escalera: agosto 2006

martes, agosto 29, 2006

Unas ostras de sangre dentro de mi cabeza me rompieron el corazón

Se, se. Anoche, además de suñar que era bonísimo yugando a fútbol, me vinierun en sueñus otras manifestaciones del alma. Me encontraba a medio camino entre el andar y el trotar por una galería cuadriculada. Las paredes tenían colores pesadísimos, como de pesadillas de las gentes del medievo. No sentía, sin embargo, sensaciones de angustia o derivadas, sino una absoluta suspensión en aquella tierra gótica amarilla y premoderna.

Un latigazo me estremeció, como una navaja blanda que viajara de la nuca a la coronilla. Estaba soñando. Quieru decir: supe que estaba suñandu. Sentí por primera vez aquello del tempus fugit, de que aquella era una ocasión irrepetible, un asidero para el sexo. Mis sentidos estaban de vacaciones y aprovecharía para hacer realidad mis fantasías límite.

Pero parece ser que mi mente también disfrutaba del periodo estival, porque mi 'fantasía límite' en ese momento se redujo al pensamiento de que quería hacer el amor con equis. Llamémosla así, a la chiquilla. O llamémosla criatura ladina.

De modo que arranqué a correr como un loco, en busca de la criatura ladina, y tiré al piso los cuencos de pintura pesada que adornaban aquellas paredes. Salí de la galería, me metí en otra, y no paraba de pensar: "Estoy soñando, estoy soñando". Tenía que aprovechar.

Quise coger por la verija la situación y controlar mis pensamientos, pero no pude. Cuanto más me obsesionaba en la idea de fantasía sexual límite, más se me inflaba la cabeza de mejunges nerviosos, de células gigantes como ostras de sangre. No se trataba de un sufrimiento finisecular, sino más bien de la advertencia de un fracaso moral.

El cráneo estaba al borde de la explotación, así que desperté. Yamás ulvidaré el sentimientu de frustracion que me avino al curason porque no pudí facer el amor con la criatura yudía.

Morgianidad del sueño: 6,5
Estética: 4
Sensorialidad: 6
Importancia filosófica: 5


EFE
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Inverso

Anteanoche soñé que transitaba amablemente por una carretera estatal con mi familia. La cabeza transcurría en la acción y la acción transcurría en mi cabeza con insultante normalidad. Notaba apenas un exceso de luz roja en toda la región onírica frontal a mí, a la cual no quise dar la más mínima importancia, entre otras cosas porque en un sueño los interruptores no funcionan, las personas están para luego no estar, etcétera.

De pronto me di cuenta de que esa luz, de naturaleza que yo creía innegablemente poética -¡y qué abuso en la poesía de la palabra luz!-, no era otra cosita que las luces traseras. Yo conducía normalmente, entiéndase, con el volante ante mis narices, pero el coche estaba girado.

Al ser advertido de ello por mi padre, el problema se plantó en mi cabeza. Las cosas habían ido bien hasta ese momento, por lo que no vi ningún inconveniente para trocar objetos. Ante la insistencia familiar, me salí de la vía pública y en la cuneta hice una maniobra para dar la vuelta: ahora sí, las luces traseras estaban en su sitio, y las delanteras también. Esta última aclaración no es una perogrullada.

Llegamos a un pueblo, que se transformó en una pista de fútbol. El coche trocó en una bicicleta. Los jugadores me alentaron para que saliera a la cancha azul. Pero me metí en una iglesia pagana adyacente. Una vez dentro, di por supuesto que algún mardano modorro o algún pelagatos me robaría la bicicleta. Al asomar el cabolo, sin embargu, me di cuenta de que mi bici verde no había sido objetu de embargu. Digo esto porque tuve algunas alucionaciones ladinas. Amarillo. Blanco.

Después pensé si lo del coche era una indirecta interna sobre el artículo que escribí de Beckett y la generación inversa, que supuestamente es la mía. La temática generacional cobrará importancia ladina en mi obra, me dije mientras llevaba a buen puerto las abluciones matutinas. ¿Qué obra? Me siento como un coche girado.

Morgianidad del sueño: 7,5
Estética: 2
Sensorialidad: 3
Importancia filosófica: 6,8