escalera: El gato

miércoles, agosto 18, 2004

El gato

La señora de la limpieza ha barrido el suelo de la oficina, lo ha fregado y ha pasado el trapo por los ordenadores. Hay un cierto olor a producto desinfectante. Me levanto de la silla y me pongo las manos en los bolsillos; tiernamente la piel entra en el pantalón, de prisa la saliva se me duerme. Fuera de la oficina, en la acera de enfrente, hay una pareja de ciegos sentados en una barandilla, utilizada por ellos como banco para la ocasión, y uno está a pocos centímetros del otro sin tocarse, rozando la perfección, ambas espaldas en noventa grados, ambos sintiendo cómo el aire gira igual, en danza sincronizada. El sol les da suave en la cara. Él se levanta, da unos pasos, tantea una farola y se vuelve a sentar. Los miro con atención hasta que la señora de la limpieza pasa de nuevo cerca de la oficina, con otro rumbo, y me distrae de lo que soy. No existe ahora otra cosa para mí que este enrarecimiento, este casi sí, este vielleicht... El teléfono no para de sonar, y la intermitencia del sonido me delata: ¿cómo puedo continuamente ser? Esta ausencia de interrupciones en mí me trae ansiedad al corazón. ¿De dónde sale esta tozudez, esta insistencia por existir, este estar en un sitio y en un tiempo, este no parar de respirar? La ausencia de opciones metafísicas que den respuesta a mis preguntas me desconcierta. Arrugo la frente. Me paso la mano por la cara con fuerza y decisión, con especial sufrimiento para la nariz. Me viene la impresión de que esta forma de existir me priva de muchos pensamientos y misterios. La pareja de ciegos se levanta y parece que se miren. Caminan despacio, doblan la esquina y pierdo la vista. Los ojos se me despistan y siguen a u n gato que cruza la carretera. Un coche tiene que frenar para no atropellarle: el conductor pierde el control del vehículo y da una vuelta de campana. El mundanal ruido no llega a la oficina. Me miro las manos con estupor. Me doy cuenta de que la obligación de existir me está imponiendo, poco a poco, un suicido intelectual.

3 comentarios:

Judith dijo...

Ahí está el sueño, ofreciendo su alternativa no controlable a la existencia. O, quizás, una concentración sobrehumana en la conciencia podría sacarte de ti para volverte en otro sitio. Son los juegos con los que podemos tontear.

Anónimo dijo...

La eterna disyuntiva entre realidad y ficción. Existen personas que no son capaces de asimilar la inmediatez, la vida cotidania, con sus elementos rutinarios, su cafe de las tres en punto, su siesta y con su marcaje laboral.
Es duro levantarse a diario y no queder despertar. Por eso yo no me ducho y me dejo envolver por un halo de inmunidad que aisla de todo tipo de elemento externo. Eso sí, la primera bronca matinal acaba por despertarme y devolverme de un hachazo al mundo de las cosas.
Mientras tanto esperaré ansiaso un momento de fragilidad, en el que vuelva a soñar despierto.

Saludos,
Quique

Anónimo dijo...

Yo creo q lo imprescindible para eliminar nihilismos no es más que intentar cambiar nuestra mirada...abandonar una mirada impresionista o realista por una expresionista