Marwán
ISLA DE KO SAMET AL ATARDECER. DENTRO DE LA FOTO: MORGAR EN LA BARCA LEYENDO A TAGORE. EFE/AMP
Tailandia papaya cortada y tórrida de sangre donde Wan y yo somos la pulpa sagrada, donde somos alimento humano en placenta aérea y fresca de musgos y brazos y lotos. Nos hemos planteado en la cáscara cóncava que me has ofrecido como mar y tú, como Wanmar, y nuestras conciencias morgarwán se han mecido por el nácar de este infinto lecho circular hasta detenerse en el centro. Me has mirado, Wan, y los dioses te han estirado los ojos por las unisienes, sienes ocultadas ahora por párpados confundidos con la línea de este horizonte de plátanos, de este atardecer de isla cuadrada en nosotros. Hemos dado dos volteretas sobre la recta de tu lapicero, sobre la trama de cruces diseñada por tu otra Wan, en volteretas desde fulgor de tarde que tira los dados chinos. Y tú sirena tai de piel anfibia y aceituna echada en la proa del barco tai, Wan de pezones largos como algarrobas arriesgándose hacia mí con el pleamar como catapulta. Wan, me has recordado con tu mar mi mar, el Mediterráneo catalán y andaluz olvidado, me has traído a la boca las gambas de lo dulce, el coco de piernas en el mar y cabeza como de sepia, me has zambullido en mi tu nuestro Mediterráneo del Asia meridional. El atardecer de la isla de Samet nos ha mostrado sus enormes sábanas, sus hojas de papel de seda de un pasaporte dual primitivo donde se leen nuestros nombres. ¡Noche asiática como nunca! Ven a mí, corazón de aguas verdinegras: enséñame la nalga perfecta de Tailandia para comprender la vulva de la India.
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