escalera: noviembre 2007

viernes, noviembre 30, 2007

Soy en un animal


Sueño que soy un mono. Me olvido de mí. Me concentro en el movimiento aeróbico de los músculos del mono, que soy yo. Me tiro a volar, desde el puente, con la seguridad de que, si no tengo éxito, el río salvará mi caída. Salto y me suspendo; viajo al riesgo. Siento la resistencia del aire, pienso en las palomas, en las palabras. Algo me parece inefable. El cuerpo peludo no me responde. ¿Estoy en el aire o en el agua? Vuelvo al mundo. Pienso que un mono ha soñado conmigo. Y el sol entra por la ventana.

miércoles, noviembre 28, 2007

Asombro y letra

Soñé que entraba en un videoclub indio. El dueño me pedía 800 rupias porque, al parecer, no había devuelto una película -probablemente 'Munna Bhai', mi filme favorito de Bollywood- que había tomado hace un año. Yo me niego rotundamente y salgo del establecimiento indignado. Yo no tengo esa película, yo no la he alquilado aquí.

Entonces viene detrás de mí a pegarme. Yo no tengo miedo, pero luego se añade a él un amigo español y le ayuda a calentarme. Me dan una buena tunda, en una calle azul circular, aunque no experimento pavor.

Salgo de la conciencia y voy hacia el pensamiento. Veo una nota de alguien. Dice algo que no puedo explicar: ni siquera a mí mismo. Un nombre se dibuja a sí mismo, asombrado.

martes, noviembre 27, 2007

Amor imposible


AMOR IMPOSIBLE ENTRE DOS DROMEDIARIOS. PUSHKAR, 21 DE NOVIEMBRE DE 2007

martes, noviembre 20, 2007

Guerra y paz

Fijaos en esta fotografía. Fue tomada el año pasado en El Prat de Llobregat (Barcelona). Morgar porta una armadura japonesa que, os aseguro, pesa una barbaridad. Fijaos también en la postura (kamae en japonés). Roza la perfección. El pie izquierdo mira al frente, con una pequeña inclinación hacia su lado natural, mientras que el derecho guarda el peso de todo el cuerpo -y la armadura- y se coloca en 45 grados con respecto al derecho.

Prestemos también atención a la mirada asesina de Morgar. Ojos marciales, dispuestos para la batalla, sanos, ansiosos de experiencia y actividad. En general, y aunque bajo influencia japonesa, la postura nos muestra un estar en Europa educadamente, siempre alerta: a la defensiva pero listo para salir al quite.

Ahora fijémenos en esta segunda fotografía, tomada hace tres meses en Agra, ciudad que aloja a la joya arquitectónica mogol por excelencia, el Taj Mahal. El kamae es mucho más relajado y confiado, obviamente porque fue corporizado en la India. No vemos aquí una perfecta geometría -a pesar de que la arquitectura islámica nos anima a ello-, sino un desorden cósmico en el cuerpo de Morgar. La rodilla derecha se va mucho hacia dentro de él y hacia fuera del ámbito. Aunque el sujeto parece mantener el equilibrio, yo no estoy seguro de lo que pasaría si alguien le diera un coscorrón.

Tracemos, ya, el esperado paralelismo: en el Mediterráneo, Morgar tiene un conflicto interno mientras que fuera todo está bien; en Indostán, el mismo sujeto está resuelto en sus adentros, pero el ámbito es de batalla natural. Europa está en paz y busca la guerra; la India vive en la guerra y necesita la paz.

Pongamos también un ojo, ya que estamos, en la dimensión de la realidad. Antes, expliquemos un detalle: en la India, si el mundo se parte, el hombre se divide con él. Es decir: si un indio quiere señalar algo que hay a su izquierda, siempre utilizará la mano que corresponde. Nunca cruzará su brazo hacia el otro lado para indicar la dirección opuesta. No así en Europa, donde preferimos utilizar nuestro brazo franco para señalarlo todo. Esta confusión es bastante frecuente cuando a un taxista indio se le señala el lado izquierdo con el brazo derecho. Mal asunto: se despista.

También esto se aprecia en ambas fotografías. El Morgar con armadura muestra su mano izquierda pero amenaza con la derecha, que está lista para golpear -de hecho, la actividad marcial nos indica que ésta es la forma correcta de golpear-. Pero el Morgar indio no parece tener las mismas intenciones. Su supuesto brazo agresor, el derecho, ni siquiera aparece en la fotografía. Las armas quedan veladas. Pero es que tampoco observamos tensión alguna en su espalda, condición indispensable para lanzar el puño derecho.

