escalera: Diarios de la India
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jueves, julio 09, 2009

Lo que diga la luna

Sabemos de las competiciones de poesía en la Grecia clásica, dels Jocs Florals o de los concursos en los que participaban los trovadores. Algunos de los textos que han quedado de génesis oral, alterados con el tiempo, nos sorprenden por su enorme complejidad, fruto sin duda de la lucha por elaborar lo más oscuro y difícil sin ningún otro tipo de consideración estética. Gloria y culpa del tierno precapitalismo. La presunción y la voluntad de confusión han llegado hasta nuestros días; la fiesta literaria está muerta.

¿Pero qué sabemos de la India?

La lectura del segundo volumen de A History of Indian Literature (Sisir Kumar Das, editado por la Academia de la India) me ha dado algunas respuestas. El motivo de que se conserven detalles tan jugosos de esta poesía lúdica es que la imprenta, con una implantación dispar, llegó a la India a principios del siglo XIX. Las lenguas de más prestigio, por entonces, eran el sánscrito y el persa, aunque también, en menor medida, el urdu e incluso el árabe. Uno de los pensadores más modernos de la India, el reformista bengalí Ram Mohan Roy, padre del llamado Renacimiento de Bengala, escribía en árabe e inglés. Esta última lengua comienza a penetrar en el subcontinente durante estos años y gana prestigio sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX. Con todo lo que ello comporta: las ideas y la literatura de Occidente sobre el pasado cortés mogol y el mistificado poder de la lengua sánscrita. De esta tensión nace la modernidad india, a diferentes velocidades en según qué lenguas, como ciclistas haciendo la goma, aunque el resultado es que el pelotón lingüístico alcanzó la meta y algunos de ellos se pasaron de largo, o sea, se metieron en la posmodernidad.

La poesía oral ya está casi muerta pero, debido a estas circunstancias históricas, tuvo una bella intervención en la modernidad india. Todavía en Bengala la poesía no puede ser concebida sin la música; lo más celebrado de Tagore no es Gitanjali o sus últimos poemas sino sus canciones -de hecho en Gitanjali hay canciones y esto no se ha tenido en cuenta en su recepción-, que aún suenan en bodas o estadios de críquet. Hace un par de años estaba prevista la actuación de Shah Rukh Khan, la estrella de Bollywood, en Calcuta, pero tuvo que suspenderla porque era el cumpleaños de Tagore y lo único que querían escuchar eran las canciones del gran poeta. Qué bella victoria popular de la cultura sobre el espectáculo, dos cosas diferentes e incluso antagónicas que en nuestra era se pretenden identificar con teorías sociológicas.

Me desvío, hablemos del centro. La variedad y profusión de competiciones poéticas, en un pueblo tan juguetón como el indio, debió de ser inabarcable. Aquí hago referencia a algunos bien documentados: el satavadhan y el astavadhan, ambos bajo la etiqueta de avadhanam. Se originaron en el siglo XVI en las zonas de habla telugu, más o menos el actual estado indio de Andhra Pradesh, donde, para orientación española, llevó a cabo su labor humanitaria Vicente Ferrer en la segunda mitad del siglo XX.

Como se alargaron hasta principios del siglo XIX, nos han quedado detalles de estas competiciones que arrojan luz sobre el ser indio y su significado. Recojo esto del libro antes citado. En el astavadhana (se puede escribir también así), ocho académicos se sentaban alrededor del poeta y le pedían que escribiera poemas de diversa métrica y tema. Pero también le exigían que evitara determinados sonidos y letras o le pedían "cualquier otra cosa irrelevante". Todo ello aderezado con crueles distracciones al héroe lírico, como hacer sonar una campana y que el poeta contara los campanazos. En resumen: un auténtico circo literario para poner a prueba la memoria, la habilidad y el nervio lírico del creador. Pura potencia muscular, sprint de la letra, desprecio por la carrera de fondo y la resistencia. Alborozo.

(Todos hemos probado algún juego así, aunque sea en soledad, ¿no? Recuerdo que de adolescente subía el volumen de la televisión para ver si podía concentrarme en un tratado de filosofía.)

Hay otros juegos menos complejos, como el kabir ladai (batalla de poetas), en la que dos grupos, cada uno encabezado por un poeta, se reunían en un palacio bengalí o en una mansión. Los dos equipos componen una canción con ideas contrapuestas a la de su rival, algo por otro lado muy coherente con la esencia de este pueblo en el umbral entre Oriente y Occidente.

Estas acrobacias verbales hacían las delicias de las clases pudientes y el pueblo de la India. Contribuye a ello su auténtica pasión por la desordenación de la realidad o, mejor dicho, por el puro lío. Todavía hoy se entretienen en la construcción de un tejado como si allí se estuviera decidiendo el destino de la Humanidad, dándose turno en sus impertinentes parlamentos sobre cómo llevar a cabo la tarea, midiendo soberbias, intentando implantar jerarquías, jugando y humillándose.

El libro no dice nada sobre esto, pero seguro que eran muy tramposos. Seguro que los académicos que daban campanazos traían otros objetos metálicos y luego le decían al poeta que lo que había contado eran sonidos de platillos y que había perdido.

Me gusta pensar que el poeta desmontaba falacias, defendía su labor, elaboraba siempre una métrica exacta, no cedía a la mentira y, tras la injusta derrota a manos de unos sabiondos sedientos de humillación, volvía a su humilde morada llorando, angustiado por las exiguas paisas (no tengo ni un real; paisa nahi he) que le ofrecía su patrón, pero firme en su voluntad de crear. Y me imagino que la pandereta india, iluminando su camino, le intentaría convencer sobre su indiscutible victoria emocional.

jueves, junio 11, 2009

Pakistán o la teoría del mosquito

Mis últimas vacaciones, de diez días, las empleé en la relectura de un libro: Pakistán. No había estado allí desde enero de 2008, después de que mataran a Benazir Bhutto. Los periodistas extranjeros viajamos entonces a una Islamabad nevada y llena de estupor por el asesinato de su líder más populista y anticastrense. Era también una ciudad rebosante de excitación democrática ante la llegada de las elecciones, aunque esto cae, como siempre, en el terreno de mis intuiciones, siempre desubicadas.

