La naranja de la voluntad
Pensé que la noticia que incluyo al final de este escrito podría interesar a Enrique Vila-Matas. La escribí desde Delhi con la ayuda de un compañero. Se la hice llegar por corrientes literarias. Y Vila-Matas respondió, desde el mismo río, que "el tema no está en el silencio del profesor, sino en la extrañeza de algunos nombres como Agus. Y también en el casi palíndromo que hay entre agus y puga. Si fuera sólo Uga el apellido tendríamos el palíndromo: Agus Uga".
Sus palabras me divirtieron y alegraron, aunque lo que yo verdaderamente considero extraño es que el mundo léxico no rebose de palíndromos o que el campo de las matemáticas no reproduzca exclusivamente números capicúas, motor circular hindú de un universo, el que nos ha tocado, basado en la construcción de juegos y en roturar signos con referentes infinitos.
Intento deslabrar la tela de símbolos que siembra el mundo mientras me acerco al Naranjo de Delhi. Me encaramo al tronco para alcanzar el cítrico de la vida, en cuya piel rugosa se refleja el sol débil y roto de la India. Evoco mi condición de ninja para trepar el árbol y conseguir la victoria. Pero las manos se resienten del frío de la mañana, de las horas en moto con el viento helado, y empiezan a sangrarme. Caigo al suelo de Oriente. Me huele el pelo enredado, la barba me desborda; la ropa empolva la tierra.
Siento la cruda soledad que nadie conseguirá arrancarme. Sonrío entre mis glóbulos y los de mi conciencia. Mientras veo el eclipse de sol de la naranja alta, pienso que nunca más perderé un vuelo a Karachi.
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