Queda probado que en Europa y la India vivimos diferentes realidades, y también que se puede escribir un tratado científico sobre todo lo que se nos rote.

Europa y la India

(Escalera les ofrece la versión lírica de algo que, en justicia, nació como un poema. No admito la crítica, como siempre.)


Puedo tirar luz sobre la gastronomía india, mi cultura de destino. Me sirve como entretenimiento liberal vincular la imaginación índica y latina desde el paladar y la palabra. Me parece que la comida india abunda en contundentes especias y sabores violentos. Su objetivo es sorprender, hacerse presente: objeto de amor u odio. Por eso pienso que el gusto surasiático no es exigente, sino excesivo. La aglutinación y la mezcla no son recursos gastronómicos: son la base de su ciencia. Pongo el ejemplo de una mujer india, que no duda en vestir un sari con los colores más excéntricos. El chef, igualmente, siempre añadirá más ingredientes al plato, para que no falte sabor. De modo que el cuadro nunca está acabado: el horror vacui de la cocina india es espejo de su abigarrada estética. En la otra orilla, el gusto mediterráneo es mucho más educado. Se aleja de las extremidades de la sensación para hallar su fuente de placer en la sutil distinción entre sabores poco distantes. Desde aquí, diría que un poco de picante insulta a nuestro sentido del gusto. Por eso digo que es más sofisticado: selecciona y ejecuta más cuidadosamente. Esto nos inhabilita para disfrutar como niños con el dulce más inocente y para considerar valientemente las consecuencias inmediatas del picante. En Italia y España hemos cultivado un gusto por las viandas elásticas. Ahí están los espaguetis, el queso fundido y, en especial, un animal de fondo de nuestra cocina: la levadura. Lo nuestro tiende hacia fuera y lo indio converge al centro. El sabor de la paella, la fideuá o la pasta nos deja una fina película homogénea en el paladar; el fulgor del masala, las samosas y las especias se compactan en la boca para explotar y pedir concentración en la comida. Yo me atrevería a escribir que los alimentos, para nosotros, son una versión blanda de la vida, mientras que para ellos son una exageración de la realidad. Incluso, si fuera bravo, me aventuraría a pensar que esto viene de un orden cruzado en nuestros diversos pensamientos. O sea, que el indio, metido en sí, quiere salir al mundo; el mediterráneo, temperamental, busca la cachaza en la comida. Pero esto no es verdad, me parece. ¿Pero se puede poner en cuestión que ambas cocinas trabajan en tiempos distintos? Ahí sí que escribo bien. Los platos indios vienen todos a la vez: se aglutinan en un plato. En Europa una vianda sigue a la otra; comer es una sucesión. De nuevo sale a relucir la intensidad y aglomeración índicas frente a la distribución latina, que busca la descongestión. Pero vayamos más lejos, universo. Digamos algo bonito. Aceptemos que la filosofía occidental nació en el mar Mediterráneo, con los griegos observando la sucesión de olas: la génesis del silogismo y el pensamiento racional. Creamos también, implorando al viejo sol, que el pensamiento oriental apareció en una geografía montañosa, donde la contemplación determinó su esencia. Con este esfuerzo intelectual, podemos concluir que la presentación de la comida es, también, una representación de estas formas de imaginar: lo uno y lo diverso. Lo indio, presente continuo, aparición unitaria, sincronía; lo europeo, pasado y futuro, tránsito, diacronía. Lo que quiero decir es que son mezcla y separación. Al indio no le sabe a nada nuestra comida, necesita más violencia y existencia. Al mediterráneo le parece un insulto la acumulación sin aparente criterio de la comida india, le parece una masa inmensa a la cual va a tener que prestar atención. El mediterráneo quiere diseccionar cada trama, abandonarse a los placeres sencillos del aceite o el pan. Se trata, en realidad, de una sofisticación. El gusto indio es más rebelde y descuidado: una gigante caldera, como el subcontinente. Pero yo sueño y creo que hay puentes entre ellos y nosotros. La comida bengalí es un ejemplo. Alguna vez dijo Rabindranat Tagor, con mucha fortuna, que los bengalíes son los mediterráneos de la India. Yo también diría que los mediterráneos somos los indios de Europa, e incluso que somos un subcontinente. Pero me equivoco, otra vez y siempre. En todo caso, la influencia del mar en la cultura bengalí es determinante. Nos acerca. El pescado entra en la cocina bengalí y exige una preparación de los alimentos más educada para no estropear su sabor marino. Hay menos especias. El picante es poco y brillante. Quiero precisar, sin embargo, que la comida bengalí sí que se extrema en sus dulces, en especial con el famoso rosgola. Una delicia, también para nuestro paladar. Llegamos al final de las cosas: elasticidad y consistencia, el Mediterráneo y el Índico acogen viandas que nos descubren las paradojas de ambas civilizaciones. Nosotros, reflexivos y temperamentales; volátiles y pensantes. Ellos, contemplativos y ardorosos; necesitados de la visión total de las cosas pero supersticiosos. La India mágica: la Europa constructora.