Vuelvo en mayo de 2009 para visitar a mi amigo y corresponsal de la Agencia Efe en Pakistán, Igor G. Barbero. Noto que el país no ha cambiado su discurso de fondo pero que ahora hay una nueva saudade política: el enésimo desencanto con las instituciones y, sobre todo, el desconcierto ante la necesidad de posicionarse ante el integrismo islámico. Esta desorientación es clave porque está en el mismo corazón de la identidad de Pakistán, que había nacido reivindicando ser el hogar para los musulmanes del sur de Asia pero, también, una entidad que hacía alarde de un cierto Islam moderado y de un respeto teórico hacia las minorías.

Igor ya es un paquistaní, si es que no lo era antes: insiste en que me levante a la misma hora que él, que debe empezar pronto su jornada laboral. Intento hacerle comprender que el hecho de que su día comience no significa que el mío haya empezado también, pero es inútil, porque ve algo de inmoral en que se me peguen las sábanas en mis vacaciones, periodo en que sólo quiero dormir, soñar, escribir y fantasear.

Me engaña también para que me quede algún día más en Islamabad para poder ver juntos la final de la Copa del Rey -él es del guerrero Athletic, yo del lírico Barça- y me convence. Al final no podemos ni escucharlo por la radio: tenemos que llamar a su madre por teléfono para que nos ponga la correspondiente locución, que escuchamos en manos libres cuando Bojan ya había marcado.

Intuyo que Igor tiene razón en algo, porque son de nuevo esos días en que, pese a no estar en mi puesto de trabajo, me empujo hacia alguna exploración fruto de mi condenable tendencia a mezclar las obligaciones laborales con el tiempo libre. Así que intento no levantarme muy tarde, le suplo un día y él me consigue una entrevista con el portavoz militar de Pakistán, Athar Abbas. Escribo cosas con la nostalgia del paso del tiempo y el recuerdo de que, en la India, las fuentes son inasibles. En Pakistán todo el mundo quiere hablar; en la India hay un extraño desinterés por la comunicación directa y un rumor laxo de unión de fondo.

Conozco, sin saberlo, a la hija de Raja Tridev Roy, que habla un perfecto español. Son de la tribu chakma de Bangladesh y ello despierta mi interés bengalí. En efecto, Tagore decidió preciosos nombres para varios miembros de la familia: Rabindranath aparece también en Pakistán. Visito la casa a invitación de Trivini y conozco a su ilustre padre, amigo del difunto Zulfikar Alí Bhutto. Roy departe de forma sencilla y bondadosa, sin olvidarse de citar a literatos de habla hispana vista la nacionalidad de su invitado.

Aunque el encuentro más divertido tuvo lugar un domingo. Lo organizó Igor. Llamó a un punjabí que se dedica a acompañar a periodistas a las zonas de conflicto a cambio de un pastón que nosotros no nos podemos permitir, y a Pir Zubair Shah, un periodista que trabaja para el NYT y que pertenece a la misma tribu que el líder de los talibanes paquistaníes, Baitulá Mehsud. A la cena, celebrada entre ragas sufíes, Pir acude con otros dos pastunes. Debo recordar que el equipo del NYT que cubre Pakistán y Afganistán, en el que está integrado Pir, ha ganado un Pulitzer, así que, pensamos, sólo nos queda escuchar.

Uno de ellos dice llamarse Abdulá Mehsud y sólo responde cuando le requerimos en urdu. Lleva la vestimenta típica paquistaní (shalwar kamiz) y una profusa barba islámica. El otro va vestido de civil -perdón por la licencia- pero es el que consigue la condecoración de personaje revelación de la velada. El civil, también de Waziristán, señala de repente a un minarete. "¿Qué es eso?", nos pregunta. Dudo, perplejo, entre dos respuestas: "minarete" o "mezquita". Se adelanta Igor, que apuesta por la segunda: "It's a mosque". Sus palabras son, a mi juicio y espero que también en opinión de los lectores de esta bitácora, tautológicas. Pero no para nuestro comensal: "No, eso es lo que decís vosotros los extranjeros, eso es una masjid", la palabra árabe para el templo islámico, también usada en urdu. "Los extranjeros decís mosque, que viene de mosquitos, porque queréis decir que es un sitio repugnante". Se equivoca, claro, pero me siento un poco culpable porque al fin y al cabo esta locura etimológica probablemente se debe a nuestra alteración fonética ('j' por 'k') de la palabra original, que luego ya pasó a otras lenguas, entre ellas el inglés.

El auditorio se agita entre llamadas al resurgimiento del nacionalismo pastún -el punjabí parecía retraído- y a la defensa ardorosa del Islam. Igor, que es un primor, apaga el fuego con su bondad. Yo me veo tan incapaz de decir algo bueno sobre el integrismo religioso que me dedico a servir comida y bebida a los comensales, algo que lleva al ideólogo de la teoría del mosquito a considerarme, de forma ya irrefutable, una buena persona.

Pir insiste en que quiere ligarse a una holandesa de raíces italianas que Igor y yo conocemos. Esto parece mucho más interesante para todos los paquistaníes, aunque los españoles insisten en preguntar sobre talibanes y bombas. Y Pir se lamenta: "Mira, el territorio es fácil de conquistar, lo sabemos nosotros los pastunes. La tierra se barre -dice mientras dibuja con los brazos una enorme extensión asolada- y punto. Pero esto es mucho más difícil. Se trata de conquistar cuerpo y mente".

Todos ríen, quizá tras repasar sus proyectos amorosos -más o menos imperialistas o poéticos, inocentes o desvergonzados, sinceros o malvados- en Barcelona, Waziristán, Bilbao, Lahore, Madrid, Islamabad, Berlín; Delhi. Nos vamos a casa: Igor está como siempre muy preocupado por el futuro del país en el que vive. Por una idea nacional ya totalmente deshilachada que nunca ha convencido a nadie; quizá aún menos a las numerosas etnias que habitan en Pakistán. La mística del sufismo, la poesía en urdu y el liberalismo retroceden: avanza en desorden un integrismo amoral y desintelectualizado que pocos comparten pero que no todos están dispuestos a rechazar.

