escaleras. Pensé, mientras mi mente apenas asomaba al mapa, dudando si caminar o no sobre un terreno abstracto, la vida mía y lo que tenía que ser el centro de creación.

Desperté en el sueño. Y me dije: tienes que escribir este sueño. Al darme cuenta de que aún estaba soñando, y de que el sueño de los mapas era la primera caja china, me entró una desazón deconstructiva. Sentí una señal de peligro y abracé temeroso la materia. Fiel, supongo, a mi idea del ser humano como constructor de sentido.

lunes, septiembre 17, 2007

Aladiós en conjugación


En el pinar blanco, Alá insinúa sus almas múltiples. Regresa en su materia hacia la dormidera de las piernas, abiertas en mundos de mermeladas y pieles de cerdo. Las virutas de un dios ya otro ruedan por el monte pelado cachemir hasta la higuera donde otro dios se buscaba los centros. En la rama descansa aladiós con ojos de albatros, destartalado, de alas como pagodas sufíes que explican el pensamiento lateral, el lado torcido de las cosas, la inclinación universal. Sube a dios desde el valle de Cachemira el olor a cuervo y rista, convencido en su monogreísmo. Alá tira sus ojos azules de lo turco sobre la citada revolución subterránea. Observa cómo de las gabias colgadas del cielo empiezan a desbordarse animales normales, sueños de piernas indias, libros encuadernados con dientes nuestros, inicios del mundo. Aladiós mira el lento aterrizar de la vida en el hombre, el polo diverso de las cosas. Tras un reflexionado, se tira en sus dedos hacia el valle, yemas coloradas que anudan el valle redondo, zapatos disparados que se rompen en carne para unirse con sus personas: los huesos del Éste que embalsaman la materia de esto. Y aladiós que mira los efectos de su ser desde aquí, que se observa cambiando la historia en comunicación continua con su mente. En vigor sostenido, el mundo le devuelve una materia en verso, ordenada según la única pauta que conocen los hombres: la gramática. Alá abre la boca y sale el sol, respira y mueve las voluntades de musulmanes y cristianos; agita los vientos internos de los piadosos, controla el flujo de los grandes estados de ánimo, hace correr la comunal sangre universal. Aladiós por fin despegado de su unidad: disparado a molecular el mundo, arriesgado hacia lo diverso, sumido en el apaño de que los labios beban vino de vasos de cerámica, de que se tejan cestos de esparto. En la sombra de la materia, aladiós se recibe en el centro: aladiós me levanta la gigante lona que hace aparecer la escalera de la palabra.

viernes, septiembre 14, 2007

Secuestro

Anoche cuando dormía, soñé que secuestraban a mis vecinos de Barcelona. No sé cómo la noticia llegó a mí, en estando yo en el centro del mundo: la India. De modo que me trasladé, en ámbito onírico, a mi tierra madre:

Los captores nos obligan a ir a casa de los vecinos. Acepto reticente y altivo, con la mirada en la disposición literaria intacta. Los vecinos están sentados a la limón, ordenando sus pensamientos para la huida. De pronto, aparecen cuatro mujeres y dos hombres: los auténticos secuestradores. Empiezo a ser consciente de que estoy en un octavo piso de Cataluña: algo impensable en Delhi.

Es el tiempo de las mermeladas. Los captores intentan ser simpáticos. Uno me dice: "Entiéndelo, es normal, estos moros de mierda...", en alusión a los vecinos, que por otro lado no responden a esta descripción. Me levanto: "Estoy harto de los extremistas y el hindutva". Recuerdo que en el sueño echaba humo espeso por la cabeza: la intolerancia interreligiosa causaba entonces más rechazo en mi alma dormida que el puro hecho del secuestro.

Llego enfadado a casa de mis padres, que está justo al lado. Noto una tensión circular y envolvente, preñada de aromas occidentales y sangre. ¿Qué hago? Van a venir a por mí. Decido escapar para siempre. Bajo las escaleras de mi bloque como tantas veces en mi infancia: para bajar a la plaza a departir el fútbol, para pasar por el quiosco y comprar los cromos antes de entrar en clase, para coincidir en el camino con la chica pecosa. Las bajo de ocho en ocho: saltando al vacío y girando en el aire agarrado a la barandilla de hierro arcillado.

Me entero de que el bloque entero ha sido secuestrado. Pienso en llamar a la Policía, pero entonces podrían morir los rehenes, e incluso mi familia, que no sé dónde está. No puedo salir del edificio. Llamo a las puertas y nadie me abre: están confabulados y tienen miedo. En un rellano mercurial, me encuentro con un hombre armado.

"Vale, vale", digo yo [tik hai, tik hai...]. Me pone su arma entre los dientes y subimos a la octava planta. Mientras subo las escaleras hacia el lugar donde me crié y donde ahora me aguarda la muerte, quiero despertar, me concentro en despertar, me arriesgo a despertar sin saber qué hay de este lado... En mi templo sufí, unos labios negros calman mi pesadilla.

sábado, septiembre 08, 2007

Delhi en El Prat

Anoche mientras dormía, soñé que estaba en mi antigua Redacción, entre Provença y Muntaner.

Queda poco para las diez. El Ejército había vuelto. Llega un compañero de Economía y me abraza. De alguna manera, el día busca las piruetas y la luz.

El salto me lleva a una motocicleta. Conduzco con el pelo enmarañado. Son las rotondas de El Prat, de mi ciudad perdida. Adelanto a una moto que conduce una chica que se llama Alejandra, un viejo amor no cumplido. Giro a la izquierda por una calle oscura, donde tendría que estar el complejo deportivo más grande de El Prat. Pero lo que encuentro es mi oficina de Nueva Delhi. Llevo de paquete en la moto a una nueva becaria, que tras un tiempo fuera ya no se acuerda de la cara de la jefa, a quien confunde con la portera.

Subo. Me obsesiono mercurialmente con las noticias: todo el mundo me molesta, pero yo sólo quiero trabajar. Me dice la jefa que tengo que escribir dos mil líneas, que confía en mí, que... "Yo siempre lo hago bien", la interrumpo. Ella sonríe. "Bueno, siempre lo intento", pienso en otro plano del sueño, el de las cataratas y las marismas negras.

Por la noche, me invitan a una fiesta. Es en Delhi. Al acabar, me invitan a otra, pero me quiero ir a casa, a Nisamudín, a la casa de mi santo sufí sentido. Me llevan a la Vieja Delhi en taxi. Estoy lejos. Me enfado y cojo un autorickshaw. "Chalo, baisab (Vamos, maisán)", le digo al conductor del triciclo, en mis primeras palabras soñadas en hindi. Regateamos y volamos. Por el camino, pienso en si yo en Barcelona tenía alguien como mi compañera de hoy: la cara era diferente y destartalada. Llego a Nisamudín. Hay un partido nocturno de mi equipo de fútbol. Jugamos a la pelota a pesar del monzón. Cuando la lluvia nos empuja fuera de los límites, salgo corriendo y me meto en la furgoneta del equipo.

No son ellos. Son cuatro niños indios. Uno conduce. Arranca. No entienden qué hago con ellos. Comprendo la situación tras unos segundos: la Policía nos persigue; son ladrones. La luz de la patrulla me da en la cara. Es el fin, pienso. Pero Delhi está alta y digna.

martes, septiembre 04, 2007