lunes, noviembre 19, 2007

Apunte

Quizá el caso más exagerado de cocina multicrónica son las tapas. Esta implacable sucesión de viandas, que tanto placer nos da, nos tiene que llevar a una reflexión sobre la cultura española, enraizada en la creatividad y el pillaje: abocada hoy al aburrimiento y a planteamientos cerrados.

Frente al pragmatismo y las grandes carreteras, los circuitos laterales y los placeres desordenados. Contra la ley uniforme, el regreso de la palabra. Presencia, fulgor, poesía. O muerte ahora.

domingo, noviembre 18, 2007

Cinco dei

Giallo sotto le unghie spezie
de donde vuela un hombre
con pico de pájaro.
Una manciata di denti
buttati a caso da qualche dio
nella sua bocca,
en los dientes de luz
de la materia universal.
Universale relativo
ad un lustro di
unghie, denti e perle.
Y toda la cosa vuelve a su origen,
a la matriz de quinto sueño indio.
Shiva gli pone il tridente in bocca,
i denti saltano
y caen al Mediterraneo de lo nuestro,
al agua lenta de la palabra latina.
Affondano, a picco nel mare di Roma,
rapiti dall'ostrica che ne fa serie di perle
per la collana di Venere.

Contemplo este movimiento.
Y le digo a mi bienamada:
los dioses no entienden
la responsabilidad de cerrar un poema.



S.P. / A.M.

sábado, noviembre 17, 2007

Amor indio

Ayer
te vieron en la orilla del mar con los brazos abiertos.
Mañana
llévame contigo.

jueves, noviembre 15, 2007

La paz

En el espacio solar, dos diversos:
el águila que levanta la garra,
el hombre que baja las armas.

El ave sube, envuelve
con sus alas calientes
al humano asombroso.

Reunidos, ya otros,
en el mimbre del sol.


lunes, noviembre 12, 2007

El sentido de la vida

Morgar quiere anunciar que ha empezado a escribir una novela. Voy por la página diez. Desobedezco así una máxima de Walter Benjamin, quien decía que lo mejor es escribir con el desconocimiento de todos para que el ansia penetre en los adentros del escribidor y el trabajo sea más ligero. Soberana tontería.

El título de la obra es deslumbrante, pero aquí no lo vamos a revelar.

El anuncio es sin duda un mazazo para Joan Pau, otro miembro de la selecta Escola del Llobregat, llamada a transitar por el siglo XXI sin ninguna gloria pero llena de palabra y poesía. ¿Mazazo o jarrón de agua fría?

No escondo que la nueva quiere ser, también, una llamada de atención a mi grupo de amigos catalanes, más conocido como Zerodós, en plena descomposición ante el exilio de Morgar, aunque el real exilio es el que han protagonizado alguno de ellos en tierras mediterráneas.

Pero siempre estaremos allí, compañeros, en el desvelo por la letra. Para eso vinimos al mundo y allí moriremos. Con la pluma en la mano.

¿No?

jueves, noviembre 08, 2007

dios

Más que lo que la palabra enseña,

lo que signa.

No los rayos de sol en el espacio;

la luz débil como lagartija en tus senos.