Pero seguimos con amor hacia Pakistán por sus generosas gentes, su pronunciación suave, sus mezquitas pensantes. No se me va el olor a Pakistán porque allí sigue Igor, hablando cada día conmigo para dirigir en un sentido u otro las lanzas de la información, constatando a diario la entrañable desorganización de un pueblo que te miente y te saca de quicio, que te promete e ilusiona.

Entra en mí el desasosiego porque todos los países del sur de Asia, sin excepción y en especial Pakistán, deben definirse a partir del modelo de la India. La idea india está en la brisa lenta de las mezquitas paquistaníes, donde los fieles se postrán ante Alá; en las pagodas de los templos hindúes de Nepal; en los puntos sagrados del budismo de Sri Lanka; en los rickshaws de mil colores de Bangladesh; en los sueños y las televisiones de los afganos; en el sustento de la monarquía de Bután. Para gozo de unos y sufrimiento de otros, está presente en todas las mentes surasiáticas como algo sobre lo que hay que formarse y opinar.

Pero imagino mil veces que cruzo la frontera por tierra, que me adentro de nuevo en Pakistán. Doy gracias a Igor, susurrando, por su enorme esfuerzo por informar cada día y, de forma un poco más egoísta, por contarme cada día los cotilleos políticos, el movimiento de los días, los sueños rotos o las nuevas ilusiones del pueblo paquistaní. Llaman a la oración musulmana en Nisamudín; lo escucho desde mi ático.

Maisán: desde Delhi siento que Pakistán y la India son la misma sangre.

lunes, marzo 30, 2009

Amores indios

Él salió con velocidad dejando las ragas de su moto por la Delhi antigua, buscando nuevas salidas a las calles revueltas y humilladas de la India, anhelando un corte en el tiempo: llegaba tarde al tren.

Ella leía, por fin con fruición, un libro que le había regalado él. Entredormía, sabía de las vigilias de su tren, otro tren más lejano que la llevaba a Calcuta, a Puri, a Chennai, a Bombay, a cualquier sitio del país imposible.

Él por fin aparcó la moto y se subió en el rickshaw con la mochila. Mientras pensaba en lo que le esperaba en Khajuraho, pensó en lo de ahora y vio que había perdido una menorquina, dónde está, me la había regalado ella, para, para, y vuelta atrás, ahora corriendo descalzo porque caminar solo con una menorquina le habría producido baches en su ritmo de galope, galope, alpargata perdida, salidas a las calles humilladas, y el tren que se va a ir sin mí pero la menorquina...

Ella llegó a Calcuta o a Puri o a Chennai o a Bombay y se bajó del tren. La mente ya entraba en el diverso trajín de la realidad, todavía emborronada por las palabras y el Caribe, por El amor en los tiempos del cólera en edición antigua, pero lo indio entraba y salía de sus ojos, con el libro, sin el libro... que se había quedado en el tren.

Y él que corre ya sin esperanza, consciente de las curvas tomadas, del tiempo perdido, de las motos y los camiones y las bicicletas con trayectorias erráticas imposibles de reconstruir.

Y ella que tres horas después se da cuenta y vuelve a la estación de ferrocarriles en un esfuerzo inútil, porque el libro seguramente estará ahora en Calcuta o en Puri o en Chennai o en Bombay pero no donde está ella.

Pero todo vuelve al inicio porque la menorquina está de regreso, entre dos piedras, ahora entre sus dos manos, una de las cuales para a otro rickshaw para llegar a meta, a un diverso fin de semana; y también porque en la estación de trenes de Calcuta o de Puri o de Chennai o de Bombay un bengalí intenta leer una novela de García Márquez que le gusta mucho pero que no puede entender porque esta en su idioma original; ella se lo arrebata de las manos dando las gracias.

Y así los dos, lejos de la capital de España, donde se conocieron, llegaron al entendimiento de sus pérdidas, al loto de la expresión mutua, porque la India les había devuelto aquello que ellos, con justicia, habían perdido.

domingo, junio 08, 2008

Ceguera

Las retinas de gato enamorado tiradas en el tálamo
como una cuerda de nubes sin sueños,
añorantes de un libro giratorio, de piernas como penínsulas, de lóbulos enhebrados en conchas de mar, de rayos de sol en la pupila.
Ruinas de ojos que ya no bostezan en el barco,
que ruedan por las tumbas de la visión:
el secreto del árbol, los cuervos sordos, tus labios cruzados.

martes, abril 15, 2008

La lengua de la lengua

Los aleteos del árbol espuma,
los fragmentos del mar en castillos interiores

(se ordena lo planetario)

el parlamento del animal con barriga de sílabas

(columna y palabra)

Una semana en España

Voy en giro por la Barcelona vieja, estanque de plátanos grises entre la montaña y el mar. Me acompaña Fran en este deslizamiento soñoliento y ordenado, destartalado, como la Europa mía. El único propósito de este día de Sol suave, que permite una tranquila alternación de vestimentas livianas, es encontrar traducciones a lenguas romances de Robindronat Tagor. Miro en los ojos de mi amigo y me pregunto por qué se lo está pasando bien ante una tarea que a un veterinario quizá resulte aburrida y excéntrica.

Encontramos casi todas las librerías de viejo en Diputació, calle paralela a Consell de Cent, donde Garmor ya se ha sumergido en su trabajo en El País, en cuya sede catalana yo también trabajé, cuyas calles que la circundan hemos marcado con noches de fiesta, paseos en busca de restaurantes japoneses a las dos del mediodía, puntos de encuentro intelectual y descanso físico para volver a nuestras obligaciones laborales.

Entramos en una librería. ¿Tenéis libros de Tagor? Lo miran en la base de datos, algo impensable en la indomable India, y me sacan primeras ediciones de las traducciones de Zenobia y Juan Ramón, primeras ediciones de las traducciones en catalán a cargo de Ventura Gassol y Josep Carner i Ribalta. También conseguiría, al final, una primera edición de la traducción francesa de Gitanjali, cuidada por el escritor francés André Gide. El hallazgo de estas delicias me embarca en una insondable melancolía de mi cultura: de un continente, Europa, marcado para siempre por su deslumbrante pasado, cuya misión más importante es preservar su legado cultural y evitar el suicidio intelectual en marcha.

Me llena de joyas saber que Fran me acompañará donde yo quiera, que este día es mío, que quiere escuchar todas mis historias indias, mis amores inflamados, mis manías insoportables. El Sol se cae y de nuevo me reúno con Fran tras la cena. Vienen Betis, Jorge y Santo en el canijo, el coche uruguayo, para desde El Prat volar en máquina hacia el mar de la Barceloneta. Allí se nos une Garmor, que viene del otro lado del cinturón rojo -¡qué convergencia la nuestra, qué lanzamiento prometedor hacia el futuro desde nuestra posición humilde, excéntrica!- y las bromas y risas se suceden sin descanso, de modo que cuando una ha pasado a mejor vida, la otra la barre y la hace crecer, como las olas del mar que baten a nuestras espaldas.

Pocos días más tarde llego a la Granada mora, ciudad de inefable fuerza telúrica, fogonazo amarillo del tiempo. Visito durante dos días a mi abuela, que ha llenado la nevera de víveres y ha preparado cuatro platos de arroz con leche: tardaría como poco una semana en terminármelo todo. Y al despedirme: "Un día, otro día, una noche, otra noche. Siempre sola. Ay, dios mío. Yo le rezo siempre a San Antonio para que te cuide. Tú descansa, que estás muy delgado, tienes que estar en casa, en tu casa y descansar, comer, descansar y comer. Y un día y otro y otro y siempre sola, sin nadie que me quiera ver. No, no dejes la llave por fuera; cógela y cuélgala ahí, cierra con fuerza. Hoy ya no vendrá nadie más".

Mis primos me sacan en coche del pueblo de nuevo hacia la capital de Granada, bordeando el litoral mediterráneo, como siempre. Nuestra actitud intelectual ha sido siempre una línea sinuosa mordiente con el mar, tangente y paralela, bailaora. Pienso en la tristeza de mi abuela, en la soledad y la nostalgia, y me pongo en la cabeza que la costa del Sol está muy cerca.

Cuando, tras las tapas y la observación de la vida andaluza, llego en tren a Madrid, el cielo se ha enmarañado. Miro el poderío continental de la capital, las banderas españolas altas y me digo que Barcelona me gusta más, pero Madrid también, ya está marcada: la sede de la Agencia Efe en Espronceda, los paseos por Sol buscando un póster de Joaquín Sabina para mi amigo indio, los descabalgos nocturnos con mis viejos amigos de Santander... España está signada con recuerdos deseados y deseantes, sembrada con mojones de agitación interior.

Todos me ayudan: me llevan en coche, me ofrecen alojamiento, me sacan de compras; soportan mi inquietante tranquilidad. El avión sale a Moscú, donde espero el último vuelo fumándome lo último que me queda de Madrid: un puro. Las desvencijadas alas del Tupolev ya están listas para el despegue hacia la India, tierra de la representación mito-práctica, del desconcierto templado. Al pisar el suelo de Delhi, repaso la cartografía europea, domesticada para nuestros paseos, para poder recorrerla a pie, y me cargo de nueva energía para escalar el indomable sur de Asia, que se me ofrece en forma de una Amazona de cabellos largos, soñolienta, que me hace el amor para recordarme que mi sitio no está en la India o España, sino en el centro de la experiencia fenoménica.

lunes, febrero 25, 2008

Escritura de los interiores

Una forma divina de inspiración del futbolista es el caño. En su debú con el Zaragoza, Cani, ahora en el Villarreal, salió y le hizo un caño a un oponente. No hay mejor manera de tocar un primer balón: aunar la función inequívoca del regate con la sutileza de la inteligencia. El otro rebasado; yo vuelo: calentamiento de la magia.

Pero lo que para nosotros es una galería poética, acuática (siempre que el balón pasa por debajo de las piernas de un rival, invariablemente, lo hace como suspendido, consciente de que el tiempo y la materia se alteran), para los ingleses, por ejemplo, es un divertido malabarismo. Lo llaman nutmeg. Por mucho que nos detengamos en elucubraciones etimológicas, pronto nos saltan al imaginario los huevos del otro, por debajo de los cuales pasa la bimba. Me parece ésta una elevación innecesaria del regate que deja de lado la pura esencia del acto, la lírica del fútbol, para centrarse en las humillantes consecuencias del mismo sobre la víctima. Es como reírse de quien no ha entendido un poema.

Entre el sublime caño español y el sardónico nutmeg inglés, encontramos el estético petit pont francés. Franca y exacta descripción del escenario del acto: sugerencia del atravesar al otro lado, intento lírico de embellecer el regate. La expresión gala admira y repele: significa a un regate que, quizá, no buscaba un vuelo estético sino una concentración de tiempo y tierra que, hasta el momento, tan sólo parece retener la palabra española.

En Portugal lo llaman cueca, que son los gallumbos. Vaya broma. Pero en Brasil, entre otras palabras, usan una en la que nos detenemos: janelinha. Pequeña ventana o, mejor dicho, ventanilla. El regate puede abrirse, mostrar expansiones sentimentales, pero es en esta restricción, en este toque compungido y acuático del caño, donde el balón entra por la minúscula ventana del mundo, por el imposible. La janelinha quiere hacernos ver lo difícil que es el pasar la pelota por entre las piernas del adversario; se cuida también mucho de no despreciar su vertiente poética.

No estamos solos al cruzar esta galería. Cualquiera que haya hecho un túnel siente el acompañamiento de la inspiración. Su tierra de carne inspirada respira: se comunica exactamente con el medio. Siente entonces la conciencia de la varita. Abandono aquí el panteísmo, porque creo que en ese momento total de intercambio con el dios inventado, que es todo lo demás que no somos nosotros, volvemos al hombre. No se siente uno un místico, sino un humanista, un poeta clásico e impertinente. Encara ya portería con la alegría de aceptarse en su divinidad humana. Quiere sorprender a la huidiza hazaña del gol, siempre tan lejana. La creatividad salvaje se sube a sus lomos y golpea el balón con el interior culto del pie, trazador de la precisión lírica.

Viva la literatura que hacemos cada día: escrita la jugada; escrito el mundo.

lunes, febrero 11, 2008

Los cocos indios del sur

LAS AGUAS INTERIORES DE KERALA, PLAGADAS DE ARROZALES / AMP

Ya explicamos algunas diferencias y analogías entre el cinturón norteño del hindi y Bengala. Hagamos ahora una tímida exploración en la India meridional, tierra de mar y comunismo.