La mancha de tus labios:

el reflejo, el símbolo, la sombra.


lunes, noviembre 05, 2007

Eurindia: gastronomía comparada

Creo que desde mi origen mediterráneo puede tirarse luz sobre la gastronomía india, cajón de mi cultura de destino. Aunque el ejercicio no nos aporte ningún avance científico, confiemos en que nos sirva de entretenimiento liberal vincular la imaginación índica y latina desde el paladar y la palabra.


La comida india abunda en contundentes especias y sabores violentos. Su objetivo es sorprender, hacerse presente: objeto de amor u odio. El gusto surasiático no es exigente, sino excesivo. La aglutinación y la mezcla no son recursos gastronómicos: son la base de su ciencia. Igual que una india no duda en acudir a los colores más llamativos para diseñar su presentación ante el público, el chef, ante la duda, siempre añadirá más ingredientes al plato. Que no falte sabor. El cuadro nunca está acabado: el horror vacui de la cocina india es espejo de su abigarrada estética.


El gusto mediterráneo es mucho más educado. Se aleja de las extremidades de la sensación para hallar su fuente de placer en la sutil distinción entre sabores poco distantes. Un poco de picante insulta a nuestro sentido del gusto. Por eso decimos que es más sofisticado: selecciona y ejecuta más cuidadosamente. Esto nos inhabilita para disfrutar como niños con el dulce más inocente y para considerar las consecuencias epidérmicas e inmediatas del picante.


En Italia y España hemos cultivado un gusto por las viandas elásticas. Ahí están los espaguetis, el queso fundido y, en especial, un animal de fondo de nuestra cocina: la levadura. Lo nuestro tiende hacia fuera y lo indio converge al centro. El sabor de la paella, la fideuá o la pasta nos deja una fina película homogénea en el paladar; el fulgor del masala, las samosas y las especias se compactan en la boca para explotar y pedir concentración en la comida. Yo diría que los alimentos, para nosotros, son una versión blanda de la vida, mientras que para ellos son una exageración de la realidad.


Me he aventurado a pensar que esto viene de un orden cruzado en nuestros diversos pensamientos. El indio, metido en sí, quiere salir al mundo; el mediterráneo, temperamental, busca la cachaza en la comida. Pero esto no es verdad, me parece.


Lo que sí es irrebatible es que ambas cocinas trabajan con tiempos distintos. Los platos indios vienen todos a la vez: se aglutinan en un plato. En Europa una vianda sigue a la otra; comer es una sucesión. De nuevo sale a relucir la intensidad y aglomeración índicas frente a la distribución latina, que busca la descongestión.


Pero vayamos más lejos. Digamos algo bonito. Aceptemos que la filosofía occidental nació en el mar Mediterráneo, con los griegos observando la sucesión de olas: la génesis del silogismo y el pensamiento racional. Creamos también que el pensamiento oriental apareció en una geografía montañosa, donde la contemplación determinó su esencia. Podemos concluir que la presentación de la comida es, también, una representación de estas formas de imaginar: lo uno y lo diverso. Lo indio, presente continuo, aparición unitaria, sincronía; lo europeo, pasado y futuro, tránsito, diacronía.


Mezcla y separación. Al indio no le sabe a nada nuestra comida, necesita más violencia y existencia. Al mediterráneo le parece un insulto la acumulación sin aparente criterio de la comida india, le parece una masa inmensa a la cual va a tener que prestar atención. El mediterráneo quiere diseccionar cada trama, abandonarse a los placeres sencillos del aceite o el pan. Se trata, en realidad, de una sofisticación. El gusto indio es más rebelde y descuidado: una gigante caldera, como el subcontinente.


Pero hay puentes entre ellos y nosotros. La comida bengalí es un ejemplo. Alguna vez dijo Rabindranat Tagor, con mucha fortuna, que los bengalíes son los mediterráneos de la India. Yo también diría que los mediterráneos somos los indios de Europa, e incluso que somos un subcontinente. Pero eso es mucho decir. En todo caso, la influencia del mar en la cultura bengalí es determinante. Nos acerca. El pescado entra en la cocina bengalí y exige una preparación de los alimentos más educada para no estropear su sabor marino. Hay menos especias. El picante es poco. Precisemos, sin embargo, que la comida bengalí sí que se extrema en sus dulces, en especial con el famoso rosgola. Una delicia, también para nuestro paladar.