No hay consenso sobre el origen de la cultura dravídica, propia del sur del país. Aislada del resto del subcontinente y ajena a los trajines septentrionales y a la invasión musulmana, el influjo exterior a esta zona del mundo llegó con los franceses y los portugueses, que desembarcaron en sus playas con el mismo ánimo colonialista con el que nosotros fuimos a otros lares. Lo que pagaría yo ahora por ver una iglesia española en la India.

Los estados del sur no sufren tantas desigualdades sociales como el áspero norte y tienen tasas de alfabetización que en algunos casos superan el 90 por ciento. El comunismo ha cuajado en muchas de estas regiones, en especial en Kerala. Los Gobiernos funcionan algo mejor. Después del tsunami, por ejemplo, Tamil Nadu dio un ejemplo al mundo con su gestión de la tragedia.

Se saben diferentes, visten 'lungis' más distinguidos que contrastan con las abigarradas y coloridas vestimentas de, pongamos, Rajastán. Habita en ellos un ánimo más relajado y una relación especial con el mar.

La mayoría de bramanes (la casta más alta) se concentra en el norte de la India, lo cual hace que inevitablemente en el sur el sistema de castas no sea tan visible. Pero es la India: incluso en las iglesias católicas los sacerdotes tienden a ser de casta alta y, los fieles más discriminados, intocables.

Humilde la sinagoga de Cochín, tierra explorada poéticamente por Octavio Paz y colonialmente por los buques portugueses. Nostálgicas sus baldosas chinas.

Pero es la India: te meterán un gol si pueden. El salitre, las palmeras y la atmósfera caribeña en gentes de habla del tronco dravídico -nada que ver con el sánscrito- no impide que la conciencia universal de la India se manifieste allí. Un incesante flujo coherente de acción secreta y general. Nada místico: todo mundano. O quizá todo propiamente místico. Concentración y alzar del espíritu.

Nosotros necesitamos dos guerras y millones de muertos para apostar por una unión supranacional entre países con una historia cercana y entreverada. Ellos, desde su independencia, apostaron por integrar todas sus civilizaciones en un proyecto común. Los expertos decían que la India desaparecería a causa de su diversidad. En efecto: no pasa un día sin que se manifiesten conflictos regionales en Cachemira o en el noreste de la India. Pero no hay una amenaza central contra el país, rodeado de fracasos políticos como Sri Lanka, Pakistán o Bangladesh.

Por mucho que la globalización golpee a la India, su tradición nunca será pasado, como en nuestro caso, sino futuro. Esto me maravilla y me preocupa. Los indios son terribles.

























IGLESIA DEL 'SACRE COEUR' EN LA CIUDAD LITORAL DE PONDICHERRY / AMP

sábado, febrero 02, 2008

Arrobo

Cuando el curso de mi conciencia
se cruza con la cosa externa,
sucede

el pájaro.

jueves, enero 31, 2008

La naranja de la voluntad

Pensé que la noticia que incluyo al final de este escrito podría interesar a Enrique Vila-Matas. La escribí desde Delhi con la ayuda de un compañero. Se la hice llegar por corrientes literarias. Y Vila-Matas respondió, desde el mismo río, que "el tema no está en el silencio del profesor, sino en la extrañeza de algunos nombres como Agus. Y también en el casi palíndromo que hay entre agus y puga. Si fuera sólo Uga el apellido tendríamos el palíndromo: Agus Uga".

Sus palabras me divirtieron y alegraron, aunque lo que yo verdaderamente considero extraño es que el mundo léxico no rebose de palíndromos o que el campo de las matemáticas no reproduzca exclusivamente números capicúas, motor circular hindú de un universo, el que nos ha tocado, basado en la construcción de juegos y en roturar signos con referentes infinitos.

Intento deslabrar la tela de símbolos que siembra el mundo mientras me acerco al Naranjo de Delhi. Me encaramo al tronco para alcanzar el cítrico de la vida, en cuya piel rugosa se refleja el sol débil y roto de la India. Evoco mi condición de ninja para trepar el árbol y conseguir la victoria. Pero las manos se resienten del frío de la mañana, de las horas en moto con el viento helado, y empiezan a sangrarme. Caigo al suelo de Oriente. Me huele el pelo enredado, la barba me desborda; la ropa empolva la tierra.

Siento la cruda soledad que nadie conseguirá arrancarme. Sonrío entre mis glóbulos y los de mi conciencia. Mientras veo el eclipse de sol de la naranja alta, pienso que nunca más perderé un vuelo a Karachi.










"Huelga de silencio" de nueve meses de profesor indio enfurece a sus alumnos




Nueva Delhi, 24 ene (EFE).- La "huelga de silencio" de un profesor del norte de la India, que ya dura nueve meses, ha acabado con la paciencia de sus alumnos, que han decidido cerrar con candado la puerta de la escuela y organizar una sentada en protesta por la actitud del docente, informó hoy la agencia IANS.
Sunderlal Chadhari, profesor de Lengua y Ciencias Sociales de una escuela pública de la región desértica de Bikaner, protagoniza su particular "maun vrat" (ayuno de silencio, en hindi) desde el pasado marzo y tiene la intención de mantenerlo dos meses más, aunque no ha especificado sus motivos.
De momento, las protestas de los estudiantes y vecinos de esta escuela rural, situada en el estado noroccidental de Rajastán, han sido en vano, ya que el maestro sigue determinado a cumplir con su año de silencio.
"Ya tenemos suficiente. Nuestra educación se está viendo afectada. Hemos organizado una sentada como protesta, porque queremos que se impartan nuestros estudios", declaró a IANS Vijay, uno de los estudiantes ávidos de las palabras de su maestro.
"Si el profesor no quiere hablar, debería quedarse en casa. ¿Por qué nos hace perder el tiempo?, señaló Ramphool, otro de los alumnos afectados.
Los lugareños sostienen que Chaudhari está mentalmente desequilibrado y han firmado un escrito dirigido a las autoridades locales en el que piden la sustitución del profesor si no cambia su comportamiento.
En el censo de 2001, la tasa de alfabetización de Rajastán se situaba en el 61 por ciento, mientras que la femenina no alcanzaba el 45 por ciento.

lunes, enero 21, 2008

Pakistán y la India: analogía y diferencia

Imaginen una Europa anárquica, sin Estados todavía, gobernada laxamente por un imperio asiático frío y calculador. Imaginen que esta Europa, siempre tan diversa en gentes y lenguas, pero con un cogollo cultural común, lo es también en religiones profesadas. Tras un siglo de dominación, el Imperio de Oriente -que sería chino-, sale con el rabo entre las piernas cuando lleva decenios alentando la partición de Europa en moros y cristianos, algo que tan sólo se han creído sus clases dirigentes, mientras el pueblo sigue recogiendo la viña y plantando olivares. Se divide el continente y los chinos siguen hablando de la gran rivalidad entre Eurabia y la Europa cristiana. Que ya es una realidad.

Pakistán, el país de la bomba islámica, nació en 1947 de la voluntad de un manojo de abogados liberales, concretados en la figura del atormentado Ali Jinnah. Vio la luz en dos territorios sin frontera, separados por el que todos creían que iba a ser su gran aliado y se convirtió en su sempiterno enemigo: la India. Musulmanes bengalíes en Pakistán Oriental; patanes, punjabíes, sindis y baluchis en Pakistán Occidental. Terratenientes, comerciantes, clase obrera, pastunes conectados con Afganistán. Sangrante nacimiento, muerte de su líder, golpes militares, asedio de la India. Perder todas las guerras. Y perder Bangladesh: más de la mitad de su población.

Lo que es extraño es que este resentimiento no haya desembocado en un abrazo tembloroso al Islam. Tampoco ha sido mejor solución el Ejército. Y ché. Se nota el influjo del sufismo, especialmente en Punjab, que da una elasticidad mágica a la región. Siempre estará, para empañarlo, la salvaje frontera con Afganistán -donde se esconde Bin Laden-, plataforma usada por EEUU y el ISI para crear el monstruo de la insurgencia talibán contra los soviéticos.

Entremos por la gigante puerta de la India, país que tiene un Ejército alejado de la política y más grupos terroristas en su seno que Pakistán. Pasemos por el norte del país, recogiendo las flores del hindi, lengua hirsuta y pegada al sánscrito, flecha de acero en la que las palabras 'gracias' y 'de nada' están desterradas. Penetremos, por Punjab, hacia el vecino islámico, en la maravillosa Lahore. El urdu sustituye al devanagari con su propio alfabeto, de reminiscencias árabes. Coloquemos bien la oreja y escuchemos la melancolía de un idioma con casi idéntica gramática. El hindi es ese español que va ganando en nostalgia hasta llegar al Atlántico y convertirse en portugués-urdu, canto triste y bello. La saudade paquistaní se adivina también en la amabilidad de las gentes, más quedas, no tan tumultuosas como las indias. Algo, por otro lado, que no se antoja muy difícil.

Si la India disfruta en sus entrañas de la geometría islámica -Taj Mahal- y de los abigarrados templos hindúes, que forman una trama desigual, de sostenida divergencia, en Pakistán toma protagonismo un cierto ordenamiento de la vida, que no ha penetrado en su tejido político. Hay carreteras homologables a las europeas, algo impensable en la India: hay una voluntad de ser musulmán, pero el carácter surasiático siembra señales de que, en todo el subcontinente, nos encontramos ante la misma civilización.

Una civilización con una relación directa con la vida, en un infinito presente continuo, ilusionada y fallida, plantada en el centro de la Historia: inconsciente de su devenir, vago, luminoso; cuerpo lleno de heridas propias y ajenas que no acierta a taparse, cadáver lleno de vida lanzado hacia la flecha de Dios. No el celo: la copla; no la disciplina: el quehacer. Encaje imposible de un puzzle que un día fue posible. Pero no les importa. Ellos viven. Nosotros nos lamentamos.

Me parece la suya una existencia salvaje, desbocada, intestinal.

Monstruoso llorar, también, el europeo. El nuestro. Quejarse desde la cabeza: atalaya de la cultura.

miércoles, diciembre 19, 2007

Viaje astral

Un verso: universo.

martes, diciembre 04, 2007

En el desierto rojo

Por el desierto rojo,
camino.
Con larvas en los ojos
que perforan mi negro viso,
avanzo doloroso.
Me paro.
Hinco mis rodillas
en el océano de arena.
Quiero el fin.
Pero veo la rosa,
la Rosa del Desierto Rojo;
y me levanto,
y camino
por el desierto rojo.

martes, noviembre 20, 2007

Europa y la India

(Escalera les ofrece la versión lírica de algo que, en justicia, nació como un poema. No admito la crítica, como siempre.)