Elasticidad y consistencia, el Mediterráneo y el Índico acogen viandas que nos descubren las paradojas de ambas civilizaciones. Nosotros, reflexivos y temperamentales; volátiles y pensantes. Ellos, contemplativos y ardorosos; necesitados de la visión total de las cosas pero supersticiosos. La India mágica: la Europa constructora.


A LA IZQUIERDA, KOCHURI BENGALÍ. SE PARECE SOSPECHOSAMENTE A LA PAELLA. A LA DERECHA, UNOS DELICIOSOS ESPAGUETIS, QUE NUNCA NOS DECEPCIONAN.

jueves, noviembre 01, 2007

Culto al retrete

La India homenajea al retrete con una feria para impulsar tecnologías higiénicas

Nueva Delhi, 31 oct (EFE).- La India acoge estos días una conferencia internacional sobre el váter para hallar respuestas ecológicas que beneficien a las 2.600 millones de personas en el mundo que no tienen acceso a lavabos salubres.

"Éste es un proyecto de baños comunitarios, con calefacción, agua tratada... Se usa el agua para todos los procesos. Es un ejemplo de total reutilización de los residuos", explica un portavoz de la ONG india Sulabh, mientras señala una maqueta.

Sulabh, una de las entidades organizadoras de la conferencia que se inauguró hoy y cierra sus puertas el próximo sábado, participa con ONGs, empresas y organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS) en un evento que tiene en la democratización del retrete su centro de debate.

"Hacemos sólo lavabos públicos. Acabo de empezar con el negocio", explica a Efe el empresario Madhu S. Thakar al mostrar un moderno urinario público.

Thakar, que regenta su propia compañía -Thakar Equipment-, presume del modelo y asegura que "tiene un sistema especial de flujo de aire" para evitar los malos olores, además de un "plato especialmente diseñado para que el agua no salpique".

"El retrete se lava solo hasta cuatro veces una vez usado", dice el
orgulloso empresario, que se jacta de haber diseñado un urinario ecológico y "a la última" para la población india.

"Tiene un sistema antibacteriano, es higiénico, privado, ecológico y vale 60.000 rupias (unos 1.056 euros)", afirma Thakar.

En la exhibición que puede visitarse en Nueva Delhi se han dado cita desde modernos urinarios públicos que podrían implantarse en cualquier área rural de la India, como el de Thakar, hasta retretes occidentales para todos los gustos.

Un empleado de una de las compañías fabricantes de váteres explica la diferencia entre el modelo indio y el occidental:

"Los indios tienen otra forma de sentarse, y después se limpian con agua, al contrario que los occidentales, que utilizan papel higiénico. En el váter indio sólo hay un plato", describe el comerciante.

A las empresas suizas, norteamericanas, alemanas o inglesas se han sumado organismos como la Organización Mundial del Retrete y entidades como Tecnologías de Residuos del Pacífico, muchas de ellas dedicadas al diseño de váteres de bajo coste.

La celebración de esta conferencia en la India es especialmente pertinente, ya que más de la mitad de la población rural sigue haciendo sus necesidades en el campo, las cunetas o las vías ferroviarias.

El ministro de Desarrollo Rural, Raghuvansh Prasad Singh, afirmó el pasado mes de abril que para 2012 ningún indio tendrá que hacer sus necesidades al aire libre.

Sin embargo, el sueño de un retrete para cada indio aún está lejos de la realidad.

"No hay suficientes lavabos para mujeres", se queja una estudiante delhí, citada por el rotativo "Hindustan Times".

El mismo diario observa en su edición de hoy que, mientras que hacer las necesidades al aire libre es una obligación para muchos indios, en Occidente se hace para "retar a las autoridades" y como un símbolo de rebeldía.

La encargada de cortar hoy la cinta de la exhibición que ha de dar paso a un ciclo de conferencias fue la ex Miss Universo Yukta Mookhey, quien se acercó a varios de los puestos entre una nube de fotógrafos para mostrar interés por algunas de las iniciativas de las ONGs y admirar maquetas idílicas de cuartos de baño.

Pero los flamantes diseños de alguno de los váteres contrastan con el dato que aparece en un rótulo de la ONG Sulabh: "2.600 millones de personas en el mundo no tienen acceso a lavabos higiénicos".

Por Agus Morales


(Nosotros nos sentamos sobre el váter, buscando los 90 grados. Ellos, rodillas a cada lado de la mejilla: máxima flexibilidad, ángulo cerradísimo del pie con la tibia).