Puedo tirar luz sobre la gastronomía india, mi cultura de destino. Me sirve como entretenimiento liberal vincular la imaginación índica y latina desde el paladar y la palabra. Me parece que la comida india abunda en contundentes especias y sabores violentos. Su objetivo es sorprender, hacerse presente: objeto de amor u odio. Por eso pienso que el gusto surasiático no es exigente, sino excesivo. La aglutinación y la mezcla no son recursos gastronómicos: son la base de su ciencia. Pongo el ejemplo de una mujer india, que no duda en vestir un sari con los colores más excéntricos. El chef, igualmente, siempre añadirá más ingredientes al plato, para que no falte sabor. De modo que el cuadro nunca está acabado: el horror vacui de la cocina india es espejo de su abigarrada estética. En la otra orilla, el gusto mediterráneo es mucho más educado. Se aleja de las extremidades de la sensación para hallar su fuente de placer en la sutil distinción entre sabores poco distantes. Desde aquí, diría que un poco de picante insulta a nuestro sentido del gusto. Por eso digo que es más sofisticado: selecciona y ejecuta más cuidadosamente. Esto nos inhabilita para disfrutar como niños con el dulce más inocente y para considerar valientemente las consecuencias inmediatas del picante. En Italia y España hemos cultivado un gusto por las viandas elásticas. Ahí están los espaguetis, el queso fundido y, en especial, un animal de fondo de nuestra cocina: la levadura. Lo nuestro tiende hacia fuera y lo indio converge al centro. El sabor de la paella, la fideuá o la pasta nos deja una fina película homogénea en el paladar; el fulgor del masala, las samosas y las especias se compactan en la boca para explotar y pedir concentración en la comida. Yo me atrevería a escribir que los alimentos, para nosotros, son una versión blanda de la vida, mientras que para ellos son una exageración de la realidad. Incluso, si fuera bravo, me aventuraría a pensar que esto viene de un orden cruzado en nuestros diversos pensamientos. O sea, que el indio, metido en sí, quiere salir al mundo; el mediterráneo, temperamental, busca la cachaza en la comida. Pero esto no es verdad, me parece. ¿Pero se puede poner en cuestión que ambas cocinas trabajan en tiempos distintos? Ahí sí que escribo bien. Los platos indios vienen todos a la vez: se aglutinan en un plato. En Europa una vianda sigue a la otra; comer es una sucesión. De nuevo sale a relucir la intensidad y aglomeración índicas frente a la distribución latina, que busca la descongestión. Pero vayamos más lejos, universo. Digamos algo bonito. Aceptemos que la filosofía occidental nació en el mar Mediterráneo, con los griegos observando la sucesión de olas: la génesis del silogismo y el pensamiento racional. Creamos también, implorando al viejo sol, que el pensamiento oriental apareció en una geografía montañosa, donde la contemplación determinó su esencia. Con este esfuerzo intelectual, podemos concluir que la presentación de la comida es, también, una representación de estas formas de imaginar: lo uno y lo diverso. Lo indio, presente continuo, aparición unitaria, sincronía; lo europeo, pasado y futuro, tránsito, diacronía. Lo que quiero decir es que son mezcla y separación. Al indio no le sabe a nada nuestra comida, necesita más violencia y existencia. Al mediterráneo le parece un insulto la acumulación sin aparente criterio de la comida india, le parece una masa inmensa a la cual va a tener que prestar atención. El mediterráneo quiere diseccionar cada trama, abandonarse a los placeres sencillos del aceite o el pan. Se trata, en realidad, de una sofisticación. El gusto indio es más rebelde y descuidado: una gigante caldera, como el subcontinente. Pero yo sueño y creo que hay puentes entre ellos y nosotros. La comida bengalí es un ejemplo. Alguna vez dijo Rabindranat Tagor, con mucha fortuna, que los bengalíes son los mediterráneos de la India. Yo también diría que los mediterráneos somos los indios de Europa, e incluso que somos un subcontinente. Pero me equivoco, otra vez y siempre. En todo caso, la influencia del mar en la cultura bengalí es determinante. Nos acerca. El pescado entra en la cocina bengalí y exige una preparación de los alimentos más educada para no estropear su sabor marino. Hay menos especias. El picante es poco y brillante. Quiero precisar, sin embargo, que la comida bengalí sí que se extrema en sus dulces, en especial con el famoso rosgola. Una delicia, también para nuestro paladar. Llegamos al final de las cosas: elasticidad y consistencia, el Mediterráneo y el Índico acogen viandas que nos descubren las paradojas de ambas civilizaciones. Nosotros, reflexivos y temperamentales; volátiles y pensantes. Ellos, contemplativos y ardorosos; necesitados de la visión total de las cosas pero supersticiosos. La India mágica: la Europa constructora.

domingo, noviembre 18, 2007

Cinco dei

Giallo sotto le unghie spezie
de donde vuela un hombre
con pico de pájaro.
Una manciata di denti
buttati a caso da qualche dio
nella sua bocca,
en los dientes de luz
de la materia universal.
Universale relativo
ad un lustro di
unghie, denti e perle.
Y toda la cosa vuelve a su origen,
a la matriz de quinto sueño indio.
Shiva gli pone il tridente in bocca,
i denti saltano
y caen al Mediterraneo de lo nuestro,
al agua lenta de la palabra latina.
Affondano, a picco nel mare di Roma,
rapiti dall'ostrica che ne fa serie di perle
per la collana di Venere.

Contemplo este movimiento.
Y le digo a mi bienamada:
los dioses no entienden
la responsabilidad de cerrar un poema.



S.P. / A.M.

jueves, noviembre 15, 2007

La paz

En el espacio solar, dos diversos:
el águila que levanta la garra,
el hombre que baja las armas.

El ave sube, envuelve
con sus alas calientes
al humano asombroso.

Reunidos, ya otros,
en el mimbre del sol.


jueves, noviembre 08, 2007

dios

Más que lo que la palabra enseña,

lo que signa.

No los rayos de sol en el espacio;

la luz débil como lagartija en tus senos.

La mancha de tus labios:

el reflejo, el símbolo, la sombra.


miércoles, octubre 24, 2007

Escalera bengalí




Esta revista de poesía se llama Shaluk. Es un tipo de loto: la flor nacional de Bangladesh. Se ha publicado en Dacca este otoño.

Las páginas que hemos abierto -186 y 187- son traducciones de poetas en lengua española al bengalí. El primero de ellos, en la página de la izquie
rda, es Miguel Hernández con sus poemas desde la trinchera. El último de ellos llega hasta el principio de la siguiente hoja. Hay otro poema, también, de Octavio Paz al final de la página 187.

Aprisionado entre la belleza lírica de ambos, otra composición aparece en el centro de la página de la derecha. El autor es
Agus Morales. Tras el nombre, entre paréntesis, dice: Barcelona, 1983. Kobita (poema). Entre corchetes hay una breve introducción al sujeto. Se insiste de forma excesiva en que es un joven poeta y que vive en Nueva Delhi, aunque se siente bengalí. Una serie de infamias perpetradas por mi amigo y poeta de verdad Subhro Bandyopadhay, que escribe a menudo en la revista. Su prometida, Bhaswati Thakurta, fue la traductora de mi poema.

Que es éste:




ESCALERA BENGALÍ

Me parece que hay tres cosas en el mundo: la escalera, el pájaro y el mar. Los pájaros roban las piedras del camino. Los limones blancos sobre la arena iluminan la escalera. El mar ha sacado sus brazos y te ha estirado los ojos bengalíes por las sienes, paredes de carne ocultadas ahora por párpados confundidos con la línea de este horizonte de plátanos, de este atardecer de isla cuadrada en nosotros: de escalera, de pájaro y de mar.




La sintaxis está ligeramente alterada en la traducción, de forma que los "párpados confundidos" aparecen casi al final, antes de los dos puntos. Y parece, así, que el atardecer esté confundido de (sic) escalera, pájaro y mar. Algo que no era mi intención; pero que me gusta.

Además de llevarme a casa la revista, este último viaje a Calcuta me ha permitido empezar a descifrar el alfabeto del bengalí (abugida). Con la ayuda de Subhro, hemos leído algún poema de Tagor de sonoridad inaudita y planta surrealista, como uno que empezaba “desde la oreja del labio”.

En el tren de camino a Bengala, que tarda 17 horas en alcanzar su destino, leía a Mircea Eliade, que explicaba su experiencia india. Hablaba sobre la celebración del holi -festival multicolor hindú- en Santiniquetán por parte de Rabindranaz Tagor:

Allí en ese parque sin igual inundado de penetrante fragancia, comienzan los cantos en loor de la primavera, con Rabindranath Tagore rodeado de niños; su voz resalta sobre la de ellos. Su indumentaria blanca ahora es de un púrpura juvenil. El polvo que le arrojaron ha teñido su pelo de mechones de color grana. Tagore coge a un niño con cada mano y comienza la danza en medio de esa vorágine de nubes bermejas, de canciones y de alborozo (...). Varios centenares de alumnos de ambos sexos danzan formando corros más grandes o más pequeños.

Intentaba imaginarme a Tagor bailando con los niños. Y me encontré con la versión de Octavio Paz y Julio Cortázar. A Paz se le ve en todo momento; a Julio, sólo al principio. Es en la embajada de México, en Nueva Delhi, cerca de la española y no tan lejos de mi casa, en Nisamudín.

Y, claro, también está la versión de Morgar. Un conato de bandera republicana se había dibujado en mi brazo.


FEBRERO DE 2007. FOTO DE DIMITRI

Pienso en Octavio Paz, en su estancia en la India, en su poema justo debajo del mío. Saco la revista de loto, en el tren de vuelta a casa. Hay un bangladesí conmigo. Le pido que me lea mi poema. Lo hace. Dice que tiene sentido, pero que no lo entiende (¿?). Tampoco el de Paz. ¿Tienes e-mail?, me dice. No encuentro mi móvil, añade.

El tren se tambalea, parece que descarrila. Vuelve a los raíles. Me tumbo, sigo en mi tránsito. Miro por la ventana hacia el mundo, hacia Oriente. Sonrío mientras mi compañero de vagón despierta a todo el mundo para que le ayuden a encontrar el móvil, que estaba en su bolsillo. Son las cuatro de la mañana. Abro los libros. Pienso en mi carrera de fondo. No importan los alfabetos y los garabatos de Europa y Asia, de Barcelona y Calcuta. Hay una raíz aérea. La poesía es un lenguaje otro y universal.

lunes, septiembre 17, 2007

Aladiós en conjugación


En el pinar blanco, Alá insinúa sus almas múltiples. Regresa en su materia hacia la dormidera de las piernas, abiertas en mundos de mermeladas y pieles de cerdo. Las virutas de un dios ya otro ruedan por el monte pelado cachemir hasta la higuera donde otro dios se buscaba los centros. En la rama descansa aladiós con ojos de albatros, destartalado, de alas como pagodas sufíes que explican el pensamiento lateral, el lado torcido de las cosas, la inclinación universal. Sube a dios desde el valle de Cachemira el olor a cuervo y rista, convencido en su monogreísmo. Alá tira sus ojos azules de lo turco sobre la citada revolución subterránea. Observa cómo de las gabias colgadas del cielo empiezan a desbordarse animales normales, sueños de piernas indias, libros encuadernados con dientes nuestros, inicios del mundo. Aladiós mira el lento aterrizar de la vida en el hombre, el polo diverso de las cosas. Tras un reflexionado, se tira en sus dedos hacia el valle, yemas coloradas que anudan el valle redondo, zapatos disparados que se rompen en carne para unirse con sus personas: los huesos del Éste que embalsaman la materia de esto. Y aladiós que mira los efectos de su ser desde aquí, que se observa cambiando la historia en comunicación continua con su mente. En vigor sostenido, el mundo le devuelve una materia en verso, ordenada según la única pauta que conocen los hombres: la gramática. Alá abre la boca y sale el sol, respira y mueve las voluntades de musulmanes y cristianos; agita los vientos internos de los piadosos, controla el flujo de los grandes estados de ánimo, hace correr la comunal sangre universal. Aladiós por fin despegado de su unidad: disparado a molecular el mundo, arriesgado hacia lo diverso, sumido en el apaño de que los labios beban vino de vasos de cerámica, de que se tejan cestos de esparto. En la sombra de la materia, aladiós se recibe en el centro: aladiós me levanta la gigante lona que hace aparecer la escalera de la palabra.

lunes, julio 23, 2007

Diario de la India VIII

GRAMÁTICA Y MENTE

Vuelve el mundo a nuestro dolor en alzar de brazos universal. Nos enciende, nos mentaliza con sus miembros en pura ampliación, crecientes. Se agrieta su materia en su rodeo cósmico y de nuestro deseo salen al exterior mariposas musculosas, colores rápidos, alma. En este aplastarse del mundo hacia el amor nuestro, la sangre comunal no pasa, se empecina, cabecea por las venas del todotrén humano que nos comunica. Sentimos el explotar vecino de la vida, que no llega. La presión es otra sobre ti, soga caliente siempre envolviendo el cuello de dios, membrana morena y pensante del espacio oriental. Se agrieta más la pasta de universo que nos acredita y fragmentos de lo nuestro se van hacia dios: bicicletas de bambú, constelación de sombreros vietnamitas, concentraciones de piel y dormidera. En este tímpano interno de Laos no escuchamos las luces de sémola con cuatro hélices. Este final del mundo -pronto iremos a la otra orilla- nos recuerda al tiempo del arroz cuadrado y pensante. Tragó de mí el mundo la sustancia, se fue de mí en esto, en bártulo numerado. Y por fin la pobre alma nuestra apalabrada se adentró en lo cósmico: dios presencia infinita en mis testículos, vacío circular del corazón cansado, costilla en trance de enhebrar la moneda de Asia. Yo sueño con ser indio. Sueño con romper en piernas hacia el insondable número oriental.